Parafraseando a Mario Wainfeld y su politólogo nórdico que escribe una tesis sobre la Argentina y siempre está al borde del colapso, ver Borgen pondría en jaque al politólogo local por lo que es imaginable: corrección, justeza, claridad. Ayer Sundance Channel comenzó a emitir la tercera temporada de esta aclamada serie danesa (sus nueve episodios restantes irán los domingos a las 22). El drama trata sobre Birgitte Nyborg (imponente Sidse Babett Knudsen) como primer ministro de ese país. Esta producción original de la tevé pública ha sido comparada excesivamente con House of Cards y más apropiadamente con The West Wing. El manejo del poder asoma con sus personajes (funcionarios, periodistas y asesores) y si bien toca teclas oscuras (corrupción, tejemanejes, la relación con la prensa) no abandona cierto toque idealista y –gran logro– es verosímil al mismo tiempo. Mejor dicho, nunca se deja de reivindicar a la política como un quehacer para mejorar la vida de los demás. Otro listón en esta creación de Adam Price fue mostrar la vida íntima de los gobernantes descartando los golpes bajos (como la separación del personaje protagónico). “Creo que el punto inicial con el escándalo por corrupción tuvo su cuota de drama pero principalmente atrajo por los personajes”, dijo el cerebro detrás del proyecto. “Si rascás un poco más allá de la superficialidad de la política danesa, vas a encontrar que la dinámica de poder es bastante parecida en todas partes”, agregó Pryce.

En esta última temporada Nyborg abandona justamente Borgen (así se llama coloquialmente a la sede de los tres poderes) tras perder unas elecciones. Ahora se dedica a la consultoría para empresas. Aunque como una política de raza, no abandonará del todo su interés por la cosa pública. “Para mí la política es algo personal”, dice Nyborg en medio de una cena romántica y puede que asome un nuevo mandato en lo que resta de la serie.