Martes, 11 de febrero de 2014 | Hoy
ARTE › MUESTRA DE HUGO ECHARRI SOBRE WOODY ALLEN EN EL CENTRO CULTURAL BORGES
Queremos tanto a Woody consta de veinticinco cuadros, una instalación y videos. Coincide con la polémica sobre el presunto abuso sexual cometido por Allen, y el artista plástico señala: “No se probó el hecho que se denuncia. En cambio, la que está probada es su obra”.
Por María Daniela Yaccar
Hugo Echarri –artista plástico, juez, músico, amante del cine de autor– no sabía lo que iba a pasar. No imaginaba que justo al momento de inaugurar su muestra Queremos tanto a Woody se reflotaría una vieja polémica y llamaría mucho la atención querer tanto a Woody. La noticia de esta exposición recorrió varios países, en parte por el rebote de un cable de la agencia Efe, que cubrió la conferencia de prensa de la inauguración. Mientras los coloridos cuadros inspirados en películas de Allen cuelgan de las paredes inmaculadas del Centro Cultural Borges (Viamonte 525), la batalla continúa. Dylan Farrow acusa y el director se defiende. “Por supuesto que no sé cuál es la realidad”, dice Echarri, con tono de decir lo obvio. “No conozco a Woody, conozco su obra, y la mía la homenajea. No se probó el hecho que se denuncia (el de abuso sexual). En cambio, la que está probada es su obra”, explica a Página/12. Y no agrega mucho más.
Quizá, ver la muestra por estos días invite a pensar en otras cosas más allá de en la inmensa cantidad de películas de Woody Allen y sus temas recurrentes. Se puede pensar, por ejemplo, qué relación existe entre la vida privada de un artista y su obra o cuál es el peso de una denuncia sobre todo lo que un hombre creó. Pero tal como están las cosas no se puede decir mucho más. Echarri es juez. Es alguien que trabaja para y confía en la Justicia. “Pero lo que pienso es de sentido común”, desliza. “Hace nueve meses que se fijó la fecha de inauguración y trabajé en esta serie dos años. Me sorprendió un poco todo lo que está pasando”, aclara, por si alguien piensa que hay algo de oportunismo en todo esto. Dice que en ningún momento se le ocurrió bajar los cuadros de Woody. El, que lo descubrió a los veintipico con Manhattan, lo sigue queriendo. Al menos por ahora.
Y todos los que lo quieran encontrarán en Queremos tanto a Woody una exposición que recorre pormenorizadamente gran parte de su cine, con veinticinco cuadros –muchos inspirados en fotogramas–, una instalación y videos musicalizados por el mismo Echarri, que empalman escenas de los films y dibujos. Es una muestra de espíritu pop, ultracolorida, en la que se recrean un sinfín de películas del estadounidense: Desmontando a Harry, Días de radio, Bananas, Annie Hall, Interiores, Zelig, Maridos y esposas, entre otras. Hay, también, alusión a dos grandes influencias: Groucho Marx, a color, y Sigmund Freud, en lápiz negro. Y medio arbitrariamente aparece en uno de los cuadros César Vallejo. Antojo del artista: “Quise unir el mundo anglosajón con el latinoamericano”, explica Echarri. También está Bergman en esta muestra, fundamental para el cine que parió Allen. Y el Woody músico, tocando el clarinete en dos obras de fondo rojo intenso.
“Allen ‘pinta’ los personajes urbanos que Echarri vuelve a pintar, pero desde otro formato”, escribió Diana Saiegh, la curadora, que compartió este trabajo con Virginia Fabri. El artista, cuyo vestuario oscuro y serio contrasta con la muestra, lleva a la cronista a recorrer el pabellón III y se detiene en un cuadro que dice que es particular, por el soporte en el que está hecho. El material se llama pet y permite que la imagen se vea desde atrás y desde adelante. “Lo usan los arquitectos para las ventanas de sus maquetas”, detalla. En la imagen están el Allen y la Farrow de Maridos y esposas, película conflictiva, la última en la que trabajaron juntos.
¿Por qué Woody? “Soy un amante del cine de autor”, se define Echarri, que el año pasado montó otra muestra en el Borges, sobre el Gauchito Gil. “Me gustan Fellini, Kurosawa, Kubrick y, por supuesto, Bergman. Los Taviani, los Coen, Clint Eastwood.” El director de Medianoche en París –que filma más o menos una película por año– le daba mucha tela para cortar. Pero, por otro lado, Echarri lo eligió porque considera que toca una fibra que tiene mucho que ver con la idiosincrasia porteña. “El nos habla de Nueva York, que es su ciudad, porque la mayor parte de sus obras transcurre ahí. Y nos habla de la clase media intelectual a la que pertenece. Nosotros, los porteños o los bonaerenses del Gran Buenos Aires (Echarri es de Morón), de clase media, tenemos muchas cosas en común con sus personajes. Somos bastante psicoanalíticos y su cine es un cine de diván”, sostiene el artista. Para él, Allen bucea “en el alma atribulada del hombre y la mujer que habitan los grandes conglomerados urbanos”. Ese es el concepto que está detrás de Queremos tanto a Woody. Después hay detalles personales, de identificación, como el hecho de que Echarri es hipocondríaco.
“Si alguien empieza a hablar de un problema pulmonar me duele el pecho”, dice. Echarri divide sus días entre varias pasiones: el Derecho (se dedica a lo contencioso administrativo en la provincia de Buenos Aires), la música y la pintura. También le gusta la poesía. Estudió con Helios Gagliardi, Bernardo di Bruno y René Pietrantonio. Se reivindica, no obstante, como un autodidacta, “que abreva en los viejos y nuevos maestros del dibujo y la pintura: Leonardo, Caravaggio, Turner, Van Gogh, Francis Bacon, entre los extranjeros, y Castagnino, Policastro, Raúl y Carlos Alonso, Guillermo Roux y Miguel Dávila, entre los nuestros”. “Trabajo todos los días, incluyendo sábados y domingos. Los fines de semana escribo sentencias, durante tres o cuatro horas cada día. Y después, durante tres o cuatro horas, me dedico al arte. Boceto mucho en la cama. Lo mío es una excepción, pero ha habido muchos jueces que se dedicaron al arte. Policastro no fue juez, pero fue toda la vida empleado del Poder Judicial. Juan Filloy era juez en Río Cuarto. Y Héctor Tizón, en el superior tribunal de Jujuy. Ser juez sirve de influencia”, sugiere.
“El derecho tiene que ver con las controversias humanas. Eso se filtra, consciente o inconscientemente, en mi obra. Una de las series en la que estoy trabajando se llama Vigilar y castigar. Obviamente, tiene como centro la obra de Foucault, su estudio sobre la represión del poder institucional en la Historia. Es bastante dramática porque muestro la violencia contra el ser humano. Pinté imágenes conocidas y otras que no. Hay represiones policiales y políticas”, adelanta. Otra serie que prepara está basada en obras literarias. Arrancó con La dama del perrito, de Chejov, y con Las venas abiertas de América latina.
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