Dom 23.03.2008
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VISITA AL CORAZON DEL INSTITUTO NACIONAL DEL AUDIOVISUAL

La memoria del mundo vive a veinte kilómetros de París

Nacido en 1975, el INA se dedica a restaurar viejos archivos en formatos perimidos y registra 24 horas al día las emisiones de 70 canales de TV y 20 radios: un paseo por las tierras de asombro de la NASA del audiovisual.

› Por Eduardo Fabregat

Desde París

Es el sueño delirante del consumidor compulsivo de medios, del archivista obsesivo, del historiador minucioso seducido por la idea de un registro incorruptible de todo testimonio de este tiempo. Es la NASA del audiovisual: en un complejo de edificios en Bry-sur-Marne, en las afueras de París, el Institut National de l’Audiovisuel pone en práctica la ambiciosa idea de registrarlo todo, de resguardar el pasado, de generar una memoria del mundo y guardarla de una forma duradera... y con copias de respaldo. Para quien llega de un país donde la conservación de la memoria fue siempre una cuestión extremadamente frágil, entrar en el INA es pisar tierras de asombro y admiración. Allí se graban las 24 horas de más de 70 canales de televisión y 20 estaciones de radio. Allí se conservan –hasta la fecha, porque el rescate es permanente– más de tres millones y medio de horas correspondientes a 70 años de radio y 60 de TV, y más de un millón de documentos fotográficos. Y ésa es sólo una de las puntas de la madeja.

El Instituto nació en 1975, cuando se atomizó el Oficio de Radio y TV francesa y quedaron separados los canales de radio y TV en diferentes sociedades del Estado. En ese momento quedó una serie de actividades sin lugar fijo: el registro y administración de archivos, la formación profesional, la investigación, la producción musical y la producción audiovisual experimental, que se concentraron en el INA. A mediados de los ’90, las posibilidades que ofrecía el mundo digital permitieron darle curso a una preocupación cada vez mayor sobre la forma de conservar los archivos, hacer que ese patrimonio no se diluyera por el paso del tiempo: la transferencia de objetos analógicos a menudo frágiles a archivos digitales abrió un nuevo campo, permitió que una idea en el pasado delirante se convirtiera en posibilidad franca.

Por la misma época, además, hubo un cambio de filosofía sobre el uso de ese archivo. “Los países tienen en general un concepto cerrado del archivo –dice el argentino Daniel Teruggi, uno de los directores de Investigación del INA–. Tienen sus archivos nacionales que guardan la memoria del país, y entonces la guardan muy bien, la cierran y no dejan entrar a nadie, salvo excepciones. Aquí es muy distinto, porque ese archivo representa la vida de un país, la historia estratificada día tras día. Hace 10 años, el INA cambió su filosofía, se dio cuenta de la importancia que tiene no sólo conservar ese fondo sino también hacerlo accesible, darlo a conocer al público. Ahí es donde se convierte en un servicio.”

Desde entonces, y a medida que las cintas analógicas se convertían en archivos digitales (protegidos por un sistema de “huella digital” desarrollado en el mismo Instituto), el INA puso en marcha dos sitios de Internet, uno de acceso público (disponible en www.ina.fr) y otro reservado exclusivamente a profesionales, www.inamedia.com, además de la Inateca (www.ina.fr/inatheque) donde se concentra el depósito legal, una misión que el Estado encargó al INA para preservar la memoria audiovisual producida en Francia (y que, obviamente, no se circunscribe sólo a la actualidad nacional), una iniciativa que encararon sólo cinco países en todo el mundo. Constituido como empresa pública, comercial e industrial, el instituto cuenta con un presupuesto de 150 millones de euros anuales, del cual el 60% es provisto por el Estado: el 40% restante surge de la comercialización de archivos (ver aparte), las labores de investigación y la formación de profesionales técnicos en la escuela Ina’Sup, que para Teruggi es inseparable de las tareas de restauración de viejos materiales y registro de los actuales: “Conservamos la memoria audiovisual pero también la memoria técnica, porque no podemos acceder a la memoria audiovisual sin la intermediación de lo técnico. El modo de acceder forma parte de nuestro patrimonio”. Ahora bien, ¿cómo se lleva a cabo la titánica tarea de conservarlo todo? “Bueno, ahora vamos a visitar la planta”, dice Teruggi. Y empieza el paseo por la NASA.

Hombres y robots

Para concentrar todo el material restaurado de viejos formatos y archivado de las emisiones diarias de radio y TV, el INA apela a una tecnología que haría babear a cualquier técnico medianamente informado. Basta decir que en la actualidad se utiliza un tipo de “casete” capaz de almacenar archivos digitales con una capacidad de 1,3 petabyte (es decir 1000 terabytes; cada tera suma 1000 gigabytes): en el centro de almacenamiento, unos cubículos cerrados de cerca de diez metros de largo guardan cientos y cientos de esos “casetes”, que un brazo robotizado va extrayendo, decodificando y volviendo a colocar en su lugar para cumplir con los cientos de pedidos de los clientes del instituto, que pueden ser profesionales de la TV o investigadores que buscan material para proyectos especiales en la Inateca. La tarea de restauración implicó adaptar incluso máquinas para poder convertir viejas cintas de 1, 2 y 3/4 de pulgada en files, o extraños artilugios que permiten leer un disco de pasta estragado por el tiempo sin siquiera tocarlo.

Un piso más arriba de esa central, las áreas de registro dan otra demostración del casamiento entre hombres y robots. En el INA abundan los técnicos, pero la enormidad de la tarea obliga a un sistema automatizado que garantice esa grabación y clasificación permanente. Así, la sala de TV es un abigarrado conjunto de pequeñas pantallas que señalizan todo lo que se emite en 70 canales (que serán 110 para 2010), mientras incontables filas de CPU dobles trabajan sin descanso: una registra, almacena y cambia discos DVD automáticamente, mientras que la otra oficia de respaldo “por las dudas”: si la grabación no presentó problemas, la segunda CPU se resetea para volver a comenzar. El panorama se repite en la sala de radio, donde dos CPU registran lo que sucede en cada una de las 20 emisoras: además de los archivos en alta y baja resolución (para el sitio de Internet o para utilización profesional) que se generan en la central de almacenaje, el circuito se completa con una serie de máquinas que imprimen constantemente DVD de respaldo.

De esa manera, el Institut genera un banco de riqueza incalculable, que incluye todas las notas documentales sobre cada emisión, trabaja en colaboración con la Biblioteca Nacional francesa para el registro de textos y empieza a encarar el ambicioso proyecto de “peinar” emisiones radio y TV por sitios franceses de Internet. El mundo puede darse el lujo de perder la memoria: todo está guardado a escasos 30 minutos de París.

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