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Viernes, 5 de octubre de 2007

CINE › LA ARGENTINO-COLOMBIANA “SOÑAR NO CUESTA NADA”, DE RODRIGO TRIANA

De cómo gastar 46 millones de dólares

 Por Horacio Bernades

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SOÑAR NO CUESTA NADA Colombia/Argentina, 2006.

Dirección: Rodrigo Triana.
Guión: Jorge Hiller.
Intérpretes: Diego Cadavid, Juan S. Aragón, Manuel J. Chaves, Carlos M. Vesga y Marlon Moreno.

Según la gacetilla de prensa, Soñar no cuesta nada está basada en un hecho real. De ser así, se confirmaría la suposición de que en algunas zonas del mapa las cosas tienden a ser mil veces más increíbles que la más increíble de las ficciones. Porque lo que narra la película de Rodrigo Triana es el hallazgo, por parte de los miembros de un destacamento militar y en medio de la selva, de 46 millones de dólares en billetes, pertenecientes a las FARC. Con buenos valores de producción e impecablemente filmada, el problema es que a la película parecería ocurrirle lo mismo que a sus protagonistas: una vez que dan con el botín no saben muy bien qué hacer con él, y terminan quemándoselo. Eso no impidió que en su país, Soñar no cuesta nada llevara a las salas nada menos que 1.300.000 espectadores, marcando un record histórico de concurrencia para el cine colombiano.

Coproducida por la empresa argentina Barakacine y nominada al Goya al Mejor Film Extranjero, la película está narrada en dos tiempos, algo que recién sobre el final se comprende. Tampoco es que resulte muy necesario: ordenada linealmente, la historia funcionaría de la misma manera. El nudo del asunto es el hallazgo del botín por parte de cuatro soldados pertenecientes a una compañía llamada Destroyer y su posterior utilización. Más que utilización, quemazón habría que decir. Quemazón literal, incluso, ya que cuando quieren hacer un fueguito y no encuentran combustible, no tienen ningún problema en usar billetes de 20 dólares para encender la llama. Eso no es nada: rápidamente, las apuestas de póquer en la selva suben hasta decenas de millones de pesos, así como una simple radio a transistores puede llegar a centuplicar su valor real en un par de minutos.

Como es obvio, después de que los muchachos visiten burdeles de lujo, compren la mejor ropa, coman en los restaurantes más caros y paguen al contado una 4 x 4, van a atraparlos más temprano que tarde. Lineal y previsible, la película de Triana (que se hizo conocido gracias a la serie Pasión de gavilanes) no tiene mucho para contar más allá de su nudo central, con respecto al cual tampoco llega a desarrollar un punto de vista. Que está pensada como producto de exportación lo demuestran no sólo el impecable acabado técnico, sino la tipificación de la banda sonora (salsas y temas melódicos sub-Shakira), algún toque de espectacularidad visual (la voladura de un puente, triplicada para que dure más) y la presencia de alguna señorita más que pulposa, pura carne ecuatorial. Las actuaciones son todas de una gran soltura, desde el primer integrante del elenco hasta el último, lo cual debe haber incidido enormemente para convertirla en el exitazo que fue.

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