Jue 13.03.2008
espectaculos

JORGE GUINZBURG, UNA FIGURA IRREPETIBLE DEL MEDIO ARGENTINO

Mucho más que un bigote célebre

El 12 de marzo de 2008 quedará en la memoria colectiva como una de esas fechas que nadie olvida, en la que todos recuerdan qué estaban haciendo al enterarse de su muerte: otra demostración de la marca registrada que dejó Guinzburg.

› Por Emanuel Respighi

Tal vez sea ese poco más de metro y medio de altura que la naturaleza le ofreció como coraza para enfrentar las vicisitudes de la vida lo que lo llevó a convertirse en un experto en el arte de la palabra. Lejos de que su pequeña contextura física se convirtiera en una limitación, Jorge Guinzburg supo desde adolescente que la única manera de hacerse grande era sacando afuera todo el exquisito, sensible y sobre todo gracioso mundo interior que conservaba dentro de aquel frasco chico que parecía inmovilizarlo. Y vaya si lo logró: a fuerza de una fina mirada sobre la realidad y una enorme capacidad para el humor repentino, Guinzburg fue una de esas pocas personas con la facultad de hacer reír a la señora de alta sociedad, el jubilado de barrio, la adolescente moderna y hasta el niño más ingenuo. Un pequeño gigante de la radio, la televisión y la gráfica que murió ayer a los 59 años, a raíz de una infección pulmonar de larga data que había recrudecido en los últimos días.

El 12 de marzo de 2008 quedará en la memoria colectiva como la fecha de una de esas muertes en la que todo el mundo recuerda qué era lo que estaba haciendo al momento de conocer la noticia, aun con el paso del tiempo y la pérdida de la memoria que traen los años. Es que Guinzburg –como Alberto Olmedo, Juan Carlos Altavista o Roberto Fontanarrosa, otros grandes humoristas que se fueron más pronto que tarde– alcanzó a ocupar un lugar importante en la cultura popular argentina de las últimas décadas. Su fino poder de observación sobre la realidad y su enorme talento para hacer reír –como guionista, actor o conductor– lo llevaron a conformar un estilo único, reconocido y admirado por propios y extraños.

Arropado con un gran sentido del humor, que salvo excepciones vencía la dureza de su carácter a la hora de trabajar, Guinzburg manejaba a la perfección el don de la ironía para abordar la realidad y satirizarla, sin llegar a frivolizarla. Porque si bien hizo del humor una forma de vida (o un mecanismo para enfrentarla), no dejaba nunca que su facilidad para el chiste repentino lo hiciera pasarse de la raya. Aunque no lo pareciera por el clima que se vivía en sus programas (desde En ayunas, El ventilador o Vitamina G en radio, hasta La noticia rebelde, La Biblia y el calefón o Mañanas informales), Guinzburg sabía perfectamente cuál era el límite para el humor. Esa virtud, conjugada con la credibilidad y la independencia de opinión que construyó a lo largo de su trayectoria, le hizo ganar el respeto de todos. No sólo fue el interés de la audiencia lo que hizo que ayer todos los canales de aire y las señales informativas nacionales de cable transmitieran con pesar la noticia a lo largo de todo el día.

El preguntón

Antes de convertirse en un gran entrevistador, talentoso como pocos para pasar de la faceta más frívola de quien tuviera enfrente a hacerle confesar aspectos desconocidos de su intimidad, Guinzburg intentó –en vano– convertirse en abogado en la Facultad de Derecho. Pero su sueño duró poco y dejó abogacía ante el aburrimiento que les provocaba a él y a su amigo y compañero Carlos Abrevaya la carrera que equívocamente habían elegido. Luego de cursar el Profesorado de Arte Dramático, mientras ejercitaba el oficio de parlar a bordo de un taxi con el que se ganaba la vida, el petiso hizo su ingreso a los medios en 1971, cuando se enteró de que Juan Carlos Mareco andaba buscando un libretista para Pinocheando por Rivadavia, el ciclo radial que conducía. Esa carta de presentación, con Abrevaya como coequiper, fue el primer paso para que la dupla llegara como guionistas de humor a Fontana show, el programa más escuchado de la radiofonía por aquellos años.

Su oficio para el humor lo llevó a ser convocado para trabajar en Satiricón, en donde terminó de instalarse en el medio periodístico con reportajes que combinaban desparpajo y profundidad. La apertura democrática lo encontró al frente de varios programas de radio, entre ellos En ayunas, Despabilándose con Jorge Guinzburg, El día menos pensado y El ventilador, probablemente el ciclo más recordado en el éter, acompañado por Carlos Ulanovsky y Adolfo Castelo, entre otros. Su última incursión radial fue hace un par de años, cuando encabezó en Radio Mitre Vitamina G.

Pero el lugar en el que el petiso iba a terminar de mostrar todo su talento e inteligencia para cruzar el humor y el periodismo iba a ser el televisivo, el medio que más tarde lo adoptó y en el que más huella dejó a lo largo de su prolífica carrera. Su debut en la pantalla chica no iba a pasar inadvertido para la historia del medio: junto a Abrevaya, Adolfo Castelo y Raúl Becerra, Guinzburg instaló definitivamente el humor político en la televisión con el recordado La noticia rebelde, en 1986. El ciclo de ATC, que perfeccionaba el abordaje de la realidad esbozado en 1982 por Semanario insólito, se convertiría en un fenómeno de la época con filosas entrevistas a políticos y secciones como “Pasando revista”, donde analizaban con humor las contradicciones de la prensa escrita. La noticia rebelde marcó un antes y un después en la TV local, a la vez que fue el primer antecedente del ingreso definitivo a la arena mediática de los políticos, quienes se exponían con gusto a La pregunta para romper el cubito, aun cuando la mayoría no salía bien parado de ella.

En 1988, tras el alejamiento de La noticia..., Guinzburg insistió con el periodismo televisivo signado por el humor con Sin red (El show de los enanos malditos), acompañado por un equipo en el que estaban Los Vergara, Pipo Cipollatti, Daniel Dátola y Becerra, entre otros. El ciclo, que paradójicamente le ganaba en su franja horaria a un remozado La noticia..., sin embargo iba a levantarse del 13 a los pocos meses, no sin sospechas de censura. Como una forma de seguir trabajando, ese mismo año Guinzburg y Becerra encabezaron La casita del placer Hitachi, una suerte de game show que duró poco y nada en ATC.

Risas en el living

Alejándose del periodismo, pero no de la sátira, en 1990 Guinzburg volvió a renovar la TV con Peor es nada, el programa de humor en el que escribía los guiones y componía toda clase de personajes. Marcando el debut televisivo del músico Horacio Fontova, con las participaciones de Ana Acosta y Claudia Fontán, Peor es nada se transformó en un éxito durante cinco temporadas, con una galería de sketches que parodiaban programas y personajes del momento. Aún hoy se recuerdan creaciones como El club dos con cincuenta, La bola está de fiesta, Póntelo, Pónselo, Los garfios mágicos y Detorpes en acción, todos creados por Guinzburg. Además, el petiso se daba el gusto de darle cierto lugar a su faceta como periodista, entrevistando a diferentes personalidades de la cultura, el espectáculo y la política nacional. “¿Cómo fue tu primera vez?”, una pregunta que hoy parece tan ingenua pero que para entonces era transgresora, se convirtió en parte de la agenda nacional del día después de la emisión de Peor es nada.

Tras el éxito y la exposición de Peor es nada, que incluso recibió una querella del Ejército por el sketch Kuwait, primer pelotón argentino, Guinzburg decide desandar otros caminos y bajar el perfil. Así, el conductor ingresó a TN con un ciclo de reportajes (Ilustres y desconocidos) y años más tarde escribió los libros de No todo es noticia, una telecomedia “distinta” en la que Luisina Brando interpretaba a una conductora de un noticiero de TV agobiada por su trabajo. Recién en 1995 Guinzburg retornó a las grandes ligas televisivas con el fallido Buenos muchachos, una especie de magazine en Canal 9 con Castelo, Fontova, Elizabeth Vernaci y el debut de Matías Martin.

Tras hacer sin gran repercusión Tres tristes tigres en el 13 con los ex Midachi Dady Brieva y Chino Volpato, Guinzburg volvió a dar en la tecla televisiva cuando en 1998 crea La Biblia y el calefón, a la vez que abre su propia productora. El ciclo, que comenzó en América TV y tuvo una segunda etapa en el 13, no era muy diferente a otros programas en los que se entrevista a famosos. Sin embargo, el talento para la repentización de Guinzburg y el clima que armaba en el piso, hizo de esa fórmula tan transitada en la TV un espacio único en el que confesaron sus cosas más íntimas buena parte de los artistas nacionales. Aun sabiendo que los iba a poner incómodos, todos se sometían a los reportajes de Guinzburg, quien podía preguntar lo que quería porque no tenía otras intenciones más allá de su propia inquietud. La Biblia... tuvo una última temporada este verano y, paradójicamente, probablemente haya sido la mejor.

La misma idea de “tratar de hacer algo nuevo” que signó su trayectoria lo llevó, en 2005, a recuperar las mañanas televisivas con Mañanas informales, un magazine en el que vovió a aplicar su fórmula televisiva: armar un equipo de profesionales que tuvieran química en cámara para divertir a la gente, pero que poseyeran pensamientos heterogéneos para enriquecer los debates. Así, con su última criatura televisiva, que el lunes retorna al 13, Guinzburg volvió a demostrar que el humor y la reflexión pueden ir de la mano. Sin perder la rigurosidad periodística ni el oportuno humor que el petiso mantuvo hasta sus últimas apariciones en la pantalla.

No fue casual: ayer, una enorme cantidad de personajes del mundo del espectáculo quiso decir algo, hacer catarsis. Y todos coincidían en el mismo concepto: lo vamos a extrañar, no habrá otro igual. Imposible terminar estas líneas de otra manera.

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