EL PúBLICO EN PRIVADO: RETRATOS DEL CONSUMIDOR CULTURAL
En esta entrega, un personaje que mantiene fresco el recuerdo del Quilmes Rock, profesando todo el año fascinación por su evento de cabecera: el show de bandas internacionales auspiciado por marcas de gaseosa, cerveza o celular.
› Por Julián Gorodischer
Se lo reconoce por la capacidad para ahorrar un mes tras otro anticipándose a su cita frente a la banda internacional que todo el tiempo está por llegar a la Argentina, ahora que los recitales con sponsor son un “básico” del negocio del show que impone hábitos a los seguidores desde Beastie Boys a Korn, tal el espectro que abarcan los gustos de Gabriel D’Alema. Como consumado recitalero con sponsor, cumple con algunas condiciones colectivas: voluntad a prueba de la privación de salir a comer afuera o al cine, para así llegar a los 130 a 300 pesos que vale una de las fechas del Quilmes Rock, o del Pepsi Music o quizá del Personal, en promedio. Todavía lleva en su memoria los ecos del Quilmes Rock, que terminó la semana pasada y, a pesar de comentar el “mal sonido” que primó en el show de Carajo, sólo podría dedicarle elogios: “Los instrumentos se pisaban, pero la banda le puso todas las ganas”.
El recitalero con sponsor sigue a sus artistas favoritos aun estando casado hace seis años. Es un moderado: hace rato que difuminó el estilo metalero (en este caso) antes bien delineado, que caracterizó a su adolescencia en los primeros noventa. El aglutinamiento de artistas para abaratar costos y convocar a más gente le incrementó la tolerancia, e hizo reventar para siempre el concepto de tribu. El recital los juntó a todos con todos en una fecha del Personal Fest (que llegó a ofrecer la misma noche desde el número de Gotan Project al de Snoop Dog). El recitalero con sponsor es más tolerante que sus precursores con otros equipos. “Mientras estás viendo a una banda –dice Gabriel– podés llegar a escuchar a gente que la abuchea. Hay gente que se va, o se pone a hacer otra cosa. Hay mucho alternativo dando vueltas, con muchos colores. Hacen lo que quieren, y eso me cae bien. Si sabés que te gusta una música no tenés por qué andar bardeando a otro.”
El recitalero con sponsor ama el nomadismo inherente a la libre circulación por un predio; se acostumbró a los espacios gigantes del estadio de fútbol o el club de fin de semana. No es un melancólico; no añora la escena íntima de antaño, ni el salón, ni la discoteca, ni el teatro. Creció durante los años ’90 afianzándose en la dificultad para acercarse a las afueras de la ciudad; se hizo a sí mismo en plena congestión de tránsito; aprendió a valorar menos el contacto directo y la definición visual de sus artistas que la pasión de una cancha entera gritando, en las fechas más metaleras, aunque el cantante quede chiquito y la pantalla gigante que mediatiza la experiencia (lo que quitaría fuerza, según el prejuicio) se vuelva condición imprescindible para disfrutar del show.
Lo más impactante –dice sobre la primera vez que pisó un recital con sponsor– era el escenario, y ver a los tipos gritando el nombre de su país. “El primero fue un Personal Fest. Pero no me convence que ahí se mezclen tanto las bandas. En el Quilmes intentan que la distribución sea un poco más coherente: una fecha para el rock, otra para el ska. Yo prefiero la fecha temática porque me gusta ver a bandas del mismo estilo. Prefiero instalarme adelante y acordarme bien de lo que viví. Del Quilmes me acuerdo todo, las ganas de Korn, y hasta al enfermero que le estaba dando oxígeno al cantante, que igualmente seguía con toda la furia. O verlo a Ozzy corriendo de lado a lado, nada que ver con el estado que tenía en el programa Los Osbourne.” En ese sentido, también rescata al Pepsi Music sobre el evento de la telefónica: “espacio grande, bandas afines”. Su paradoja –o la contradicción de su “estar en el mundo” que a esta altura es más una pincelada de color que un conflicto serio– es no tomar cerveza yendo al Quilmes Rock, o preferir la Seven Up siendo habitué del Pepsi Music. “Tengo un celular Personal –dice, a cambio–, pero porque mi señora también tiene uno y nos hacen descuento.”
La cuenta pendiente, esa zona irresuelta del recitalero con sponsor, es la cuestión del monto que paga por cada fecha y la privación que implica gastar tanto. Su estrategia de supervivencia es ir a un solo recital por marca, porque “cuando uno está casado no da para gastarse todo en recitales”. “Además –revela– yo tengo un perro y el perro vale más.” La disidencia con el importe que fija la organización se milita en silencio. “No hice reclamos: me parece muy caro pero uno sabe que está todo 3 a 1. Y los artistas no van a venir gratis. Por más que reclames no te van a dar pelota.”
El recital con sponsor –cree el recitalero– hizo mucho por la armonía entre los públicos, acostumbrando al heavy metal a pasar por una presentación de Miranda! sin que se desate una batalla campal. Sólo en un principio, con reminiscencias de su adolescencia en locales pequeños, se cuidaba un poco de los fans de otros grupos. Pero la fantasía de volver al recital más íntimo, a la escena privada de la banda de garage, no le atañe en la actualidad. “Las bandas que me gustan no tiene ese estilo. Son pura cancha, multitud y pogo. Pogo y ronda.” Se habituó a distribuirse en castas, presididas en dimensión del gasto y en confort por el habitante de la zona VIP. El recitalero con sponsor aceptó como natural la división que se impone a través de pulseritas de colores, que dejó de asociar a la cría de ganado, y empezó a considerar como un valor ornamental que a veces se sigue portando en la muñeca aun días después del recital. Que haya gente que mira mejor y de más cerca detrás de una valla o una soguita en un principio pudo generar en el recitalero con sponsor deseos de escupirlos o de tirar algún objeto, pero pronto aceptó la inequidad social como lo que toca a todas las esferas de la sociedad, no sólo a su evento. “El VIP me parece bien –asume Gabriel–; si alguien puede gastar esa plata para estar adelante que lo haga. Yo no lo haría; soy fanático pero no me sobra.”
La contención que le otorga la masa, la omnipresencia de guardias no armados, la estructura de isla protegida (al menos en lo visual) que adquiere el predio de un recital con sponsor, lo volvieron un ser poco cauteloso, bastante confiado, difícil de amedrentar incluso después de que en 2007 un fan del Personal Fest haya recibido una cuchillada durante un show de Snoop Dog. Los más veteranos entre los recitaleros con sponsor intentan, eso sí, filtrar en la escena propia de un parque de atracciones (desplazamiento constante, eventos simultáneos, posibilidad de elegir a qué dedicarse) algunas prácticas que los más jóvenes podrán considerar anacrónicas, como el pogo y la ronda, y que la organización desalienta sistemáticamente con llamados de atención y poca o nula venta de bebidas con alcohol, Pese a todo, se puede ver a los más viejos (en verdad, los de más de 25) empujándose, sin temer a las púas y las tachas que sobran en las fechas que Gabriel suele preferir a otras. “Y siempre sale alguno lastimado –admite el recitalero con sponsor–, pero no importa: son heridas de guerra.”
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