Lunes, 23 de febrero de 2015 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A LA CANTANTE AFROPERUANA SUSANA BACA
La incansable artista, entusiasta investigadora de una cultura que no pudo ser silenciada, es una de las voces clave del folklore latinoamericano. En una nueva visita a la Argentina, presentará las canciones de Afrodiáspora, entre otras de la música tradicional del Perú.
Por Karina Micheletto
La embajadora del Perú negro. La diva afroperuana. La mujer que llevó al mundo el pulso afro de Latinoamérica. La incansable y entusiasta investigadora de una cultura que no pudo ser silenciada. Una de las voces clave del folklore latinoamericano. De muchos modos puede ser presentada Susana Baca para anunciar que, al fin, su música volverá a sonar en vivo en la Argentina. Charlar con ella, sin embargo, es eludir cualquier etiqueta previa o tratamiento grandilocuente para descubrir a una mujer tan sencilla como encantadora, que a los setenta años cuenta con feliz asombro de niño su último recorrido por las comunidades afrodescendientes de la costa del Perú, en el trabajo antropológico que sigue realizando junto a su marido, el sociólogo Ricardo Pereira. El sábado 7 de marzo la cantante se presentará en el Teatro Sha de Buenos Aires (Sarmiento 2255) para continuar su gira el miércoles 11 en el Teatro Solís de Montevideo, el 12 en La Plata, el 13 en Córdoba y el 14 en Santiago de Chile.
Las canciones de Afrodiáspora, entre otras de la música tradicional del Perú, recreadas en el estilo de Susana Baca, se vuelven ceremonias tan rítmicas y festivas como delicadas y profundas, en conciertos planteados con instrumentación de piano, contrabajo, guitarra y, claro, toda esa percusión que, de sólo nombrarla, abre un universo entero de sonidos y colores. En algún momento sonará, claro, “María Landó”, el himno que “heredó”, de Chabuca Granda, su gran guía musical, con quien llegó a trabajar como asistente durante un tiempo. “No faltará la danza, porque nuestra música es danza, son indisolubles. Poder cantar y bailar esas poesías tan bellas que tenemos en nuestro cancionero, ¡ah, qué privilegio!”, dice Baca, con un acento encantador, y ya comienza a mostrar lo que parece ser un modo de estar en el mundo, el de una mujer agradecida y portadora de cierta forma de felicidad contagiosa.
Cuenta que acaba de llegar de Nueva Orleans, donde grabó como invitada en el nuevo disco de Snarky Puppy, el joven colectivo de fusión liderado por el bajista Michael League. “Y justo llegué para carnaval. ¡Qué hermosa esa ciudad enloquecida, toda vestida de colores y de música por las calles!”, dice. Cuenta también que en la Universidad de Alcalá de Henares, en España, estuvo hace poco presentando El amargo camino de la caña dulce. Lo africano en el Perú, un libro que hizo junto a su esposo en el que relatan todo el recorrido que hicieron visitando a “una cantidad enorme” de comunidades de afrodescendientes en toda la costa del Perú. “Allí también llevamos una exposición de fotos, que continúa, y se están pasando tres documentales. Uno de ellos, el que grabamos aquí para Encuentro con Lalo Mir (en el ciclo Encuentro en el estudio). ¡Ah, qué bonito! ¡Qué maravilla! ¡Qué dulce! Muchas alegrías me ha dado eso que filmamos, mira que me lo siguen comentando de tantos lugares del mundo...” Y así, invariablemente, Susana Baca seguirá, en sus respuestas, agradecida y feliz.
–¿Cómo cree que resuena, que ligazón existe entre los ritmos que usted interpreta y los de un país como la Argentina?
–¡Ah, son muchas las cosas en común! Yo pude ver de cerca cómo se baila el gato, la chacarera. ¡Es tan parecido a lo nuestro! Increíble. Y aquí se lo baila con tanta gracia, esa manera que sólo la encuentro en Latinoamérica. ¡Y cómo bailan ustedes la zamba, eso sí que es bonito! Baile hay en todo el mundo, pero.. . ¿Cómo decirlo? En los países nórdicos bailan de otra forma, ¿no? (risas).
–De los músicos argentinos actuales, ¿alguno le gusta especialmente?
–A mí me encanta Chango Spasiuk. ¡Qué vital, qué fuerza! Cómo me gustaría poder compartir alguna música con él. En el teatro donde me presento (el Sha) está programada la coplera salteña Mariana Carrizo. Con ella también nos tendríamos que encontrar, algo debe salir, ¿no? (risas) Yo conozco la copla, pero no de la forma en que ustedes la tienen. De todos modos, la esencia está allí: es un motivo para encontrarnos, para vernos y decirnos cosas. Con la copla, nos encontramos y nos decimos al alma.
–¿Como apareció la música en su vida y el deseo de cantar profesionalmente?
–Apareció, como casi todo en los que somos afrodescendientes, de manera colectiva, en el núcleo familiar. Yo, cantar, canté desde niña, eso era lo común en mi familia. Mi madre vivía frente al mar, en Agua Dulce, Chorrillos, y entonces a la casa se venían todos los tíos y las tías, allí se reunían, a cocinar, se tomaban su vinito y charlaban y cantaban, preparaban la comida y charlaban y cantaban... Y después traían sus guitarras y se armaban las fiestas. Y yo allí, en medio de todo eso. Nadie me decía “vente a cantar”, pero yo cantaba, porque es lo que hacían todos. Eso sí, algo había de diferente entre mí y los otros niños. Porque yo, fuese la hora que fuese, estuviese haciendo lo que fuese, si escuchaba alboroto dejaba los juguetes y me echaba a correr para ir a cantar. Creo que la música te elige, te captura. Así ocurrió conmigo. Tenía, por el otro lado, a mi padre, tocador de guitarra. Digamos que no tenía escapatoria.
Tataranieta de una esclava (Plácida, que tocaba el piano), Susana Baca puede contar lo que significa ser discriminada, desde niña, en la escuela, en la calle. Ha contado largamente sobre la vergüenza que le provocaba ser afrodescendiente. Una anécdota, de fuerte carga simbólica, aparece en el recuerdo, como un enojo, o como un dolor: aquellos tiempos de juventud en que se tomaba el trabajo de alaciarse el pelo, en un vano intento por cambiar su identidad.
–¿Cómo se pasa de esa vergüenza, aprendida por años, al orgullo del propio origen?
–Supongo que tiene mucho que ver mi madre. Ella era una mujer de carácter muy fuerte, bien plantada. No digo que nunca, porque es algo muy difícil de sobrellevar, pero pocas veces la he visto acongojada porque alguien la despreciara por ser negra. No, ella era un ser de una total rebeldía. Y muy segura de lo que ella era y sabía. Por ejemplo, era una excelente cocinera. Entonces, cuando alguien le venía a decir que eso no se preparaba así, ella le simplemente le decía: bien, si usted duda de mi trabajo, hágalo usted. Y si el otro osaba insistir, agarraba a su niño de la mano y pum, se iba de la casa. Esas cosas, pequeñas, fueron una gran enseñanza para mí.
–¿Qué otras fuentes de aprendizaje tuvo?
–Bueno, por supuesto, la universidad (se recibió de profesora de educación primaria en la Universidad Nacional La Cantuta, en 1968). Felizmente allí empecé a leer sobre un montón de cosas, eso me abrió muchísimo mi cabeza. Y luego, conocer a mi marido, con él es todo un camino de vida y aprendizaje el que he recorrido, también en estas cuestiones de mi identidad. Me llevó mucho tiempo poder decir: este es mi cuerpo, este es mi pelo, este es mi color, yo soy así y soy esto. No necesito cambiar mi color ni llevar cabellera lacia. Pero finalmente pude entender que tenía que desaprender todo lo aprendido. Me rebelé, como hacía mi madre.
–¿Y esa rebeldía fue la que la llevó también a querer investigar sobre su cultura?
–¡Es que me di cuenta de que no sabía nada sobre lo que soy! Más que investigar, quise saber. Y así fue que empecé a entrevistar, primero en mi familia: a mi madre, a mis tías. Empecé a recopilar las canciones del campo que ellas me cantaban de niña. Y así fui llegando a investigar, no sólo la música sino toda la cultura negra, que en el Perú siempre fue un estigma, la historia no contada. Tuve que convertirme en investigadora para poder saber lo que nadie antes había investigado. Desde el año pasado, Baca vive con su marido en una localidad campesina, Santa Bárbara, en la provincia de Cañete, a unos 130 kilómetros de Lima. En ese paisaje costero se asienta una de las poblaciones de afrodescendientes más importantes del Perú. La música que más se escucha en su país hoy por hoy, dice la cantante, es el reggaetón. Por esas tierras, sin embargo, el orgullo por la música afroperuana permanece intacto. Allí, Baca y su marido están construyendo –literalmente, levantando las paredes– una escuela rural de música, un “museo de la memoria” enfocado en el acervo musical de raíz y un hospedaje con el que esperan poder financiar todo ese proyecto cultural. La artista habla sobre este proyecto sin recurrir a grandes títulos, dice que lo hacen porque creen que hay que hacerlo, en este momento y en ese lugar. Dice que es difícil pero, con todo, el proyecto camina. Y que por eso está tan feliz y agradecida.
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