Domingo, 30 de diciembre de 2007 | Hoy
ENTREVISTA AL FILOSOFO FERNANDO SAVATER
El autor de Política para Amador reflexiona sobre el valor pedagógico de su obra y traza una genealogía de sus influencias intelectuales, desde Spinoza a Schopenhauer.
Por Juan Cruz *
En su casa de siempre de Madrid, Fernando Savater (San Sebastián, 1947) estaba aún en bata, se acababa de duchar, ya tenía leídos los periódicos, y estaba alegre. Ninguna novedad. Siempre está alegre, “o casi siempre”; es una divisa, y una voluntad. “Yo defiendo la alegría”. Acaba de sacar a la calle, con la editorial Ariel, cuatro tomos de su biblioteca, la Biblioteca Fernando Savater. Política para Amador, Apóstatas razonables, Diccionario filosófico e Idea de Nietzsche, además de un opúsculo, Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, que es el epílogo de Política.... “Yo quería –dice– adaptar la Política para Amador para que sirviera como literatura complementaria a la Educación para la Ciudadanía. Y le añadí este diccionario. Pensé: ¿por qué no se puede preparar algo que lleve el tiempo actual a la discusión de los chicos?”,
–¿Le ha sorprendido la virulencia de la polémica sobre la continuidad de la materia en las escuelas de España?
–A mí y a todos los seres pensantes. ¡Hay 22 países de la Comunidad Europea que tienen una asignatura como ésta! Es como si hubieran puesto en duda los beneficios de la gimnasia. Como si dijeran: “¡La gimnasia, no, porque los niños se desnudan!”. Empieza todo por la Iglesia. No dijeron nada de la materia de Etica, que además tuvo todo tipo de apoyos porque a la Iglesia le venía bien para apoyar la religión. En este caso han reivindicado que la religión se refuerce como única transmisora de valores. Polémica absurda, apoyada por personajes disparatados.
–Etica... y Política para Amador, ¿cómo nacieron?
–Una profesora vio que yo hacía reír a los chicos hablándoles de estas cosas; pensó que un libro con esos argumentos se vendería. Y quise hacer dos, una cosa es la ética y otra la política.
–¿El humor es principal en su escritura?
–Siempre he tenido una vocación pedagógica. Entiendo a los que no entienden. Los grandes genios suelen ser malos profesores. Yo estoy más próximo a los ignorantes, por mi propia ignorancia. Comprendo a los que no comprenden. Si eso se hace con un toque de humor... La mayor parte de los manuales son muy aburridos porque quienes los hacen creen que existe la obligación de leerlos. Escribo como si no hubiera obligación de leerme. Y pongo una cucharada de miel, para que sea más divertido.
–Pero para llegar al humor hay que ser muy culto...
–Mi formación es más literaria que otra cosa. La literatura ha sido mi vida, y la filosofía ha sido mi profesión. Me gusta leer novelas, poemas. Sin la literatura no podría vivir.
–Una biblioteca personal, ¿no es un sarcófago?
–Estos son algunos libros que no se encuentran fácilmente, por ésos hemos empezado. Cuando escribo un libro ya me olvido de él; imagínese si yo me metiera en un sarcófago, si ya me olvidé. Los libros están ahí para correr y para que la gente haga uso de ellos. Lo importante es que corra la razón; que sepan que las ideas son mías o no me da igual. Que corran las ideas.
–¿Y qué libros son los que mejor lo explican?
–Uno es la Idea de Nietzsche, que ha sido mi santo patrono durante toda la primera época de mi vida intelectual. Ahora no es un autor central. Pero ese libro es testimonio de muchos años. Otro es Apóstatas razonables, que lleva treinta años acompañándome. Es mi santoral. Y voy incorporando santos. Primero, Juliano el Apóstata. Y hay otros: Spinoza, Julio Verne, Stevenson...
–¿Qué le han dado?
–Todo. La vida, lo que soy, lo que yo pienso, me han dado los sueños. Sí es verdad que estamos hechos de la misma urdimbre de los sueños, según Shakespeare, pues los hilos de esos sueños con los que me han tejido están ahí.
–¿Y hay un santo especial?
–Spinoza. Cuando estuve en la cárcel, a finales de los sesenta, le pedí a mi madre que si me pasaba algo, que aquello fuera más largo, que me llevara la Etica de Spinoza. Y aún la conservo, con el papelito del capellán diciendo que no había nada objetable. ¡O sea, que no se la debió leer del todo!
–Su madre le llevó un libro de Schopenhauer a la cárcel. ¿Qué libro suyo, qué libro ajeno pediría ahora?
–¡Para eso me tendría que encarcelar Rubalcaba, ja, ja! Mío, ninguno. Y de Schopenhauer, el mismo, El mundo como voluntad y representación. Mío, ninguno, faltaba más.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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