Viernes, 5 de octubre de 2007 | Hoy
BUENOS AIRES
Al gobierno electo de la ciudad de Buenos Aires no le están resultando fáciles las cosas en el ámbito de la cultura. Mauricio Macri sabe que es su punto más débil, que es el círculo en el que tiene menos amigos y que es desde allí desde donde se lo atacará a la primera oportunidad. Las idas y vueltas alrededor de la designación de Ignacio Liprandi, encargado de la transición en el área, confirmado y desmentido varias veces como futura autoridad hasta que sucedió algo que, extrañamente, no despertó reacciones: la noticia de que no sería ministro porque Bergoglio se oponía en razón de su apoyo, expresado alguna vez, a los matrimonios homosexuales. El hecho de que el nombre de Liprandi no fuera capaz de encolumnar detrás de sí al mundo de la cultura, en todo caso, hizo que pasara inadvertido un hecho nada menor. Desde la asunción del gobierno democrático de 1983, la Iglesia no había vuelto a tener injerencia en ese campo en que los gobiernos militares le habían reconocido autoridad indiscutible. Y mientras Liprandi iba y venía, los rumores hablaron de personalidades prestigiosas que decían que no (José Miguel Onaindia, Sergio Renán, Teresa Anchorena) y de nominaciones poco menos que delirantes (Pinky o el coreógrafo de comedias musicales Ricky Pashkus). El cargo de ministro de Cultura de la ciudad aún está vacante, pero Macri en persona le habría ofrecido al ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires Horacio Sanguinetti la dirección general del Teatro Colón. Más allá de lo atinado o no de la elección y de la pertinencia de los antecedentes de Sanguinetti, la oferta podría confirmar que el Colón, según los planes del presidente de Boca, dejará de estar en la órbita de Cultura para pasar a estar directamente bajo el ala de la Jefatura de Gobierno.
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