Miércoles, 25 de marzo de 2015 | Hoy
SERIES › UTOPIA, UNA TRAMA DE CONSPIRACIONES A TODO NIVEL
En el comic ficticio que da nombre a la serie inglesa se revelan una serie de calamidades que sufrirá la humanidad. Para dar con el “manuscrito” original se cometen todo tipo de tropelías. Los capítulos de mañana son los últimos dos de la primera temporada.
Por Andrés Valenzuela
Ni los archivos secretos del Vaticano, ni las profecías de Nostradamus. Tampoco los cuadernos perdidos de Leonardo da Vinci ni –mucho menos– documentos rusos de la Segunda Guerra perdidos en algún delfín entrenado por el ejército rojo. El fin del mundo, en la serie inglesa Utopia, se esconde en un comic. O “una novela gráfica”, como se desliza en una ácida escena del primer episodio de la ¿mini? serie creada por Dennis Kelly y que I.Sat emite cada jueves, a las 22, en capítulos dobles. Los de mañana son los últimos dos capítulos de la primera temporada. En total son dos temporadas que reúnen una docena de entregas que se alzaron, entre otros premios, con el Emmy Internacional a la Mejor Serie Dramática.
Pero lo cierto es que lo del comic es una anécdota. Sí, los dibujos que aparecen aquí y allá son muy buenos (a color directo, por lo que se puede apreciar en la pantalla) y hasta hay algunas composiciones de plano que en el manejo de la fotografía, de los colores saturados y el contraste figura-fondo recuerdan al modo de narrativa pictórica de la historieta, pero en materia de ritmo, ganchos al final de cada episodio y construcción de la trama, Utopia es una serie definitivamente televisiva y ciertamente impecable.
Intentando no revelar demasiado, la trama es más o menos la siguiente. En el comic ficticio que da nombre a la serie se revelan una serie de calamidades que sufrirá la humanidad. Fue escrito/dibujado por un loco de un instituto psiquiátrico y resulta que hay una segunda parte, inédita, dando vueltas por ahí. Esta secuela revelaría al mundo, de publicarse, un plan de dominación, conspiraciones a todo nivel y, sobre todo, la identidad de Mr. Rabbit, el siniestro líder de La Red, que organiza todo el desatino. Por supuesto, La Red sale a buscar el “manuscrito” (lo que en castellano entenderíamos como los originales) y empieza a limpiar gente que supone que puede tenerlo. Porque por supuesto, se trata de un grupo internacional naturalmente infame e impiadoso, dispuesto a cualquier cosa. Siendo “cualquier cosa”, básicamente, actos de los más deleznables: ¿masacres escolares? Desde luego. ¿Torturas en sótanos? Faltaba más. ¿Asesinato de transeúntes inocentes? Pues qué le hace una mancha más al tigre.
En la trama de conspiraciones se mezclan enfermedades genéticas de diseño, una crisis alimentaria mundial en aumento, las oficinas de salud pública británicas, la mafia rusa, una gran corporación farmacéutica, niños con identidad cambiada (un tópico recurrente de la serie), paranoicos sin remedio y perejiles varios que terminan corriendo por sus vidas por la campiña inglesa. El futuro del mundo está en juego, pero los espías del MI5 no andan en autos de lujo, en persecuciones frenéticas ni de tiroteo en tiroteo. En Utopia la acción es seca, breve y bastante definitiva para quien está del otro lado del caño de un arma. En Utopia no hay héroes. Hay sobrevivientes. Tipos que van viendo cómo canjean sus principios por un par de días más de vida.
Lo interesante del guión de la serie es que logra conjugar el desarrollo de una trama compleja con un notable desarrollo de personajes. Acá no hay protagonistas de molde. Ningún personaje es tan obvio como podría creerse a primera vista y además lo acompañan actuaciones exquisitas. Lo de Fiona O’Shaughnessy como Jessica Hyde llama poderosamente la atención desde el primer capítulo, cuando aparece con pinta ser una Amelie pasada de rosca por las pastillas. Lo de Neil Maskell como el asesino Arby también es un lujo, en su aparente torpeza y extravío de la realidad. Y atención, que si faltó ver alguno de los capítulos anteriores, en los que se emiten mañana el personaje da lo mejor de sí.
El resto del casting no se queda atrás. Ni siquiera los niños de la serie, Grant (Oliver Woolford) y Alice (Emilia Jones) aflojan, y eso que tienen papeles difíciles, en los que ven a sus padres asesinados, tienen que oscilar entre el duelo enmascarado por el humor, la necesidad de afecto y el stress postraumático. Además, en líneas generales ninguno de los actores era una figura en Reino Unido. Se destaparon con esta serie.
Además del buen manejo de fotografía, las actuaciones y el ritmo implacable, la miniserie se destaca por su banda de sonido, compuesta por el chileno (y radicado en Canadá) Cristóbal Tapia de Veer, que incluso ganó un premio de la FTS Craft & Design Awards, por la atmósfera particular que le imprime. Hay un dato llamativo, pero que va a tono con la serie: entre los instrumentos que utilizó Tapia de Veer se incluye “excremento de rinoceronte”, con el que creó algunos patrones de percusión. Aunque cómo lo hizo valdrá para interrogante aún más acuciante que los misterios del comic maldito.
En toda la construcción de la serie, que prácticamente no tiene fisuras, sólo hay un detalle que llama la atención: los personajes no dejan de decir “fucking”. Debe ser la expresión más utilizada de la serie. Tanto que si no fuese por los acentos elegantes de los funcionarios, los “bloke” que usan los perseguidos, el flemático cinismo gubernamental, el volante a la derecha de los autos y la falta de tiroteos, cualquiera pensaría que es una serie estadounidense.
Amantes del género “conspiranoico”, están de parabienes. Pocas series ponen tan alto el listón de su género como ésta, concentrando sus mejores rasgos en horas de tanta solidez catódica.
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