Lun 21.12.2015
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SERIES › ATELIER, UNA CURIOSIDAD EN EL MENú DE NETFLIX

Cuando Japón viste a la moda

Uno de los estrenos de la plataforma audiovisual web permite espiar el género de los doramas y la cultura nipona. Una joven da sus primeros pasos en una casa de lencería de Tokio: puntadas finas y gruesas de un formato desconocido en esta parte del mundo.

› Por Federico Lisica

Si bien la televisión japonesa es una de las más importantes e influyentes a nivel mundial, hay pocas chances de acceder a los productos hechos en su suelo. Atelier, la nueva serie original de Netflix, permite espiar a uno de sus géneros menos conocidos por esta parte del globo. Porque más allá de los animés, sus concursos a prueba de golpes, su dinamismo y estética colorinche que fueron impregnando el paladar occidental, existen los llamados doramas. Supergénero de ficción que abarca distintas temáticas (romance, comedia, terror, policial) pero con un entramado final claramente nipón. Tal es lo que se advierte en esta historia sobre una chica que comienza a trabajar en Emotion, una de las casas de lencería más exclusiva de todo Tokio. Sus trece episodios (que ya están dispuestos en la plataforma audiovisual web) fueron coproducidos junto a la cadena Fuji Televisión, una de las más fuertes de Asia.

Mayuko Tokito es una recién egresada de la universidad con un título como diseñadora textil. En su forma de vestir y modales se nota que es obsesiva y prolija. “Perfecto”, es lo primero que dice tras hacer la cama y luego analizar botellitas con extractos de poliéster, seda, modal y algodón ubicadas en su mesita de luz. Todo el primer episodio viste una tailleur gris, sereno y algo triste. En apenas unas pinceladas se divisa que proviene de las afueras de una de las ciudades más congestionadas del mundo. Con tal de trabajar en una reconocida boutique, la joven se aguantará los viajes en subtes atestados. “Sos linda pero cursi”, le dirá la dueña de Emotion en su primer encuentro. Por tres décadas, Mayumi Nanjo se mantuvo como la mandamás absoluta de la ropa interior japonesa, mujer enemistada con los cambios de época y poco afecta a las críticas. Con su corte carre milimétrico e imagen que impone adulación y distancia, el personaje está basado en Anna Wintour –la editora de Vogue– que ya había servido de modelo para Miranda Priestly en El diablo viste a la moda (David Frankel, 2006). De hecho podría considerarse a Atelier como una remake oriental de aquella película protagonizada por Anne Hathaway y Meryl Streep.

La relación entre Tokito y Nanjo es la médula de la serie. Hay una sutil, pero interesante, diferencia entre ambas producciones. Una es una apasionada por las telas y todo lo relacionado con su hechura pero desconoce el ínterin del negocio. La recién llegada, además, quiere encajar en el oficio y es una defensora acérrima de la funcionalidad de las prendas. Su jefa, al igual que Priestly, le hace pasar un calvario día a día aunque reconoce su tesón. Su contraparte, por otro lado, se proclama como defensora de lo artesanal y aborrece la producción en masa. “Las mujeres han intentado ser bellas en toda su existencia. Así que tus preguntas no tienen sentido. La historia de la humanidad es la respuesta”, le lanza la magnética y solemne señora Nanjo frente a los desplantes de Tokito.

Atelier posee los tiempos y formas narrativas de una telenovela pero sin romance a la vista. Los modos del lejano oriente se aprecian en cada segundo en pantalla. Sea como producto for export, con su capitalismo desenfrenado, a veces martillando sobre preconceptos como la indestructible ritualidad japonesa, o con caracterizaciones y gags cercanas al animé. Pero lo que importa es el afecto por la faena textil. Atelier, en este sentido, gana cuando se centra en la concepción de los diseños, los dibujos hechos a mano alzada, los carretes de hilo, los breteles y detalles de encaje, el ruidito de las máquinas de coser Juki, ubicando al espectador en ese ámbito de trabajo. Se habla de materiales nobles, de microfibras, de “haute couture”: es el backstage del glamour.

Hay fetichismo por las prendas, y grandes monólogos sobre el empoderamiento femenino, pero, sin embargo, pareciera faltar el deseo por usarlas. Los personajes de Atelier lucen como monjes célibes adorando a dos santos: la bombacha y el corpiño. Se destacan, a nivel técnico, ciertos planos inusuales para este tipo de producciones. Y por motivos contrarios el uso sobrecargado de la música, la luminosidad pastel en los desfiles, la cámara lenta sobre las modelos, ciertas caracterizaciones de trazo grueso, diálogos por momentos solemnes que terminan en gags infantiles. No es que se trate de una mala terminación sino, como le dice la protagonista durante un desplante a su jefa: “lo hermoso depende de quién lo mire”.

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