PRESENTACION DE “BUENOS AIRES, HISTORIA DE UNA CIUDAD”
Mario Rapoport y María Seoane trabajaron cinco años en el monumental proyecto. “Estamos orgullosos”, coincidieron.
“Esta es Buenos Aires”, anotan Mario Rapoport y María Seoane casi al final de la introducción a la recién publicada Historia de una ciudad. “La misma que Borges soñó ‘tan eterna como el agua y el aire’”, concluyen. Cuánto de inasible: este sitio, sus criaturas y sus construcciones a lo largo de un tiempo, la eternidad, lo que escribió e intuyó un hombre genial y ciego, el aire y el río. Y sin embargo hay que intentar, buscar un signo o armar un relato, imaginar unos versos o enfocar en una o varias piezas que puedan pensarse como claves. Algo de eso procuraron Osvaldo Bayer, Daniel Schavelzon, Lidia González, Luis Felipe Noé, Esteban Morgado y Rita Cortese, quienes, junto a los autores, presentaron esta obra de dos tomos, mil setecientas páginas y ciento sesenta pesos. Unos números, nomás, como para matizar un comienzo acaso demasiado etéreo.
“Vamos a comenzar con los autores del libro: adelante”, anunció detrás de su atril, sonriente y ceremoniosa, una encargada de protocolo. Salón Dorado de la Legislatura porteña, espejo del Salón de los Espejos del Palacio de Versalles: 200 asistentes, seis arañas de 45 velas, 14 arañas de diez luces, todas prendidas. Este fue el final feliz de un largo sueño, dijo la periodista Seoane, y contó que trabajó junto a seis o siete colegas durante cuatro años. “La idea surgió a fines de 2002, cuando parecía que el país se nos escapaba de las manos –dijo–. Desesperados por conservar la historia de los argentinos y de nuestra ciudad, pensamos en hacer este libro.” Los derechos de autoría, dijo, fueron cedidos a perpetuidad a la comuna. “Estamos muy orgullosos de este trabajo –agregó–. Sentimos profundamente a Buenos Aires, el lugar donde nacimos y vivimos, adonde elegimos volver tras el exilio, el lugar en el que tuvimos nuestros hijos y en el que querremos también morir.”
Del trabajo participaron cinco “colaboradores”, a quienes es fácil imaginar atareados y a cargo de gran parte de la obra: Ricardo Vicente, Federico Bekerman, Agustín Crivelli, Julián D’Angelo y Cecilia Fumagalli. “La ciudad no tuvo dos fundaciones, sino tres –dijo Rapoport antes de leer un tramo del prólogo–. La tercera fue cuando bajaron los inmigrantes de los barcos y pasamos de gran aldea a ciudad babélica”. Desde entonces, 1880, parte esta historia de la ciudad. Nueve capítulos delimitados por determinantes sucesos políticos: 1914, los radicales en el poder; 1930, golpe militar de Uriburu; 1945, Perón; 1955, golpe; 1966, golpe; 1976, golpe; 1982, ocaso de la última dictadura; 1999, De la Rúa y tobogán que se pone veloz; hasta 2005, caída en picada de montaña rusa y rasgos de alivio. Cada capítulo, a su vez, está compartimentado en cuatro carriles: política, economía, sociedad y cultura.
Hay mucho en común entre la historia nacional y la de esta ciudad: eso planteó la historiadora Lidia González. “Buenos Aires me desconcierta: ¿cuántas hay? Se me aparece aldeana y cosmopolita, heroica y trágica, generosa y hostil. La cabeza de Goliat que describe Martínez Estrada; o una reina del Plata altiva y arrogante; o coqueta y sentimental, que da sentido a la oportunidad. ¿De qué manera se construyó? Es indudablemente el resultado de un proyecto político, pero también una abstracción. Nos permite mirarla como un calidoscopio: depende del punto de vista. Podría verse desde el río, o como una prolongación de la pampa. A mí me gusta mirarla desde las orillas, una vaga noción de límite, de borde.”
Desde ahí, desde el borde del barrio del Belgrano de su infancia y adolescencia, contó Osvaldo Bayer: tiempos de fábricas, de marinos del Graf Spee por los bares de la zona, de Magaldi más admirado que Gardel, de jugar a la pelota en la calle. “En los años ’30, por la calle Arcos pasaba un carro cada veinte minutos –dijo–. Ahora pasan cuatro líneas de colectivos y un auto atrás de otro, todo el día. En el tranvía 36 tardábamos, hasta el Centro, media hora: hoy tardamos una hora y veinte. Desde mi casa se veía el amanecer y el atardecer: hoy sólo veo el sol entre las doce y la una. La calidad de vida, ¿no?” La propuesta para los invitados fue hablar de lo que sintieran por esta ciudad, y el pintor Luis Felipe Noé encaró por el elogio del caos: “Mi pintura hubiera sido muy distinta de haber nacido en otra ciudad, si hubiera formado parte de otra generación”. Noé nació en 1933. “Recuerdo los comentarios sobre la Guerra Civil Española, el eco de los republicanos. Me mandaron a un colegio francés y ahí vi muchos exiliados judíos. La ciudad me permitió mirar al mundo con ojos sorprendidos. Recuerdo el 17 de octubre, desde la ventana de mi casa: mi padre, antiperonista, dijo ‘pero éstos no son obreros, son descamisados’. Creí que la palabra la había inventado él. Cuando me preguntan cuál es el pintor que más me influyó, por lo general respondo que fue Perón. A partir de él sentí un quiebre que influyó en toda mi estética.”
El arquitecto y antropólogo Daniel Schavelzon alertó sobre “el proceso descomunal de destrucción de nuestro patrimonio cultural y urbano”. Las estadísticas que hay, dijo, son para cortarse las venas: “En un barrio como Palermo Viejo, que es de principios del siglo XX, se están perdiendo al año, por cuadra, cuatro edificios anteriores a 1950 –explicó–. Esto implica que, en cuatro años, no quedaría ninguno. En Núñez la situación es todavía peor. Lo más grave es cómo hemos naturalizado este fenómeno”.
Afuera, por Diagonal Sur, en hora pico, uno tras otro, los colectivos. Lapachos y jacarandás regalan y cumplen, como cada noviembre, con sus flores lilas. Desde las ventanas del Salón Dorado se ve, ahí nomás, el monumento a Roca. Bayer, por supuesto, no iba a dejar pasar la ocasión: “Ojalá que Evaristo Carriego tenga algún monumento, que no sean sólo para los militares. ¿Y qué tal aquí, muy cerca, qué les parece? En vez de este Roca, que está ahí en el bronce, ponerlo al poeta”.
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