Miércoles, 20 de febrero de 2008 | Hoy
SEBASTIAN HACHER RIVERA Y SU LIBRO “GAUCHITO GIL”
El autor combina textos breves con fotografías sobre una creencia popular que “representa rebeldía y solidaridad”.
Amanece el 8 de enero. Casi 200 mil personas invaden los alrededores de Mercedes (a 250 kilómetros de Corrientes, por la Ruta 123) y se dirigen, indefectiblemente, al epicentro: la tumba del Gauchito Gil, el santo de los tumberos, de los camioneros, de los gauchos. O de todos. El termómetro, ya cercano el mediodía, marca 42 grados y domina el rojo. Estatuillas de variados tamaños, banderas rojas, tatuajes y estampitas que replican a Gil con cabellera larga y negra, bigotes, vincha, cintilla argentina y una irreverente cruz detrás: la Iglesia se niega a reconocerlo como santo. Suena chamamé, se toma vino, se come asado, se pide y se da, se ríe y se llora, se arrodilla en el piso, se acampa en cualquier lugar, se elevan plegarias. Uno de los que está ahí, en medio de la marea bailando chamamé con su novia, es Sebastián Hacher Rivera, fotógrafo, porteño y periodista, tal vez uno de sus devotos más recientes. “El Gauchito es una forma de rebeldía que inventó la gente”, dice y muestra su propio tatuaje, tallado en la espalda.
Y está ahí porque, desde que hace cinco años le contaron de la leyenda en un bar de Quimilí –mientras investigaba sobre el Mocase–, inició un camino de revelación que determinó su conversión al gilismo y la escritura del libro Gauchito Gil que retrata, desde las vísceras, el fenómeno popular del Gauchito. Publicado por la editorial El Colectivo, ideas visuales, Hacher combina textos breves, cálidos, con fotografías sobre un fenómeno que se agiganta con el tiempo. “Este año lo viví mucho más relajado... en los anteriores era una cuestión de laburo, del tipo que ve todo desde la cámara. De hecho, mucha gente me trataba como un fotógrafo de kermés”, cuenta.
–¿Kermés?
–Sí. La fiesta del gauchito tiene mucho de kermés. No sé, hay como 300 puestos para comprar lo que quieras, jueguitos onda embocar el aro en la cabeza del muñeco, tiro al blanco, y está el fotógrafo que te saca fotos con una llama o con el pony grande..., medio que me trataban así, y por eso en el libro hay muchas fotos que tienen esa estética. Había leído sobre las fiestas del Gauchito, que era un lugar con mucha violencia, locura y hacinamiento.... Nada que ver. Se ve que lo había escrito alguien que nunca viajó en el Sarmiento: el hacinamiento es viajar en ese tren y no una fiesta como ésta.
Hacher –31 años, fotoperiodista de la cooperativa SUB, productor televisivo– explica su trabajo sobre esta especie de Cristo Criollo como parte de una concepción más cercana al involucramiento afectivo que al rol ascéptico del investigador. “Soy de los que piensan que importa más la historia que el fotógrafo. En la cooperativa todos pensamos parecido: aspiramos a apartarnos de la foto o desaparecer. En este caso, armé mi propia historia del gauchito, a partir de miles de historias que me fueron contando. No fueron entrevistas formales, sino convivencias de ritual. Junté los pedacitos que cada uno me regaló y lo volqué en el libro.” En rigor, su historia sobre Antonio Mamerto Gil Núñez (1847-1871) aparece apenas esbozada. Puede ser la del peón rural devenido soldado de milicia, que se negó a combatir con sus compatriotas durante el enfrentamiento –regional– entre colorados y celestes, y escapó de la ley para vagar por los montes; puede ser la de ese Robin Hood guaraní que robaba para los pobres, que curaba o mataba con la mirada; o aquel que ejerció la más divina de las venganzas: “Cuando regreses al pueblo, vas a encontrar que tu hijo está enfermo, y nadie va a saber cómo curarlo. Vos rezá por mí, porque la sangre inocente es buena para hacer milagros”, dicen que le dijo a su verdugo que, efectivamente, llegó a su casa, y tuvo que rezarle al Gauchito para que su hijo no muera. “Sentía que merecía ser un tema para ser contado, una historia masiva pero invisible. Con la cumbia pasa algo parecido, es masiva pero no forma parte del acervo popular oficial, generalmente se ve como algo bizarro, de color, o como algo popular, y no se ven los valores que representa”, verbaliza Hacher.
–¿Usted es religioso?
–No. Pero en el Gauchito creo a full. Los 8 de cada mes voy al santuario de Florencio Varela. Cuando sos devoto del Gauchito hablás con la gente en una frecuencia diferente de la que cuando vas como periodista.... salen un montón de historias, porque la complicidad es muy profunda. El Gauchito es un mito que está poblado de otros mitos: tipos que te dicen “no lo podés tener tatuado en la espalda” como otros que te dicen que hay que tener cuidado con lo que se pide, porque se cumple. El Gauchito, para mí, representa muchos valores: rebeldía, solidaridad entre los iguales, inventar formas de supervivencia y, sobre todo, la esperanza de los que menos esperanza tienen.
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