Lunes, 23 de febrero de 2015 | Hoy
SERIES › EL RETORNO DE LAS INTRIGAS PALACIEGAS EN HOUSE OF CARDS
En su tercera temporada, la serie original de Netflix da una vuelta de tuerca sugerente. ¿Qué sucederá ahora que su Frank Underwood es el líder del “mundo libre”? Cambios y reiteraciones de esta parodia del imaginario político.
Por Federico Lisica
El próximo 27 de febrero se estrenará, por segunda vez, la nueva temporada de House of Cards. El anterior debut sucedió hace casi dos semanas, cuando por un error técnico desde Netflix se dispusieron –sólo por algunos minutos– los trece capítulos con las nuevas andanzas de Francis Underwood (Kevin Spacey). “Esto es Washington. Siempre hay una filtración”, salieron a decir desde la prensa de la plataforma audiovisual web. En varios medios se especuló con que el “goteo” pudo haber sido provocado por la aceitada ingeniería de promoción más que por fallas del sistema. Se trata de un producto que ya había sacudido dos años atrás el establishment audiovisual. En principio, por su abordaje sobre el mejor y más afiebrado discípulo de Maquiavelo con su raid de venganza en el seno del poder de la primera potencia planetaria. El envite, de innegable calidad técnica, narrativa y actoral, fue tan elogiado que se convirtió en la primera serie On Demand en ser nominada y premiada en ceremonias como los Globos de Oro y Emmy. Pero también innovó en su modo de difusión, pues uno podía darse un atracón con todo el trabajo concebido para un año. ¿Y qué hay de la historia en este nuevo comienzo?
Finalmente Underwood ha logrado erigirse en “Mr. President”: es el líder del “mundo libre”, pero está preso por todo lo que ha hecho para acceder a ese puesto. Se cargó a dos vices, al anterior hombre fuerte del Salón Oval, e incluso asesinó a periodistas y políticos. El presente tampoco le sonríe: hay crisis económica y frentes abiertos en el exterior. Pero lo que más le preocupa es que los índices de aprobación de su gobierno andan por los suelos. “Esperaba que esto sucediera pero no tan pronto”, espeta Spacey en una de sus clásicas rupturas de la cuarta pared, en el momento en que los dirigentes de su partido (el Demócrata, vale aclarar) le dicen que para la campaña de 2016 buscarán un candidato nuevo. Quedan dieciocho meses para que haya elecciones y más vale que Frank se ponga manos a la obra. Si algo tiene de atractivo el nuevo escenario, es que al protagonista, aunque tenga más poder, le “marcan la cancha”. Para volver al primer plano, presentará el plan “América Trabaja” con el fin de crear más puestos laborales (ejem, a costa de recortar servicios sociales).
En este round, los dardos apuntan a su figura. Otra gran escena del primer episodio es cuando Underwood visita el programa de Stephen Colbert (haciendo un bolo como los que tiempo atrás realizara Larry King) y es vapuleado sin más por este comentarista político real, comparable con Tato Bores. Más allá de lo que se ha dicho, House of Cards es menos una serie sobre los entretelones del poder que una eficaz parodia –y por momentos muy negra– sobre el imaginario que cunde sobre la realpolitik. Es decir, negociados, hipocresía, complots y criminalidad. El siguiente escalón para el villano será consagrarse por el voto popular porque lo acosa el oprobio de ser un presidente interino. Que luzca más creíble, humano y endeble cuando está en los medios es una de esas paradojas que entrega la serie.
Tampoco es un giro de 180 grados, ni narrativo ni de libreto. El timing, cierta morosidad que se quiebra con grandes frases y la fotografía ascética siguen allí. Los nudos de temporadas anteriores también se desarrollarán en este año (es obligatorio revisitar lo que sucedió antes para entender la trama). De hecho, el verdadero protagonista del primer capítulo es el asistente de Underwood en plena rehabilitación. Doug Stamper (Michael Kelly) no puede volver al trabajo y además dejó una herida abierta que en algún momento manchará a su jefe. Por otro lado, la Primera Dama (Robin Wright) quiere dejar de ser simplemente eso y convertirse en embajadora ante la ONU. “Quiero dejar de estar en el asiento de atrás y estar en el volante”, le dice a su marido en una de esas habitaciones de la Casa Blanca, siempre a solas y nocturnas.
“Hago esto para lucir más humano”, dirá en otro momento Underwood mientras visita la tumba de su padre; las cámaras lo captan a lo lejos sin poder apreciar que el presidente está meando sobre la lápida de su progenitor. House of Cards nunca tuvo problemas con la exageración. En definitiva, sigue el relato del mismo hombre que el público conoció rompiéndole el pescuezo a un perro porque, según su lógica, se encarga de lo que no es placentero pero necesario para que se acabe el dolor.
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