Miércoles, 20 de febrero de 2008 | Hoy
CINE › ALEJANDRO VAGNENKOS
El director presenta en el C.C. Rojas Jevel Katz y sus paisanos, que retrata la figura del parodista que supo combinar el idish y el lunfardo.
Cuando el cantante, compositor, monologuista y parodista lituano Jevel Katz murió en 1940, a los 37 años, ya había echado a rodar su leyenda en la Argentina, que actualmente perdura en la memoria de quienes lo conocieron, aunque su nombre no genere recuerdos inmediatos para una inmensa mayoría. Es que Katz, prácticamente, fue sólo disfrutado por una porción de los inmigrantes judíos de la década del ’30. Hasta aquí había llegado para mostrar su agudo sentido del humor, que emanaba en sus canciones y monólogos más bien de tono costumbrista: hablaba sobre los inmigrantes, fundamentalmente de la vida cotidiana de la colectividad judía en Buenos Aires. Producto de su apego a Buenos Aires, cantaba combinando el idish con el castellano y el lunfardo, y con el correr de sus espectáculos, su lengua ya se había porteñizado. Sus melodías variaban desde una adaptación del clásico infantil “La cucaracha” (cantada en idish y con una letra escrita por él mismo) hasta vidalitas, rancheras, tangos y rumbas, entre otras.
Había llegado a la Argentina procedente de Vilna (Lituania) en 1930, por recomendación de su hermano, que llevaba unos años trabajando en el país. Su historia fue la de varios inmigrantes: “Alguien que va en búsqueda de un nuevo futuro, de una nueva vida”, dice el cineasta Alejandro Vagnenkos, director de Jevel Katz y sus paisanos, documental que indaga en la vida de este peculiar artista, pero de una manera diferente al formato tradicional: diez contemporáneos de Jevel Katz, de más de setenta, ochenta y noventa años brindan sus recuerdos sobre el artista lituano, pero también hablan sobre ellos mismos, acerca de sus propias experiencias de vida. Jevel Katz y sus paisanos podrá verse mañana a las 20 en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038), con entrada gratuita (repite el 28 de este mes en el mismo horario).
–¿Qué aspecto le interesaba destacar de la figura de Jevel Katz?
–Lo que más me interesaba no era tanto la figura de Jevel Katz sino contar la historia de un inmigrante. En este caso, se dio que era judío, pero podía ser la historia de cualquier inmigrante de aquella época: tanos, gallegos, judíos, árabes o algún inmigrante europeo o latinoamericano de las últimas décadas en la Argentina. Dio la casualidad de que era judío y de que yo también lo soy. Y la casualidad de que mis productores no son judíos, como tampoco los que participaron haciendo la película. Eso me pareció un cóctel alucinante. El centro de la película son las historias de estos personajes, de estos viejos que cuentan lo que se acuerdan. Obviamente, como todo recuerdo es armado y guionado por ellos mismos, y cuentan una historia que tiene que ver con la propia vida de ellos. Y las historias de estos viejos son las historias de mis abuelos.
–¿Por qué decidió incorporar los testimonios de personas contemporáneas de Jevel Katz?
–Había dos temas. En principio, una ausencia casi total de archivo. Para encontrar la historia de Jevel Katz, más allá de que compuso más de seiscientas canciones (por lo menos así reza el mito), no hay absolutamente nada audiovisual sino que lo que podemos reconstruir son fotografías, algunos archivos de sus temas musicales y demás cuestiones. El personaje me resultaba interesante y fuerte, pero más interesante me parecía la gente que lo había visto en aquella época. Siempre digo que me hubiera gustado hacer un documental no sobre Jevel Katz sino sobre las 40 mil personas que fueron al sepelio de un parodista como él. Pero como es imposible hacerlo sobre 40 mil, en este caso lo hicimos sobre diez.
–¿Se planteó ir más allá de Jevel Katz y abordar parte de la cultura idish en la Argentina?
–Sí, con algunas limitaciones que tienen que ver con entrar a contar la cultura idish. Lo que cuenta la película es un punto de vista, una mirada sobre aquello que sucedió hace tantos años, narrado a partir de un guión que yo armé con estos viejos que entrevisto. Me interesa más trabajar con la historia oral que con el archivo, con lo que la gente me puede contar. Y en este caso venía perfecto porque no había archivos.
–No sólo hablan de Jevel Katz sino de ellos mismos.
–Hablan más de ellos mismos. Los recuerdos que tienen de Jevel Katz son muy borrosos. Algunos uno los puede poner en duda, pero es una película y uno en todo caso necesita construir un mito. Sobre todo indago en la vida de ellos. A mí la idea de trabajar con viejos me gusta mucho. La gente que tiene más de ochenta años está más allá, y eso me parece interesantísimo: la gente que ya está de vuelta y puede decir ciertas cosas. Puede desvariar y uno puede acompañar ese desvarío. Puede recrear otras historias. Seguramente varias historias que ellos me cuentan jamás existieron. Y me parece maravilloso poder contar eso.
–¿Por qué a Jevel Katz lo llamaban “el Gardel judío”?
–El mote más que nada es algo que viene en base a la cantidad de gente que fue a su sepelio. Gardel se murió en 1935 y él, en 1940. Una muerte joven y trágica, no como Gardel pero... Katz murió durante una operación de amígdalas, que le hicieron porque le había salido un contrato para cantar en Estados Unidos. Lo operaron y murió desangrado en la operación. Cuarenta mil personas fueron a su entierro, hay gente que recuerda el paso del cajón por la calle Corrientes: todo eso lo transforma en el “Gardel judío”.
–¿Cómo fue considerado en la Argentina? ¿Llegó a ser un personaje popular o fue un desconocido fuera de la colectividad?
–Yo creo que fuera de la colectividad fue un desconocido. Los lugares donde él tocaba eran de la colectividad, aparece en algunos lugares que no eran de la colectividad, pero sobre todo fue conocido dentro de ella. Lo que pasa es que cuando uno habla de la colectividad, habría que pensar a qué estamos llamando colectividad judía. Es diferente a la del ’30. Creo que existía más apertura en la década del ’30 de lo que existe hoy. No sé si más apertura, pero había una intención de ser una verdadera comunidad con gente diferente, que piensa diferente y que puede opinar diferente. Me parece que hoy está mucho más cerrado todo esto. Por eso me cuesta catalogarlo como alguien propiamente de la colectividad judía, encerrado. Sí era alguien al que iban a ver los paisanos, la propia inmigración. Pero, seguramente, si hubiera vivido más tiempo, hubiera sido más un parodista de cualquier colectividad, y no tanto judía.
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