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Lunes, 14 de abril de 2008

UN VISTAZO A TRES PELíCULAS EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL DEL FESTIVAL

De orientales, alemanes y paranoicos

Help me Eros (Lee kang-sheng), Yo (Rafa Cortés) y Los paranoicos (Gabriel Medina) mostraron tres climas bien diferentes.

 Por Horacio Bernades

Help Me Eros, que por estos días se presenta en competencia internacional del Bafici, transcurre en una Taiwan desoladora, en la que todo el mundo parecería vivir metido en su pecera. Está protagonizada por Lee Khang-sheng, inconfundible protagonista de El río, de ¿Y allí qué hora es?, de Goodbye Dragon Inn, de La nube errante. Es tristísima pero cargada de una extraña jovialidad, está llena de objetos raros y preñados de sentido, puntuada por números musicales imprevisibles. Si el lector supone que Help Me Eros es la nueva de Tsai Ming-liang, supone bien. Pero se equivoca. Help Me Eros es la segunda que dirige el propio Lee Khang-sheng, que entró al cine de la mano de aquél cuando tenía poco más de veinte años y ahora, a los 40, sigue estrechamente ligado a su mentor, casi como si fueran dos caras de una sola persona.

En Help Me Eros Khang-sheng es Ah Jie, un muchacho ganado por la melancolía, tal vez porque perdió en la Bolsa todo lo que tenía. Le queda, como único consuelo, una plantación de marihuana que tiene en un invernadero, que instaló vaya a saber cómo en su departamento del centro de Taipei. No, único consuelo no: Ah Jie acaba de hacerse amigo de una hermosa corista, y junto a ella y algunas compañeras de trabajo probarán todas las combinaciones sexuales que los números 3, 4 y 5 permiten intentar. Con Tsai Ming-liang en producción ejecutiva y diseño de producción, con Liao Pen-jung, su director de fotografía de toda la vida, ocupando una vez más ese rol, Help Me Eros se parece tanto como no se parece a sus propias películas. A la luz de ella (dicen los que vieron la anterior The Missing que no era muy distinta), se diría que Lee Khang-sheng es, en tal caso, la versión lúdica, humorística y hedonista de su maestro. Si se prefiere, la juguetona Eliza de ese Henry Higgins existencial llamado Tsai.

Al comienzo de Yo, el protagonista recorre las laberínticas callejuelas de un pueblito mallorquí sin poder orientarse. Es lo que le sucederá a lo largo de los noventa y pico de minutos restantes, haciendo que el pronombre del título dé la sensación de estar a punto de caer despedazado. El alemán Hans (el catalán Alex Brendemühl, protagonista de Las horas del día y aquí coguionista) viene a trabajar a casa de otro alemán, reemplazando a un tercer alemán que no se sabe si murió, se fue o desapareció. Y que se llamaba Hans, igual que él. Si la ópera prima del mallorquí Rafa Cortés recuerda a El inquilino, de Polanski, es por esa sensación de conspiración que ambas saben inocular, supuestamente dirigida a que el protagonista repita la suerte de quien lo antecedió.

Todo lo que le pasa a Hans tiene un aire extraño, ya se trate de las excentricidades del ricachón que lo contrata, del cuelgue tilingo de su esposa, del carácter poco amigable o excesivamente amigable de la gente del lugar. Y hasta de sus propias reacciones, que pasan de una gentil timidez a una creciente violencia. Para que la cosa funcionara se requería un actor entregado por completo a su personaje y una puesta en escena que transmitiera su desconcierto. Confirmando a Alex Brendemühl como un actor notable, Yo deja ver en Rafa Cortés un narrador que advierte la necesidad de fragmentar el espacio, recortarlo como un rompecabezas, para que el espectador se extravíe. Queda flotando la pregunta de si todo no será un muy bien armado jueguito de salón, parecido a ese truc que juegan los pueblerinos, y que obliga a replantearse el origen nativo de nuestro truco.

Hay quienes aconsejan ver Los paranoicos, debut del porteño Gabriel Medina, como roman-à-clef. El realizador habría expurgado en ella la relación de amor-odio que tuvo alguna vez (o todavía tiene, los informantes no tienen tanta precisión) con cierto colega consagrado, autor de una exitosísima comedia policial de TV. Más allá de la chismología, el protagonista, Gauna (la presencia de Daniel Hendler parece casi una cita a El fondo del mar, de Damián Szifron), es uno de esos chicos-ostra (aunque Hendler hace rato que dejó de ser chico) que viven metidos en su propio caparazón. Frente a él se yergue su ominoso otro yo, Manuel Sinovieck (Walter Jakob), que acaba de llegar de España, donde su serie es todo un éxito. Entre ambos, Sofía, novia de Manuel, (Jazmín Stuart) da toda la sensación de que algo quiere con Gauna. Pero Gauna no parece dispuesto a darse por enterado.

Producto de la identificación entre autor y personaje, Los paranoicos parece una película tan a media agua como su protagonista, pegoteándose con él en lugar de observarlo. Cuando Gauna se pone loco, la película también. En esos momentos la cosa cobra una energía que en el resto del metraje se extraña, como cuando Gauna le parte la nuez de Adán a un amigo o cuando se pone a romper botellas de vino picado que un chino le vendió. Esa voluntad de ruptura con la medianía se hace más manifiesta en el momento en que Gauna y Sofía se dejan arrastrar, en una disco, por el energético pop de un grupo que suena a Leo García. Pero es la última secuencia, con lo cual Los paranoicos produce la paradójica sensación de ser una película que empieza cuando está terminando.

* Help Me Eros se proyectará por última vez hoy a las 20.15 en el Atlas Santa Fe 1. Yo se verá hoy a las 16 en el Hoyts 10 y mañana a las 18.15 en el Atlas Santa Fe 1. Los paranoicos, por última vez hoy a las 17.45 en el Teatro 25 de Mayo.

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Help me Eros, segunda película de Kang-sheng, tristísima pero a la vez cargada de una extraña jovialidad.
 
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