Viernes, 22 de febrero de 2008 | Hoy
J. J. ABRAMS, LA MENTE DETRAS DE LOS EXITOS DE “LOST” Y “CLOVERFIELD”
Retrato del director de la serie más adictiva de la década, que vuelve en una semana a la pantalla de AXN, y productor de la película que revoluciona la taquilla y el género de “las de monstruos”: un autor del que hablan todos y que se prepara para dirigir su versión original de Star Trek en 2008.
Por Julián Gorodischer
Quizá Lost sea la serie que transformó el régimen de consumo de TV del espectador contemporáneo. ¿Sostenerlo es arriesgado? La ansiedad por devorarse la trama en la isla del misterio fue de tal magnitud que ya no se pudo esperar a la cita en vivo. ¿Pero quién es J. J. Abrams, su creador, también productor del primer gran éxito cinematográfico del año, la extraña Cloverfield? Su ficha técnica indica que es nativo de Nueva York, criado en Los Angeles, 42 años, tres hijos, gusto notorio por la transgresión de géneros clásicos (lo sobrenatural en la de náufragos; el affaire romántico en la de monstruos) y habilidad para infiltrar rasgos de autor en las fauces de la industria. “Teníamos un secreto con Damon (Lindelof, su guionista), y era que Lost era una serie de ciencia ficción –explicó–, y como Los expedientes secretos X fue vista como anomalía nos lo guardamos para nosotros. Si hubiéramos presentado a Lost como algo de ciencia ficción, no se habría hecho.” En la cuarta temporada, que se estrena en la Argentina el lunes 3 de marzo (a las 21, por AXN), lo fantástico ya no es un destello de misterio que enrarece el clima realista (como hasta ahora: un humo negro, apariciones de espectros, la sospecha de que el accidente estaba predestinado), sino el eje alrededor de la conspiración que integran los rescatistas. Llegarán, en efecto, a la isla, pero para sumar más un complot como el del Sindicato de Los expedientes... que un poco de sosiego en ese tren fantasma. “Si hemos conseguido esa influencia es fabuloso”, aceptó Abrams. “Pero no es ciencia ficción, sólo una buena forma de contar historias.”
Monstruo
“Todo es mucho más dramático cuando ves películas como Tiburón o Alien, que utilizan el hecho de no ver al monstruo y no ver al tiburón, lo cual es una manera de aumentar la tensión y de hacer que el miedo se sienta aún más profundamente. Así que lo divertido de vivir una experiencia aterradora en una noche llena de locura, la ventaja de eso, es que podés hacer el tipo de cosas que te asustaban en Alien, donde oías cosas y estabas esperando a que apareciese el monstruo. Eso diferencia a estas películas de otras de monstruos que hubiera visto antes.”
Así definió Abrams su gusto, antes de estrenar Cloverfield, su producción en la que rinde culto al reptil escamoteado, donde cumple a rajatablas con su breve manifiesto: una de monstruos con poco monstruo, por momentos confundible con una atrapante comedia romántica de yuppies trasnochados. J. J. Abrams cumple y dignifica su propia historia como espectador, en Cloverfield pero también en Lost, donde los clímax se alcanzaron justamente ante la inminencia de un ataque de los otros, cuando éstos no tenían todavía los rostros de Ben, Juliette y compañía (tal como se los conoce hoy). Sólo omitió, para armar su linaje de espectador/realizador, a El proyecto Blair Witch, esa excursión al bosque de unos amigos tan parecida (en el formato de “registro a través de un video casero” y en los gritos y susurros) a la hipertaquillera Cloverfield.
Monstruo II
Tal vez J. J. Abrams se haya pasado horas entrecruzando datos y situaciones de películas y series de su autoría sólo para su deleite personal, lo cual no sería poco. El logo de la iniciativa Dharma (que es la empresa, o la fundación detrás del secreto mejor guardado de Lost) aparece en el comienzo de Cloverfield, como un sello en la filmación casera que dará cuenta de la huida de ese día de furia en Nueva York. No ver al monstruo (al menos no un monstruo completo, sino sólo recortes) quizá sea la manera de darle un carácter realista a la historia de invasión luego del 11-S, cuando parecería imposible superar la catástrofe que la historia provee, cuando nada se iguala al terror que refleja la CNN. J. J. Abrams asume su voluntad de dialogar con su época: “Vivimos en un tiempo de temor –señaló– y creo que una película tan extravagante en la que un monstruo ataca Nueva York permite a la gente canalizar y experimentar el tipo de miedo con el que se está viviendo, y honestamente ése fue mi punto de partida para contar esta historia”. Pero volviendo a citas como las del logo de Dharma, ¿por qué incluirlo? ¿Acaso la intención explícita sea completar sentido sólo en foros de fanáticos? ¿Tal vez la secuela se dé no en la pantalla sino en las enciclopedias virtuales que se multiplican cuando un nerd cualquiera detecta una nueva pista?
Reivindica los puentes, las conexiones, los diálogos entre la serie y la película, como si su sistema estuviera antes que su producto. Y, por eso, cuando la filmación casera de Cloverfield repone tiempos más felices previos a la aparición del monstruo, se ve además algo (cosa, asteroide, huevo de la serpiente) cayendo al mar. Por qué no creer que es la caída del Oceanic 815, extrapolada, que naufraga en el cine como en la TV, independientemente de la trama que lo justifica. Abrams podría ser considerado el primero de un tipo particular de productor para masas y para gueto en forma simultánea, aquel que consigue generosas recaudaciones habiendo invertido módicos 30 millones –lo cual no es mucho comparando con fracasos millonarios como Underworld o Hulk– y satura sus películas de referencias sólo detectables por los fanáticos en los foros. Pero eso no quita que la gente llene los cines para entretenerse con el segundo Godzilla de este siglo (si se incluye en la lista a esa bestia sorprendente nacida en la coreana The Host).
La cuarta
Demuestra la capacidad de mantener en vilo a la masa internacional e incluso de modificar las condiciones de consumo televisivo de una época (¿no fue Lost la que impuso la compra masiva al pirata o la democratización del saber de bajarse series?). ¿Acaso no fue esa adicción narrativa la que forzó la panzada de copias truchas, cuando espectadores desaforados no aguantaron la emisión semanal y menos el receso por vacaciones de una temporada a la otra? Decir que sí está cantado. ¿Y qué agregar de la cuarta temporada? Abrams –según parece– se aburrió de las estructuras dicotómicas que alimentaron las anteriores tres: “los otros” versus “los náufragos”, “el pasado” versus “el presente”, “la isla” versus “el mundo”. Se verá una multitud de flash forwards (saltos al futuro) con algunos de los personajes (entre ellos Jack –Mathew Foxx– y Kate –Evangeline Lilly–) en situaciones clave sobre su regreso al mundo. Lo nuevo de Abrams es difuminar todo el cuentito, poblarlo de nuevos hostiles de quienes se ignora procedencia y motivaciones, abriendo zonas de misterio que se devoran la linealidad del eje argumental (siempre interferido por vacíos), hasta llevar la trama al terreno menos previsible del grotesco o el fresco onírico. Se podría arriesgar que la cuarta (en un paralelo con la obra de David Lynch) estaría más cerca del fresco onírico de Imperio que del realismo enrarecido de Twin Peaks.
Defraudación
Y pese a todo lo expuesto, J. J. Abrams sigue resistiéndose a copiarse a sí mismo y, entonces, hace fuerza para que la historia del monstruo se sitúe en el corazón de la vida cotidiana en las ciudades, menos como expresión de una naturaleza enloquecida que como síntesis del caos urbano; menos como traslado a otro mundo que como infiltración del terror en el corazón de la city. Lost es centrífuga: saca a sus personajes y sus conflictos tan lejos que ni siquiera esa isla figura en un mapa de coordenadas convencionales. Cloverfield ancla en lo real más próximo, en una Nueva York sin Torres Gemelas, donde lo que hay que derribar es el puente de Brooklyn, y una masacre ocurre delante de la Biblioteca Nacional (ya Roland Emmerich se había ensañado en El día después de mañana con el edificio). Abrams defrauda sistemáticamemte géneros clásicos; cuando empieza, su película es una comedia romántica. El chico es fóbico luego de la primera cita sexual; ella llegó a su cumpleaños con otro; parecen criaturas salidas de Felicity –otra creación de Abrams–, donde el enigma es si ella gusta de él y si él dejará a su nueva novia.
Luego pondrá a los cándidos a escapar, en una fuga emparentada con precuelas (si existieran) de Exterminio o Soy leyenda. El desfasaje entre “los despreocupados” y el horror descomunal asegura no caer en la siesta de los apocalipsis iguales a sí mismos y multiplicados al infinito, en la pantalla y en los libros. ¿Existe fórmula para tal cosa? El propio Abrams asume la condición pautada de su metodología: “Es mezclar piedras con mantequilla”, argumenta. “Toma una película de género, añádele un monstruo y tendrás mi película favorita de todos los tiempos”.
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