FOTOGRAFIA › PABLO PIOVANO MUESTRA EL COSTO HUMANO DE LOS AGROTOXICOS
Con un trabajo incansable, el fotógrafo de Página/12 logró imágenes que testimonian el daño irreparable que la industria intenta negar. Después de haber expuesto en Europa y de recibir varios premios internacionales, el jueves inaugurará su muestra en el Palais de Glace.
› Por Andrés Valenzuela
En la foto hay un niño. En sus ojos, en su mirada, como en todas las fotos de Pablo Piovano, hay un mundo. Y en la piel de ese niño habita uno de los dolores del mundo: el efecto de los agrotóxicos. La toma en cuestión ya circuló por todo el mundo, junto con una decena más. Con esa serie sobre el impacto en las poblaciones rurales de los químicos que se utilizan para fumigar los cultivos, el fotógrafo de Página/12 cosechó varios premios internacionales de primer nivel y expuso en Europa. Son imágenes conmovedoras, en las que la potencia estética no distrae del drama que testimonian. Resultan tan contundentes que incluso fueron presentadas ante tribunales internacionales para dar cuenta del daño irreparable que la industria pretende negar. Sin embargo, esa docena de fotos son parte de un trabajo muchísimo más amplio, resultado del tesón de Piovano recorriendo las rutas del Litoral argentino, de Córdoba, de Santa Fe. Quince mil kilómetros de esfuerzo. Desde el jueves podrán verse casi 80 fotografías –muchas todavía inéditas– de ese trabajo en un lugar emblemático: el Palais de Glace (Posadas 1725). Allí se expondrá El costo humano de los agrotóxicos hasta el 10 de abril.
La muestra tiene curaduría de Annalisa D’Angelo, una fotógrafa que vive en Roma a quien el argentino define como “una mujer con un corazón muy delicado”. Destaca que ella hace un trabajo “muy fino” y que encontró cosas que él mismo no había visto. “Hizo asociaciones entre imágenes que funcionan muy bien. Para un fotógrafo que está viviendo tan de cerca su propio trabajo es necesaria siempre una mirada fresca, ayuda a mirar como desde arriba de un árbol la situación”. También aporta lo suyo la colega Cristina Vatielli. “Una gran fotógrafa, pero a la vez una retocadora muy, muy buena, que les ha puesto un manto muy luminoso a las fotos, que las deja danzantes. Jamás había visto un retoque que haga que las imágenes quedaran tan vivas”.
Durante la inauguración lo acompañará Fabián Tomassi, uno de los miles de afectados por los agroquímicos y hombre fundamental para la investigación de Piovano. “El primer destino que tuve en los 15 mil kilómetros que recorrí fue su casa en Basavilbaso”, recuerda. “De alguna manera, él me abrió la conciencia, la envergadura de aquello en lo que yo estaba metiéndome”. Tomassi sufre las graves consecuencias de los años cargando y descargando aviones fumigadores. “Hasta le cuesta estar en pie”, señala Piovano. “Que él pueda contar su experiencia para mí es un honor, porque es un ejemplo vivo del impacto de los agrotóxicos, manipuló todo tipo de químicos y su cuerpo comprueba lo nocivos que pueden ser estos venenos”.
También estarán presentes Merardo Avila, representante de la red de médicos de pueblos fumigados, y el abogado Darío Avila, quien denunció el uso de estos químicos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “A mí me honra que hayan presentado este trabajo, han viajado mucho, han curado gente, han recibido denuncias, dieron testimonio e hicieron relevamientos sanitarios, tomaron pruebas científicas y médicas”. Muchos de los datos con los que el propio Piovano acompaña sus fotografías provienen de la búsqueda de los dos Avila y de los investigadores de las universidades nacionales de Córdoba, Rosario y La Plata. “Es un grupo muy activo que está anclando científicamente esto que para muchos parecía un delirio, pero los datos médicos y científicos vienen desde sus lugares de estudio”, dice el fotógrafo. Son 13,4 millones las personas que viven en los alrededores de zonas tratadas con agroquímicos. En 2012, por ejemplo, se utilizaron 370 millones de litros de agroquímicos sobre 21 millones de hectáreas sembradas con semillas transgénicas; es decir, sobre el 60 por ciento de la superficie cultivada del país. Y lejos de disminuir, el modelo agroindustrial basado en cultivos transgénicos y fumigación química crece cada día.
–Estas fotografías aportan una pata testimonial, pero también emocional, ¿no? Es imposible no conmoverse con esas imágenes.
–Es un poco lo que estaban esperando, ¿no? Hay mucho texto escrito, mucho libro, muchos estudios, pero quizá no había tantas imágenes que puedan apoyar todo eso. Así que de alguna manera nos estamos poniendo al servicio de todo esto, siendo instrumentos de esta causa.
–¿Por qué no había otro registro de este calibre?
–Porque quizá no había mucha gente que se tomara el trabajo que hice yo, de viajar tanto. Hice tres viajes al Litoral, hasta Misiones y a Córdoba, Santa Fe. Casi 15 mil kilómetros recorridos con mi auto y entrando en cientos de casas. Hay mucha energía puesta y dispuesta ahí, una energía viva, que para mí viene de la misma madre tierra, que me dio la fuerza para seguir. Porque muchos me preguntan cómo hice para seguir ante tanto drama. Bueno, cuando hay algo necesario y ves que podés ser un instrumento útil para ayudar, todo se hace más derecho. No es algo que atañe a una musa o un delirio que tenga con el arte: el sentido de todo este trabajo es otro. Es bueno sentir que lo que hacés puede tener un buen destino y es parte de un propósito sagrado. Porque lo sagrado viene de los elementos dadores de vida.
–Entre las fotos, los primeros premios y esta exposición hubo un cambio de gobierno. ¿Cómo ve la situación?
–Lo que se evidencia es una profundización del modelo agroindustrial, porque las corporaciones han entrado en el Estado. Los sectores privados tienen ministerio. Este sistema se va a profundizar, sin ninguna duda. De hecho, en la provincia de Buenos Aires, el ministro de Agroindustria es Leonardo Sarquis, que es socio de Monsanto. Mientras esas fotos están colgadas en un palacio, la cantidad de veneno sobre la tierra aumenta de manera exponencial y, con ello, al mismo ritmo, la enfermedad y la muerte. La muerte de los hombres, de los animales, de las aguas, de todo el sistema biológico. Y no hay quien custodie eso, porque si el Estado está a cargo de semejante operación, ¿quién lo controla? ¿De dónde llegará la ayuda?
Con el avance del modelo sojero, las corporaciones mismas expresan abiertamente su rechazo a la resistencia popular. No hace mucho, el empresario Gustavo Grobocopatel, conocido como “el rey de la soja” declaró que “el periodismo militante es más peligroso que el terrorismo de Estado”. Para Piovano, el presidente del grupo Los Grobo apunta a quienes trabajan en pos del medio ambiente o que resista el cultivo de soja. “El tiene un pool de siembra enorme y toma como enemigo grave a quien esté en contra. Es un tipo que ha dado muchas entrevistas, incluso lo he retratado: sabe lo que dice, cómo lo dice y en qué momento lo dice”, advierte el fotógrafo. Las declaraciones de Grobocopatel fueron publicadas a fines de diciembre en la revista Veintitrés, con la seguridad de la victoria de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales. El hombre tiene cierta tranquilidad respecto del rumbo del Gobierno y el impacto en sus balances contables: su hijo Rosendo es asesor de la Jefatura de Gabinete nacional, aun cuando todavía no terminó su carrera universitaria. Piovano entiende que en las declaraciones de Grobocopatel padre hay una amenaza: “No conocemos sus límites, pero tampoco tenemos miedo, sabemos que estamos haciendo lo que tenemos que hacer”.
En medio del desastre generalizado, Piovano rescata algunas luces de esperanza. “La victoria más fuerte es la que viene de las madres del barrio Ituzaingó, Córdoba, si podemos llamar ‘victoria’ al sufrimiento de madres que perdieron a sus hijos o que los tienen enfermos, ¿no? Lo que sí han logrado es que se fumigue a más de 1500 metros del barrio”. El problema, considera, está en la falta de criterios unificados y control. Cada municipio hace lo que le parece en este punto: 100 metros, 200, 500 o 1500, según cada Concejo Deliberante. Pero las consecuencias alcanzan a las poblaciones urbanas que consumen la producción agropecuaria. “No hay nadie que pueda medir hasta dónde puede llegar la emergencia sanitaria, porque es muy lento, es día a día con los alimentos que se come la señora en un quinto piso del departamento de Recoleta o que se compra en el supermercado chino o lo que sea”.
Según un estudio de la Universidad Nacional de La Plata, entre el 70 y el 80 tenía por lo menos dos o tres agroquímicos. “En la papa han encontrado hasta 16”. Piovano pela todo lo que compra y trata de consumir alimentos orgánicos. “Hago lo que puedo, pero el control es casi absoluto, las corporaciones han logrado un control total de lo que comemos, de nuestra salud y de nuestra libertad. Porque la salud es nuestra herramienta de libertad”.
Quizá por eso en Europa llama tanto la atención su trabajo. De los seis premios que recibió, cinco fueron en ese continente. “Hay mucho interés en el tema, en el control de las semillas, en cómo están comiendo, cómo se están alimentando ellos y sus hijos”, explica Piovano. Ya expuso en Italia y Francia. Este año lo hará en España, Alemania, Japón y nuevamente Francia, en el festival Rencontres d’Arles, a partir de una beca que le otorgó la Fundación Manuel Rivera-Ortiz. “En Portugal, por ejemplo, hace poco aprobaron los agrotóxicos, entonces hay un movimiento ambientalista que está alerta. Como también estamos acá, donde hay una red muy fuerte que está viendo en esta problemática una causa muy grande para ponerse al frente y tratar de sostener la sustentabilidad de la misma tierra”.
Para Piovano, el uso de agrotóxicos es un “genocidio por goteo”, sistemático y que entra por la mesa diaria. “Si la causa modelo de los 70 fueron los derechos humanos, el eje ahora está en el cuidado de la ecología, de la tierra y del agua; en su momento mataron a 30 mil personas y ahora lo están haciendo con varias generaciones y las que siguen, sin discriminar a nadie”. ¿Alguna esperanza? “Me gustaría vislumbrar un hilo de luz. Creo que, si queremos verlo, está en la agricultura sustentable. Pensar en tener nuestra huerta orgánica aunque sea en un balcón, en nuestra terraza”.
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