A los 12 años, Pablo Garber embolsaba discos de vinilo en el depósito del sello Trova. Era una changa que le había conseguido el padre para ocupar los huecos que provocaban los tiempos de parate escolar. “Era un trabajo automático y totalmente aburrido. Había una radio prendida todo el tiempo que no me interesaba y encima no podía escuchar lo que estaba embolsando”, evoca. Fue, aunque por la negativa, un indicio. El otro provino de clavar su mirada fija en las tapas y, previo permiso, arrancar el disco para escucharlo en casa. La época daba. Era a mediados de los ’70 y lo que el hoy fotógrafo profesional descubrió, changa mediante, fue Candiles (el impresionante disco de Aquelarre), alguno de Rita Lee, el primer registro en vivo del rock argentino (El acusticazo) y la Suite Troiliana, de Astor Piazzolla. “Fui conociendo músicas incentivado por las tapas de los discos y experimenté lo que toda mi generación... Uno quedaba atrapado y con la cara cubierta por la tapa del vinilo mientras escuchaba su música”, explica.

Así, con la cara oculta tras el cuadrado mágico con el que fantaseó más de una generación, aparecen los “modelos invisibles” que Garber convocó para que lo ayuden a concretar la muestra Ponete un disco, que expondrá hasta el 7 de octubre en la sala Prometeus del Centro Cultural Recoleta. “Se trata de honrar a los discos que escuchábamos en esa época, a través de sus tapas”, resume sobre la intención. La tarea es simple: Garber pide a sus modelos invisibles que vengan con su tapa preferida y los retrata en un lugar que connote actualidad y que, a su vez, tenga un nexo con lo que cada disco podría sugerir. Así aparecen, por caso, la portada del primer disco de La Máquina de Hacer Pájaros en movimiento, con palomas que vuelan de fondo en una plaza; el alucinado Steal Your Face, de Grateful Dead, cubriendo la cara de otro modelo invisible sentado en el borde de una pileta y rodeado de cactus diversos; la famosa despedida de Cream (Goodbye) sostenida por un destacado periodista de rock en un estudio de radio; la cubierta de Pequeñas Anécdotas sobre las Instituciones, de Sui Generis, sobre el rostro de otro modelo invisible y debajo del icono del civilizado Sarmiento que recibe a los alumnos del Colegio Pellegrini; la de Dark Side of the Moon, en un oscuro laboratorio de revelado. O Pearl, de Janis Joplin, ocultando la cara de una mujer en el Museo de la Memoria. “Podría no tener nada que ver, pero ahí hay una cosa de rebeldía, de marginalidad, de no ser aceptada, como le pasaba a Janis. Se puede conectar con los años de la represión”, sugiere el fotógrafo, docente de taller de ensayo fotográfico en el Centro Cultural Rojas.

Garber tiene pensado, como plus de la muestra, editar un libro en el que expondrá todas las fotos y los testimonios de muchos de sus modelos invisibles (periodistas, fotógrafos, coleccionistas, dueños de disquerías, músicos, fanáticos de púas y bandejas, melómanos, etcétera) para dar con un final holístico, vinculado con una época en la que se está empezando a revalorizar el vinilo. “Cerrar este proyecto con un libro que reúna gran parte de los discos que acompañaron y formaron a más de una generación sería un final redondo, porque además hay muchos jóvenes y adolescentes que se están interesando por el formato”, se entusiasma. “Y me veo tentado a ponerle ‘Disco es cultura’ como subtítulo, porque era el slogan que se ponía en la tapa de las ediciones nacionales. Estos discos representan una época cultural, una huella de la cultura popular de otros tiempos. Evocan momentos de escuchar discos en soledad, o de conseguir un disco nuevo que era motivo de encuentro entre amigos, o de canjes en el Parque Rivadavia... Era una cultura que también incluía a los que sabían de bandejas y de púas, o el hecho de conseguir que alguien que viajaba te traiga un disco que sabías que no iba a salir acá. Y cuando llegaba, envuelto en ese celofán, era un momento glorioso.”

De las 50 fotos que Garber lleva registradas a la fecha, entre las que también figuran la tapa de Oktubre (Redonditos de Ricota) en medio de un acto eleccionario, la del primero de Almendra en la puerta de la casa de los Spinetta o la de Yellow Submarine (The Beatles) ocultando el rostro de una modelo invisible sumergida en una pileta, entre muchas otras, dos darán que hablar especialmente: la incunable del original de Artaud (firmado por Pescado Rabioso, aunque se trate de un solista de Spinetta), cubriendo el rostro de un renombrado tecladista, y la de La balsa, un tardío compilado de Los Gatos. “Me dijeron que un compilado no es un disco porque no es una obra, pero esa tapa me encantó y fue muy loco, porque mientras estábamos haciendo las fotos aparecieron un montón de gatos”, se ríe Garber.

–¿Hay alguna instancia autobiográfica en la serie?

–Involuntaria, pero sí. Cuando iba por la quinta foto se me salió un disco entre la tercera y cuarta vértebra lumbar, y quedé duro. Fui al traumatólogo, me operó e hice un trato con él: “Si vos me sacás el disco yo te saco una foto con un disco de Elton John, y con la radiografía al lado. Ahí está una parte de mi interior (risas). La otra, claro, es uno de los motores que me llevaron a concretar esta muestra: aún tengo discos hermosos, de intérpretes que nadie conoce, que compré sólo porque me gustaba la foto de la tapa. Y recuerdo todavía ese ritual de colocar el disco en la bandeja, acostarme en el piso a mirar la portada y, envuelto por la música, sumergirme en la imagen como en un océano.