EL JAM DE ESCRITURA, UN ESPACIO DE IMPROVISACION LITERARIA
Un grupo de escritores se reúne, los miércoles en el Podestá, para bosquejar sus tramas a la vista del público.
› Por Facundo García
Son las diez de la noche y la puerta del boliche está cerradísima. Afuera, respirando la quema de los campos, empiezan a aparecer los asistentes al Jam de escritura que se organiza los miércoles en el Podestá (Armenia 1740). La visibilidad es tan mala en Palermo que los que llegan no se distinguen hasta que están casi pegados. Si hubiera un poco más de bruma, hasta cabría esperar que se produzca algún choque de cabezas. No pasa. Alguien alude al humo diciendo que “Dios se debe haber olvidado los bifes en la plancha”. Y el chiste es malo, pero los que están cerca no lo censuran. Sería mal comienzo para un evento de improvisación literaria.
Se trata de una actividad que, si bien no es nueva, ofrece elementos difíciles de encontrar en el sacudido presente de los productores/consumidores de textos. El concepto de “Jam” alude a la tradición improvisadora del jazz, en este caso aplicada a la actividad del escritor que proyecta sus palabras en pantalla gigante. La participación en vivo, la interacción con los espectadores y la experiencia de presenciar la cocina del proceso creativo son algunas promesas de la velada. Ya entre las mesas, la proporción de lentes con marco grueso y el look indie triplica la media nacional. Surge la música de DJ TEEM e inmediatamente una página en blanco se planta en la pared.
Desde un rincón, una silla solitaria parece esperar su par de nalgas, que finalmente se posan haciendo “pluf”. El ruido es un detalle, pero da cuenta de lo principal. Porque a diferencia de lo que pasa en los blogs u otras actividades en boga gracias a Internet, el que teclea esta vez estará ahí, podrá abrazar y besar a los lectores buena onda o darle una trompada a los comentaristas que se pongan pesados. Se sumará la posibilidad de asomarse a las idas y vueltas de la mente redactora, dimensión que generalmente se mantiene en secreto. Es, acaso, una posible versión del strip tease en la era de los cuerpos virtuales.
El que se anima al vacío es Hernán Vanoli, escritor y editor nacido en 1980. Después de un párrafo de precalentamiento, tipea: “El 25 de marzo de 2008, según el tipo que vino a remolcar mi auto junto a la ruta 152, volví a nacer”. La tertulia se silencia. Algo está pasando o está por pasar. Algo cuyo final aún no existe. El cursor va y vuelve. Se equivoca, se corrige, confunde la dirección de los acentos. Vanoli, alto y anguloso, escribe como un Chopin en penumbras, y a medida que desenrolla sus oraciones los que miran responden físicamente. Un punto y aparte hace que una chica se saque un zapato. Su pie sería la delicia del fetichista más exigente. De golpe y casi como si estuviera preparado, la página vuelve al vacío. Algún error de la máquina. El pie erótico se refugia en el calzado. Un técnico trae otra vez las letras. Ahora todos quieren conocer el destino de aquel hombre lastimado en el camino. En cambio, Vanoli se concentra en el modo en que “ella”, la otra protagonista de la historia, enfrentó el choque. “Por un segundo pensó que estaba muerta –escribe–. Una semana después, todavía tenía costra en las pestañas.”
Hay un aire de feria. El cañón de luz escupe preguntas para gente del palo. “¿Quién es el autor de Trilogía de la Muerte?”, pone algún improvisado Héctor Larrea literario. Unos gorditos levantan la mano como en el colegio, aunque con más pasión. El que gana se lleva varios libros. Oliverio Coelho, autor de Borneo (2004), Promesas Naturales (2006) e Ida (2008), anda merodeando. Ya frente a la notebook, opta por un tono más reflexivo. “El exilio como apropiación de la intimidad. Alguien que se exilia inventa de nuevo su intimidad. En realidad quien conquista el verdadero sentido de la intimidad es el extranjero”, analiza en uno de sus primeros renglones. A esa hora –el reloj acusa la una de la mañana– ya se ha establecido una forma de relacionarse con el torrente tipográfico. Las miradas son histéricas, van, descifran, se quedan en la oración hasta comprobar que el escritor sigue redactando y vuelven a la mesa, adonde se hacen anticipaciones o se comentan cosas que no tienen nada que ver con nada. En tanto, Coelho sigue ahí, azulado por efecto del monitor. Se queda hasta el final, aislado en su tecleo, con la alegría de un narrador tribal con chiche nuevo. El próximo miércoles 21 de abril a las 22 habrá otro Jam. Los invitados serán Pedro Mairal (Una noche con Sabrina Love, El año del desierto y Salvatierra, entre otros) y Samanta Schweblin (que acaba de ganar el Premio Casa de las Américas por la publicación de El Núcleo del disturbio). La entrada es libre y gratuita.
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