EL ARTE COMO TRANSFORMADOR SOCIAL
El Encuentro Buenos Aires 2007 reunió a organizaciones de distintos países, enlazando el arte con sectores vulnerables.
› Por Facundo García
Gabriel Espinosa, el sábado, tocó el bajo. No parece una gran noticia y, sin embargo, lo es. El nació en La Cava, uno de esos barrios cuya aparición en los medios suele estar destinada casi exclusivamente a la sección policiales y, después del concierto, dijo estar feliz por haber descubierto el camino de la música, y al escucharlo fueron varios los que aplaudieron como si sintieran que los logros de Gabriel también eran propios. Fue uno de los momentos en que el sentido de la reunión anual de la Red Latinoamericana de Arte para la Transformación Social –una entidad que reúne a más de veinticuatro Organizaciones No Gubernamentales de cinco países– quedó en evidencia, más allá de todas las palabras.
Hicieron falta algunos minutos para que el encuentro Buenos Aires 2007 pudiera salir de ese clima y volver a los debates. Eran las últimas instancias de un ciclo que estuvo marcado por las reuniones con funcionarios, las presentaciones musicales, el aporte de los chicos a través de talleres y el estímulo que despierta la multiplicidad cultural. A lo largo de cuatro días, participantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Perú visitaron distintos puntos del Gran Buenos Aires intercalando discusiones acerca de cómo enlazar el arte con los sectores vulnerables. “Estamos intentando recuperar el potencial de los sectores más castigados, para poder generar espacios de circulación cultural equitativa con otras sociedades”, resumió a la hora de los balances la socióloga y coreógrafa Inés Sanguinetti, coordinadora de la red y presidenta de Crear Vale la Pena (ver recuadro). “Hemos logrado cierta llegada al exterior –subrayó–; pero hasta hace muy poco éramos solamente ‘los artistas exóticos’. Conversábamos con personas de los países ricos, hasta íbamos a divertirnos con ellos a un bar, pero no discutíamos de política. Ahora queremos ir un paso más allá.”
La Red Latinoamericana comenzó a gestarse en el 2005, cuando el intercambio de información reveló lo beneficioso que era estrechar vínculos y salir a promocionarse desde una plataforma continental. “Este esfuerzo por internacionalizarnos –señaló la coreógrafa– nos ha demostrado que muchos de los conflictos que tenemos a nivel nacional mejoran si podemos escuchar a sociedades diferentes que hayan encontrado sus propias respuestas a dificultades similares.” Entre las metas fijadas para los próximos años, la red apunta a convertirse en un referente para las políticas públicas, objetivo que seguramente se verá impulsado por su creciente proyección hacia Europa. Otra de las claves es sostener un cronograma de eventos “de visibilidad”, como el próximo Festival de Arte y Transformación Social de Berlín, para el que ya se están reuniendo fondos. “El teatro donde vamos a organizar la movida es el Hebbel Theater, uno de los grandes referentes mundiales en lo que se refiere a las artes escénicas. Intentaremos mostrar que el arte también está en nuestros barrios, y que si la estética se queda solamente en los escenarios estamos todos en el horno”, sentenció Sanguinetti.
En Argentina la cadena está representada por Crear Vale la Pena, más las agrupaciones La Grieta, Culebrón Timbal, La Asociación Mutual Catalinas Sur y el Circuito Cultural Barracas. Cada organización tiene una marcada identidad territorial, aunque se están desarrollando programas de gestión complejos que tienen en cuenta la experiencia de otros nodos de la red. En efecto, a la hora de comparar situaciones en distintos países muchos asistentes se lamentaron al señalar que sus proyectos funcionan como parches para cubrir lo que el Estado ha dejado de hacer. Iván Nogales, miembro de la Comunidad de Productores en Arte (Compa) de El Alto de La Paz –en Bolivia–, observó que una de las tareas urgentes para la región es “dignificar el trabajo del artista, para que la gente pueda ser capaz de meter monedas en un producto cultural así como las mete en la cerveza”. Nogales se refería a uno de los fantasmas que persigue a las organizaciones sociales latinoamericanas, el de la sustentabilidad económica: “Si alguien nos pregunta de dónde vamos a sacar el apoyo para seguir, lo que podemos decir es que hemos ido descubriendo la importancia de lograr que los mismos chicos con los que estamos trabajando puedan convertirse en futuros líderes políticos”.
El trabajo de las ONG ha sido especialmente criticado por algunos sectores del progresismo, a causa de su presunto efecto neutralizador de los debates ideológicos. Rodolfo Nome –representante del Centro de Desarrollo Humano Karukinka de Chile– apuntó contra esas concepciones al enfatizar que “la cultura no puede entenderse como un compartimento separado de la economía o la política”, porque atraviesa transversalmente las actividades humanas. En ese contexto, el trabajo de las ONG con vocación artística puede tener una lectura más compleja. “Es cierto, trabajamos con cultura, pero ¿acaso no es resultado de una operación cultural el hecho de que una sociedad elija regirse por una economía y no por otra?”, preguntó el trasandino cerca del final, aludiendo al vaciamiento simbólico que han sufrido los pueblos de la región en las últimas décadas. Nadie le contestó. Entre latinoamericanos que empiezan a reconocerse entre sí, la respuesta era obvia.
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