Domingo, 17 de febrero de 2008 | Hoy
LOS DESCONTROLADOS DE BARRACAS
Un grupo de bailarines y percusionistas abrió las puertas de la preparación de su show, para iluminar su trastienda.
El reloj marca las 19.30 y sobre Iriarte, en el corazón de Barracas, sopla un viento espantoso que levanta tierra seca de la plazoleta que separa ambas manos de la avenida. Pero ni el polvo en los ojos ni las nubes de tormenta amedrentan a unos 60 vecinos que llegan al Circuito Cultural Barracas al penúltimo ensayo antes de que la murga Los Descontrolados de Barracas regrese a la celebración del rey Momo. Hay algo de ansiedad fácil de percibir. Los carnavales porteños ya comenzaron, pero Los Descontrolados no salieron el primer fin de semana. Esa ausencia con aviso significa que durante los siguientes sábados y domingos de febrero deberán realizar 17 funciones, en muchos casos de a tres por noche. Es el precio (del que están orgullosos) a pagar por ser una de las dos agrupaciones murgueras “categoría A” del circuito local. Se lo ganaron a pulso el año pasado con su espectáculo Flora y Fauna del Riachuelo, que este año presentan otra vez con algunos retoques.
Paradojas porteñas. Pese al reconocimiento a la labor artística de una murga local, Barracas no tiene corsos este año, cuando en 2007 contó con dos. Sí tiene otro “barrio sur” (como decía un viejo espectáculo de Los Descontrolados): San Telmo, que se convirtió ahora en un “corso evaluador”, es decir, en una instancia donde el trabajo de las murgas es juzgado (en categorías tales como vestuario, baile, percusión, glosas, canción de crítica, o retirada) para saber, en 2009, como distribuirlas. Página/12 visitó uno de los ensayos de Los Descontrolados para verlos transpirar, concertar grupos de baile, repartir levitas y conocer un poco más de un fenómeno curioso, que convoca este verano a unos 8000 murgueros, y a unos cuantos miles más de vecinos como espectadores a lo largo de los 40 corsos programados en la ciudad. Un fenómeno que, por otro lado, suscita no poca polémica a raíz de los reclamos por un feriado de Carnaval nacional (mientras crecen los rumores de que la administración Macri va a eliminar los asuetos en la administración porteña, ver aparte).
El ensayo empieza por la “glosa de retirada”, esa canción-recitado con la que las murgas saludan hasta el año siguiente al público. “Que peleen por mí, pero no con espuma, con brillos falsos y escenarios apagados, ¡con rabia!”, reclaman en un pasaje los cantantes. Es que el Carnaval viene recibiendo algunas críticas por la calidad de algunos de los corsos de este año, aunque desde hace años sea considerado como parte del patrimonio cultural porteño. “No se sabe qué va a pasar el año que viene, dicen que es mucha plata, pero si pensás la cantidad de murgas, no es tanta”, explica Mariana Brodiano, directora de Los Descontrolados, a punto de comenzar el ensayo. “Sí se puede decir que está mal distribuida”, reconoce y recuerda que en algún que otro corso tuvieron que conectar sus equipos “en un tupper con enchufes”. Eso contrastaba con otros corsos, en los que parte del dinero se destinaba a pantallas gigantes para que todos pudieran seguir el espectáculo.
“Probá esto, aunque parezca centro-murga”, sugiere el coordinador “de la percu”, la cuerda de tambores. ¿Centro murga? Es que Los Descontrolados son una “agrupación murguera”. ¿No es lo mismo? Pues no. Son dos categorías distintas. La de Los Descontrolados están en el escalón más alto del ranking. Entre los dos tipos de formación hay diferencias en su constitución, en estilo musical y poético y algunas sutilezas más que normalmente escapan a los no iniciados, pero que se pueden captar con algo de atención. Los centro-murga pueden complementar con silbatos, mientras que las agrupaciones murgueras pueden agregar, también, instrumentos melódicos. La categoría también determina el orden del desfile inicial, mucho más rígido en el caso de los centro-murga, que sigue una línea mucho más tradicional que su contraparte.
Todos los años, algunos bailarines de Los Descontrolados parten rumbo a otras murgas donde la danza tenga mayor importancia. En voz baja, algunos miembros admiten el déficit, pero señalan que se compensa con la puesta del show. Lo más cercano a un papel destacado en baile que tiene esta murga es una chica flaquísima y bajita a cargo de unos minutos de breakdance, pero sus pasos no dejan de integrar una coreografía más amplia y grupal. Para llegar al Carnaval con el espectáculo bien afinado, hay un largo tiempo de trabajo duro. Hay ensayos durante todo el año, aunque muchos de sus integrantes deban “colgar” la murga durante esos meses en los que el estudio y el trabajo reclaman más tiempo. Un ensayo semanal y una presentación mensual en el centro cultural mantienen la práctica. A medida que se acerca el verano la intensidad sube. A partir de diciembre y enero la frecuencia de los ensayos aumenta, hasta llegar a uno por día, de lunes a viernes.
Primera pausa del ensayo. Afuera el viento amainó, pero ahora cae una llovizna finísima que no molesta ni alcanza a mojar. La mayoría se acerca a la puerta del galpón-circuito cultural; algunos van a comprar gaseosa al kiosco de enfrente, se multiplican los mates y se prenden unos cuantos cigarrillos. Los cinco minutos que la directora concedió de respiro se van a hacer unos cuantos más. Por delante quedan dos pasadas generales a las que sólo les faltarán el desfile inicial, que debe hacerse en la calle, y la demostración de baile, cuyos grupos todavía no están definidos. También queda repartir las levitas nuevitas, con el naranja, el azul y el dorado bien brillantes, repartir a todos los integrantes del grupo en las listas de los dos micros que llevarán a la murga por los corsos y revisar una caja fantástica con los trajes que los viejos murgueros legaron al circuito cuando les quedaron chicos o se retiraron de Los Descontrolados.
Se retoma el ensayo con el descubrimiento de un platillo perdido, que se reintegra a “la percu”, para alegría de los músicos. Ya son las nueve y media de la noche (las nubes oscurecieron el cielo desde temprano) y llegaron algunos padres a buscar a los más chicos. La disciplina relajada del ensayo se endurece un poco. Entonces empiezan a sucederse las canciones y los sketches: el ridículo candidato a legislador Tereso, que pretende defender “la reserva de gases tóxicos del Riachuelo”, la efectiva “Santa María Julia de los Mil Días” (patrona de los barrios con Riachuelo, señor vecino: si pasan por su corso no se pierda la estampita), “Estilo Barracas” y “Barracas no late, tiembla”, la canción de los colectivos que llegó al disco antes comentado. En el proceso, se percibe que el caos que parece regir las presentaciones murgueras, es sólo aparente: las patadas (el paso lo llaman “salto con patada”) no son azarosas ni la coordinación se da por arte de magia. Un código minucioso vincula a todos los miembros y les marca el tempo, uno, dos silbatazos aquí, tres golpes de bombo allá y de pronto 50 bailarines giran y se apoyan en el piso para escuchar desde el escenario lo que bien podría ser la declaración de principios del espectáculo Flora y Fauna del Riachuelo: “Que la esperanza de vida sea de todos y no de unos pocos con mucha plata”.
Informe: Andrés Valenzuela.
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