Lunes, 11 de enero de 2016 | Hoy
CINE ONLINE › SUPERMENSCH: THE LEGEND OF SHEP GORDON
El documental producido por el canal televisivo A&E, que Netflix ofrece en su plataforma online, recorre las andanzas de un manager artístico que llegó a tener, en el ambiente del show business, todo lo que buscaba: dinero, mujeres, drogas y fama.
Por Horacio Bernades
El hombre al que Janis Joplin tumbó de una trompada. El que se juntaba a fumar, en una habitación de hotel, con Janis, Jimi (Hendrix) y Jim (Morrison). El que creó a Alice Cooper como estrella de rock. El que, según cuentan, sedujo a las mejores mujeres del mundo, de Sharon Stone para abajo. El que estuvo casado unas horas con una playmate. El que jamás en su vida cocinó, hasta que de grande aprendió junto al chef francés Roger Vergez, uno de los mejores del mundo, y terminó dedicándose a ofrecer tremendas comilonas a sus incontables amigos en su casa de Maui, en Hawai. El que es amigo del Dalai Lama. El que ofrece la imponente casa hawaiana a cualquier amigo que pase por allí. El que inventó, de ser verdad lo que dicen de él, al chef como celebridad, cuando en los 80 lanzó la competencia de la famosa cocinera televisiva Julia Child.
¿Quién, Zelig? No, Shep Gordon. ¿Quién es Shep Gordon? Un manager artístico que llegó a tener, en el ambiente del show business y por todas las razones mencionadas, un aura legendaria. A él está dedicado Supermensch: The Legend of Shep Gordon, documental producido por el canal televisivo A & E, que Netflix ofrece en su plataforma online desde hace un tiempo atrás. Una peculiaridad es que el documental, estrenado en la televisión estadounidense en 2014, está codirigido por Mike Myers, junto a la desconocida Beth Aala, que viene de la producción. Sí, Mike Myers. El mismísimo Austin Powers en persona, que –aparentemente convencido de que tras ese exitazo cinematográfico las cosas nunca volverían a ser igual– se pasó del otro lado de la cámara, con la intención de reinventarse a sí mismo. Debe decirse que Myers salva su primera prueba con tanta habilidad como, de a ratos, exuberancia visual, como enseguida se verá.
Debe aclararse, de entrada, que Supermensch se parece más a una campaña publicitaria (de la personalidad de Gordon) que a lo que suele entenderse como documental, en tanto género que aborda lo real en todas las dimensiones posibles. A lo largo de Supermensch, Gordon aparece sucesiva o simultáneamente como genio del marketing, mercenario de guante blanco, donjuán al que no se le nota el esfuerzo, heroico sobreviviente de todos los excesos, imán de cuanto famoso ande por Los Angeles y alrededores, el tipo más macanudo, generoso y desprendido del mundo y, encima, poco menos que un showbusinessman zen. ¿Nunca dejó los escrúpulos de lado este vivo del año cero? ¿Puede ser tan bueno como sus calmos ojos celestes sugieren, un tipo tan exitoso en un ambiente tan caníbal como el de Hollywood y repetidoras? ¿Nunca cagó a nadie? Imposible no maliciar que se está frente a la creación de un superdotado de la (auto)promoción. Pero el hecho es que el personaje que dibuja o crea Supermensch es definitivamente irresistible.
“En mis épocas de facultad era lo que puede llamarse un liberal social”, dice Gordon, arrancando el largo monólogo –con algunas intervenciones de terceros– en el que consiste el documental de Aala y Myers. Eran los 60, Gordon se recibe de sociólogo e intenta hacer trabajo de campo, probándose como oficial de libertad condicional en una prisión californiana. Un grupo de presos lo muele a palos: Gordon dura un día en el puesto. Hace dedo y va a parar a un hotel que, como descubriría recién un día después, no era otro que el Hollywood Landmark, punto neurálgico de rockers, groupies y amigos. Recién llegado, el tipo escucha desde su habitación gritos de una chica, que le hacen pensar que un tipo está queriendo violarla. Como caballero medieval, va al rescate y cuando intenta separar se encuentra con que la víctima le pega tremenda trompada. Al día siguiente la chica, que resulta ser Janis Joplin, le pide disculpas y le presenta al hombre con el que intentaba hacer el amor junto a la pileta: Jimi Hendrix. A partir de ese momento y gracias a una inagotable provisión de yerba con la que convidó a todos los pasajeros del hotel, Gordon se convirtió en dealer y compañero de fumatas de esas leyendas del rock.
La escena de la trompada no sólo es contada por Gordon sino vista en imágenes, incluyendo el momento en que Janis tira la trompada a cámara. Tanto en esta escena como en otras, Aala y Myers recurren a una efectivísima combinación de materiales de archivo (¡Janis tomando sol en bikini!), truca digital y reconstrucción ficcional, que también permite asistir, en primer plano, al momento en el que Hendrix le recomienda a Gordon que se meta a representante y que empiece con un tal Alice Cooper, por entonces un fumón y borrachín, de los tantos que daban vueltas por el Hollywood Landmark. Al día de hoy, casi cincuenta años más tarde, Gordon y Cooper siguen siendo los mejores amigos, jugando al golf como dos ex presidentes. Las historias protagonizadas por ambos están entre las más suculentas de Supermensch.
Empezando por la primera, cuando Gordon, para lanzar a su compañero de juergas, se propone generar un escándalo que le permita llegar a las primeras planas. Viste al hombre con nombre de mujer y sus músicos con ropa plástica transparente, los denuncia a la policía como padre ofendido de una asistente al concierto y encuentra que cuando los blue meanies llegan, hace tanto calor en el sucucho en el que tocan que el vapor les tapaba “las partes”. “Llegamos a ese punto en que uno no logra que lo metan preso”, comenta el supercool Gordon, que además de todo lo mencionado tiene el humor de un inspirado standup comedian (su aspecto lo hace parecer una versión amable de Larry David). Otro hito de la pareja CooperGordon es, claro, la que podría llamarse “noche de la gallina”, cuando el manager tira uno de esos plumíferos al escenario, para armar un poco de bardo. Cooper la tira a su vez al público, calculando que volaría. No voló. Al día siguiente, los diarios titulan que el cantante degolló a una gallina en vivo y bebió su sangre. La leyenda comienza, y los dólares empiezan a caer a paladas. Que era lo que se buscaba.
Otro de los altos momentos de Supermensch es el que narra el intento de colar en el programa de televisión The Midnight Special a Anne Murray, cantante canadiense tan straight que a su lado Karen Carpenter luciría como reventadita. Gordon explica allí su teoría de la “culpa por asociación”, consistente en vincular a cualquiera con un famoso, para hacerlo famoso por ósmosis. Por esa época, Alice Cooper tenía un “Club del Whisky” del que era miembro, entre otros, John Lennon. Gordon les rogó que se sacaran unas fotos con la desconocida, le hicieron el favor, a los pocos días la tal Murray ya estaba en la Rolling Stone y de ahí a The Midnight Special no hubo más que un pasito. Qué decir de cuando Gordon convenció al soulpopman Teddy Pendergrass de ser su representante, haciéndole una oferta que el morocho no pudo rechazar. “Puedo drogarme más que vos, emborracharme más que vos, tener mejores mujeres que vos y cuando vos colapses, estar lo suficientemente sobrio para cuidarte la plata. Hagamos todo eso durante tres días. Si seguís en pie quiere decir que no me necesitás. Si no, sí me necesitás y soy tu manager.” Desde ya que Pendergrass aceptó y Gordon ganó. Siempre y cuando todo lo que cuenta Supermensch sea cierto, claro.
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