Martes, 11 de febrero de 2014 | Hoy
CINE › CRIMSON GOLD, DE JAFAR PANAHI, PARA VER ONLINE
Aún está en cartelera Esto no es un film y acaba de realizarse una retrospectiva de todas las películas del cineasta iraní estrenadas aquí. Pero también puede verse, por Internet, este film que retrata el clima social y político que se vive en el país asiático.
Por Horacio Bernades
El cine iraní desapareció, como tal, hace más o menos una década. Algunos veteranos filman cada vez más espaciado (el caso de Mohsen Makhmalbaf, realizador clave durante las últimas décadas del siglo XX), otros lo hacen en el extranjero (notoriamente, Abbas Kiarostami, que rodó sus últimas películas en Italia y Japón), la generación intermedia (representada entre otros por Samira y Hana Makhmalbaf, hijas de Mohsen) ralentizó su marcha y, salvo la excepción de Asghar Farhadi (realizador de La separación), no han surgido nuevos cineastas. El de Jafar Panahi es un caso aparte. El más celebrado internacionalmente junto con Kiarostami, lo que detuvo a Panahi fue, literalmente, primero la censura gubernamental, luego la cárcel. Pero el hombre, tozudo como tantos protagonistas del cine iraní, se las arregló para seguir filmando. Las noticias más recientes indican que finalmente les habría torcido el brazo a los mismísimos ayatolás: acaban de ponerlo en libertad, por lo cual puede considerárselo en plena carrera otra vez.
Consecuencia de los premios ganados en todos los festivales más importantes (Cannes, Berlín, Venecia, Locarno) y la repercusión internacional de su nombre, la obra casi completa de Panahi (Teherán, 1960) se ha ido conociendo en la Argentina, donde se estrenaron, aunque en algunos casos con atraso, desde su ópera prima, El globo blanco (1995), hasta Esto no es un film (2011, actualmente en cartel en la sala BAMA Cine Arte). En esa misma sala acaba de tener lugar una retrospectiva de todas sus películas estrenadas en el país, que incluyen la notable El espejo (1997), El círculo (2000) y Offside (2006). Dos son las películas de Panahi que no han tenido estreno en la Argentina: la más reciente, Closed Curtain (2013), y Crimson Gold (2003), que obtuvo el premio mayor de la sección Un Certain Regard, del Festival de Cannes. Dado que es muy reciente, puede suponerse que Closed Curtain tal vez se estrene algún día. No así Crimson Gold, que tiene ya diez años. Premio consuelo, el de costumbre: buscarla en Internet, donde puede hallársela con subtítulos.
La obra de Panahi ofrece, hasta el momento, tres etapas bien marcadas. La primera, bajo la marcada influencia del primer Kiarostami, está protagonizada, en sucesión, por dos niñas sumamente obstinadas. Una de ellas está resuelta a comprar un pececito, aunque no tenga dinero para hacerlo (El globo blanco, con guión de Kiarostami), mientras que la otra huye del rodaje que protagonizaba, harta de ese asunto del cine, intentando volver a casa (El espejo). Ya se sabe: niños testarudos + documental urbano + metalingüística cinematográfica = Kiarostami. El primer corte en la carrera de Panahi lo marca El círculo, que inaugura una fase de tres películas, todas prohibidas en su país, que se extiende hasta Offside. La película del medio es Crimson Gold.
El realizador, profundamente disgustado por lo que sucede en su país, se vuelca al cine social y político, en la medida en que es posible hacerlo bajo una dictadura. Tanto El círculo como Offside representan sendas denuncias sobre la situación de la mujer, en ese territorio de fe mayoritariamente musulmana. Finalmente y luego de que el gobierno, considerándolo subversivo, dicta sobre él una medida de prisión domiciliaria (año 2010), sobreviene una tercera fase, que funciona como suma de las otras dos, al tratarse de películas políticas que reflexionan sobre su propia condición (la de las películas y la del realizador). Y que están protagonizadas ya no por niñas obstinadas sino por un hombre obstinado, llamado Jafar Panahi. Esta fase confirma el escaso respeto del realizador por las directivas de las autoridades. Además de la prisión domiciliaria, el gobierno de Mahmud Ahmadinejad había prohibido a Panahi dirigir cine durante veinte años. Medida a la cual el realizador contestó filmando dos películas, una tras otra.
Basada en un caso real, Crimson Gold es la segunda película del realizador que cuenta con guión de su amigo AK. El caso es el de un ex veterano de la guerra con Irak, humilde repartidor de pizzas, que un día quiso asaltar una joyería. El relato de Panahi es circular: comienza con el momento culminante, un absorbente plano fijo de más de tres minutos, que no deja dudas en cuanto a que lo que se va a ver es una tragedia. De allí el relato se retrotrae hasta un tiempo y “vuelve” a culminar el fatídico día del asalto a la joyería. El protagonista, Hussein, uno de esos grandotes silenciosos que más tarde volverían a materializarse en películas como la uruguaya Gigante (2009) y la argentina De martes a martes (2013), funciona como cifra del conflicto de clases en el Irán contemporáneo.
Regresado de la guerra e hinchado por la cortisona que toma para calmar los dolores, el único trabajo que Hussein encuentra es el de repartidor de pizza. Una suerte de Taxi Driver en motito. En un momento va a parar al departamento de un ricachón, que más que departamento parece un hotel de Las Vegas, y en alguna otra escena (la más larga de la película) tiene que quedarse esperando enfrente de un edificio, las cajas de pizza en la mano, porque hay un procedimiento militar. ¿Hubo algún robo en el edificio, un intento de asesinato, algún disidente para arrestar? No, hay una fiesta, y en el Irán de hasta hace unos meses (dicen que ahora la cosa se suavizó) estaba prohibida la música y el contacto público entre hombres y mujeres.
Pero la fiesta es privada... No importa: la policía se apuesta junto a la puerta del edificio, como si se tratara de una caza furtiva, y va deteniendo de a uno a los “infractores” que salen. Eventualmente, al padre de una chica le confiscan el celular, vaya a saberse por qué. Harto de esperar, Hussein se quiere ir. No puede: tiene que esperar que finalice el operativo. “El último terminó a las 4 de la mañana”, comenta un soldadito que acusa 18 años, pero tiene 15. En ese contexto y siguiendo a su cuñado, ladronzuelo de carteras, Hussein irá a parar a la joyería, curioso ante el hecho de que haya compatriotas capaces de gastar un millón de riales, o dos, en una pulsera. No terminará bien.
“En una sociedad como en la que yo vivo, cosas como éstas pasan todo el tiempo”, dijo en su momento Panahi al crítico estadounidense David Walsh. “Hay ciertos momentos en los que eso que sucede te golpea tan fuerte que te ponés a pensar que algo tenés que hacer. Me enteré de lo de Hussein un día en que Abbas Kiarostami inauguraba una muestra fotográfica, y me pegó tan fuerte que no me pude quedar en la galería de arte. Ni siquiera recuerdo qué sentí ese día, pero lo seguro es que, cuando me serené, decidí filmar ese caso.” Y lo hizo, de puro obstinado.
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