Sábado, 15 de marzo de 2008 | Hoy
LEANDRO AVALOS BLACHA, AUTOR DE BERAZACHUSSETTS, UN LIBRO NADA CONVENCIONAL
Su novela fue publicada después de haber recibido el premio Indio Rico. Según el jurado, integrado por César Aira, Daniel Link y Alan Pauls, “supo combinar la cultura chatarra con la geografía del conurbano bonaerense”.
Por Facundo García
En los suburbios están sucediendo cosas raras. A la aparición de una obesa zombie punk se suma una patota de “chicos bien” que disfrutan corriendo en sus autazos y obligando a pobres diablos a salir a violar mujeres bajo la amenaza de matarles la familia. Con éste y otros sopapos al lector arranca Berazachussetts, la novela que acaba de editar Editorial Entropía después de que César Aira, Daniel Link y Alan Pauls decidieran otorgarle el premio Indio Rico. Desde el principio, el texto de Leandro Avalos Blacha pone a andar una centrifugadora en la que cierta mirada cínica sobre Argentina da vueltas junto a fantasías dignas del pulp desbocado. En una pausa del frenesí y con los pasillos de un cementerio como catalizador de la palabra, el autor nacido en Quilmes en 1980 revela cómo fue insuflando vida a las criaturas literarias que corren de un extremo al otro de su relato.
–Berazachussetts, ya desde su título, habla de una especie de pegoteo entre lo local –en la evidente referencia a un partido del Gran Buenos Aires– y lo externo...
–El título viene de un nombre que circula bastante en la zona sur del conurbano. Decís “tengo que ir a Berazachussetts” y todo el mundo sabe a qué te referís. Pero al mismo tiempo tiene que ver con cierta tensión que quise introducir. Casi todos mis personajes tienen una especie de modelo a alcanzar, incluso en lo que respecta a su ciudad. No son moldes que ellos hayan elegido del todo. Quieren, por ejemplo, que su barrio sea más “invernal”, que tenga nieve como Nueva York; o van a un country, pero buscan decorarlo con palanganas donde se pueda poner las patas en agua salada. En ese intento por ser lo que no son terminan volviéndose grotescos. Y creo que esa sensación mía tiene que ver con la idea tan común de que somos “el país más europeo de América latina”. Basta que llueva un poquito para que las viejas digan “Uh...Buenos Aires se parece a Londres”. Cuando se inunda, no falta el “¡Parece Venecia!”. Nunca se intenta encontrar qué somos en el fondo, más bien se imita. Con resultados pésimos, claro.
–La idea de barrios en los que reina el caos recuerda al clima que se vivía en 2001. Lo que llama la atención es que en su novela, que relata una hecatombe social, el avance de la inquietud se vincula con la “zombificación” de las masas. ¿Hay allí una metáfora o se trata de meros recursos artísticos?
–En la historia que cuento los zombies descontrolan, pero en el fondo son víctimas del abuso de los que tienen el poder. En ese sentido, creo que el 2001 aparece casi inevitablemente. Fue un período que marcó a fuego a nuestra generación, y de una u otra forma se nos impone como tema recurrente a los escritores jóvenes. Tengo el recuerdo de haber ido aquel diciembre en un Ford Fairlane a dejar currículums a Tower Records...te das cuenta: un lugar que ya no existe más. Pasamos por Dock Sud, entramos en el Centro...era como estar yendo hacia la nada, directo al derrumbe total. En Berazachussetts hay algo de esa sensación, pero una cosa similar pasa en buena parte de lo escrito desde fines de los noventa. Ahora me acuerdo, por ejemplo, de El año del desierto, de Pedro Mairal, pero hay más.
Al momento de premiar a Avalos Blacha, Aira, Link y Pauls afirmaron que “con un estilo desenvuelto y corrosivo, tritura las convenciones del género y hace coincidir los motivos más emblemáticos de la cultura chatarra con la geografía del conurbano bonaerense”. Reconocían así la valentía de un autor que hace alquimia con estéticas diversas, contrabandeando por rutas de realidad y ficción. En su mundo, las compras se hacen pagando con “patachussetts” y la mugre no ahuyenta a los bañistas del Rin de La Plata. También ingresan, cada tanto, seres reales. Y cuáles: al escritor no le tembló el pulso cuando decidió poner a Lía Crucet y Sandra Smith a que dialogaran y cantaran “La pollera colorá” y “Lo nene con la nena” en uno de los momentos más bizarros de su ficción. No cualquiera se mete con esos escotes y sale para contarlo.
–Hace tres años, usted ganó el premio Nueva Narrativa Sudaca Border que entrega la editorial Eloísa Cartonera por su nouvelle Serialismo. Esta participación frecuente de estéticas “marginales” en su literatura, ¿es una elección o piensa que se trata de referencias imposibles de evitar para los escritores jóvenes?
–El premio que otorga Eloísa, así como las iniciativas de Estación Pringles, Carne Argentina, Mansalva y otros emprendimientos, están señalando que hoy tenemos una mirada un poco más abierta. Personalmente, pienso que –más allá de preguntarse si se pueden o no evitar referencias a la tele o lo que sea–, el desafío es ir más allá del sentido paródico cuando das cabida a estilos o modos de vivir distintos. Puede ser sumamente enriquecedor desprejuiciar la perspectiva y ver qué nutrientes hay en esas periferias. Alberto Laiseca es uno de los que sabe más de eso.
–Una de las protagonistas de Berazachussetts es Trash, zombie obesa que no se parece a ningún modelo de monstruo que haya mostrado la industria. Pasea por la calle, busca cosas para divertirse, hace amistad con los vecinos...
–Trash aparece en El regreso de los muertos vivos (Dan O’Bannon, 1985). Lo que pasa es que en el film ella es una punkie joven que baila en tetas sobre las tumbas, y yo quise agarrarla hoy, es decir, en otra etapa de su existencia. Gorda y zombificada, en la novela figura vestida igual que en el film, y todavía capaz de bailar en tetas. Aunque ha desarrollado otros intereses...incluso se pone a practicar Tai Chi por la mañana.
–Ha crecido... es una muerta que paradójicamente está más “viva” que los demás. Al mismo tiempo, también trabajó con otros “outsiders” que incomodan la buena conciencia de la clase media, como los negros y los paralíticos. En esos puntos usted parece evitar los lugares comunes e incluso a veces da la impresión de que va en sentido contrario a la corrección política...
–Hay que tener cuidado, porque la discriminación a veces viene disfrazada. Con respecto a la gente que anda en silla de ruedas o tiene equis problema físico, me molesta mucho y me parece tremenda esa condescendencia con que se los mira. Se los considera como si no pudieran ser crueles o tener sentimientos oscuros. ¿Por qué una persona no puede ser mala por el simple hecho de andar en silla de ruedas? Es una posibilidad humana, no se le puede negar esa elección. Hacerlo es segregarlos. Esa postura personal –y la admiración por autores como Céline– influyeron en mi escritura.
Dicen que en los cementerios hay tipos que por la tarde retiran las flores que quedaron junto a las lápidas en los entierros de la mañana. Hacen su cosecha y a última hora revenden todo en la zona del centro. Así, la inocente plantita que vibró temprano en una tumba puede terminar el día en la mesa de una cena romántica, entre las manos de una chica voluptuosa. Cuando han pasado las siete de la tarde, no obstante, no parece haber “recolectores” en la zona de los nichos, y Avalos Blacha recorre solo el camino hacia las salidas del camposanto. Están todas cerradas. Más que la entrevista, el eje del encuentro empieza a ser la desesperación por encontrar un sereno que abra la puerta lo antes posible.
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