Lunes, 12 de octubre de 2015 | Hoy
CINE ONLINE › JUANFER ANDRéS, ESTEBAN ROEL Y SANGRE DE MI SANGRE, UN FILM INQUIETANTE
El dúo español tenía su proyecto juntando polvo desde hacía ocho años, hasta que apareció Alex de la Iglesia y les dio el empujón que necesitaban. La película puede verse en Netflix.
Por Ezequiel Boetti
Juanfer Andrés y Esteban Roel saben que su primer largometraje es consecuencia de haber estado “en el lugar indicado y en el momento justo”, tal como ellos reconocen. Esto es, en la casa de Alex de la Iglesia, cuando el director de La comunidad, 800 balas y Crimen ferpecto andaba con tiempo libre y ganas de aventurarse en el negocio de la producción. “Lo conocíamos porque vino varias veces a dar charlas a la Escuela de Cine de Madrid, donde somos docentes, y la actriz Carolina Bang, que hoy es su esposa, fue alumna nuestra. Con ella hicimos un corto bastante exitoso llamado 036, y la iniciativa del largo surgió de su parte. Siempre nos preguntaba cuándo íbamos a filmar y un día nos pidió el guión, se lo enviamos y aceptó participar. En principio la idea era que lo produjéramos en la escuela de forma pequeña, tal como habíamos hecho con 036, pero Alex nos veía siempre en la casa y terminó pidiéndonos el texto, le gustó y entró”, resume Roel vía Skype desde la capital española. Así, apenas tres meses más tarde, la misma idea que durante ocho años había estado juntando polvo en un cajón tomó el cuerpo y la forma de un thriller psicológico a la vieja usanza titulado Musarañas, que después de varios intentos fallidos por estrenarse en los cines argentinos ya puede verse en Netflix con el título de Sangre de mi sangre.
Podría pensarse en ¿Qué pasó con Baby Jane? y en la adaptación de Rob Reiner de Misery, aunque el terror psicológico (y psicótico) con olor a encierro tiene un árbol genealógico extenso y profundo que los propios realizadores reconocen como grandes influencias. “Queríamos un equilibrio entre el cine de terror y las películas de actores. Nos gusta el terror de la vieja escuela, que surge a raíz de personajes complejos que generan miedo a partir de su psicología o sus actos. Nos interesaba más que se torturaran entre ellos y no que saliera un fantasma y se los coma. Antes había limitaciones que obligaban a usar la imaginación, a crear suspenso, miedo o terror sin mostrar prácticamente nada”, explica Andrés.
En ese terreno la ópera prima de la dupla echa raíces e intenta levantar vuelo, enmarcada en una España en pleno apogeo franquista. “Habíamos descartado situar la historia a mediados del siglo pasado por cuestiones presupuestarias, pero Alex insistió con que sería más interesante”, justifica Roel, y completa: “Si bien Sangre de mi sangre no es ni pretende ser una película política, la protagonista representa mucho del estado de España en la posguerra: encerrada en sí misma, sin contacto con el exterior, con mucho catolicismo y un gran trauma detrás. Es un personaje con una fuerte carga política, aun cuando esa lectura no está en la superficie”. El contexto social es tan asfixiante como el piso madrileño del cual Montse (Macarena Gómez, principal sostén del film gracias a recorrido que va desde una agorafobia extrema y potencia chupacirios a la explosión piscopática previa al desenlace) nunca saldrá más allá de un par de pasos hasta el umbral y a mucho riesgo.
En el mismo departamento vive su hermana menor, nacida en un parto difícil que terminó llevándose la vida de su madre. La relación entre ambas es, para definirla en términos eufemísticos, compleja, por no decir perversa, sobre todo ahora que la niña cumplió los dieciocho añitos y el rol de madre sustituta de Montse comienza a ser cada vez menos sencillo: la moza trabaja afuera y en esa jungla acechan los hombres. La ecuación psicosexual se completa con un vecino buenmozo que tropieza, cae por las escaleras y termina siendo atendido por la enfermera más inesperada, dopado a pura morfina y con las mejores-peores intenciones de parte de la costurera Montse. Que, por supuesto, coserá y cortará. Y no solamente telas e hilos. Humor negro, una buena dosis de sangre y el suspenso creciente constituyen una atmósfera oscurísima que invita a pensar en de la Iglesia como mentor creativo del proyecto. Pero no. “El nunca impuso nada. Muchos nos dicen cosas como ‘ese tío metió mano’, pero es un referente y somos sus fans. En todo caso, diría que fue al revés y que creo que él quiso producirnos porque se vio reflejado. Aconsejaba, sí, y tendríamos que ser idiotas para no escucharlo. Más allá de que tuviéramos en claro qué queríamos hacer, era nuestra primera película y él tiene casi veinte”, justifica Roel.
–El film está casi enteramente rodado en interiores. ¿Hubo algún trabajo en particular para no caer en el “teatro filmado”?
Juanfer Andrés: –Pensamos mucho en eso con Sofía Cuenca, la coguionista, durante la etapa de escritura. Vimos muchas películas que transcurren en un único espacio, como Misery o Doce hombres en pugna, porque no queríamos caer en una historia teatral aun cuando hubiera muchos diálogos y una única locación. A la hora del rodaje tratamos de olvidar eso y hacer todo como si fuera una película estándar. Lo único fue tratar de no usar planos secuencias o tomas largas para no dar más aspecto teatral de lo que de por sí podía tener. Esa idea la mantuvimos a la hora de editar. Es cierto que al ser una locación real no podíamos poner la cámara donde quisiéramos ni filmar mucho, pero sí nos aseguramos de que cada escena tuviera como mínimo un par de opciones de montaje.
–¿Cómo dieron con ese departamento?
Esteban Roel: –Era un edificio abandonado en pleno centro de Madrid. Tuvimos la fortuna que tuviera esas soleras y esos pasillos laberínticos. El problema era que estaba casi en ruinas.
J. A.: –Eso fue muy problemático; el equipo técnico estuvo una semana sacando escombros. Pero visualmente era muy poderoso. Hay que tener en cuenta que el departamento es un personaje más, y tener uno que sea real y de la época en la que transcurría la película nos permitió partir de un espacio con una personalidad propia, más allá de que inicialmente no habíamos contemplado la cuestión de los pasillos. La estructura era completamente laberíntica y mucho más compleja de lo que habíamos pensado originalmente, lo que terminó favoreciendo a una película mejor y más extraña. En la cabeza teníamos una distribución si se quiere más estándar.
–Hace un par de años, Guillermo del Toro apadrinó Mamá, del argentino Andrés Muschietti. ¿Cuál creen que es la motivación tanto de él como de la Iglesia para apoyar óperas primas de género dirigidas nuevos cineastas?
J. A.: –En el caso de Alex, es un tío muy apasionado por el cine, siempre necesita estar haciendo algo, y justo dimos con él en una época en la que no tenía nada entre manos. Fue estar en el lugar indicado y en el momento justo. Gracias a Sangre de mi sangre descubrió que también le gustaba producir, y desde entonces ha estado involucrado en más proyectos de directores nuevos.
E. R.: –Creo que realizadores como Guillermo o Alex, que se nota que sienten que ya han hecho lo que han querido y tienen una entidad propia, piensan que debería haber más gente. Ellos conocen la industria, saben que te devora y muchas veces te obliga a hacer cosas que no querrías, y creo que Alex hizo con nosotros lo que le hubiera gustado que hicieran con él cuando empezó: nos respetó y nos puso las cosas fáciles.
J. A.: –Además, ambos saben cómo hacer funcionar los resortes narrativos para llegar al gran público. Lo interesante es que Alex nunca antepuso eso a la personalidad de Sangre de mi sangre. Siempre que nos daba un consejo era desde lo que necesitaba la película y no desde sus gustos personales.
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