MUSICA › DISCO Y HOMENAJE, A VEINTE AñOS DE SU MUERTE
Pianista refinado, compositor inclasificable, el músico santafesino dejó su huella en la creación de las páginas folklóricas más exquisitas. Patricia Lamberti presentará hoy un CD que reúne algunas de sus canciones menos conocidas.
Con Remo Pignoni sucede lo que con los genios mansos, esos cuyo anecdotario nunca termina de cumplir los trámites necesarios para entrar en la historia oficial: se los suele comentar más de lo que se los conoce. Es inevitable, acaso porque esa intuición sobre lo que podría ser se convierte en una forma piadosa del saber, mientras la obra espera su descubrimiento definitivo y la aprobación de lo que con fervor sociológico las industrias culturales llaman “el público”. El jueves se cumplieron veinte años de la muerte de este músico santafesino, pianista refinado y compositor dulcemente audaz, cuyo espíritu, en su madurez, se recostó con elegancia sobre las formas y los ritmos del folklore. La edición de un disco con páginas inéditas y el recuerdo de sus colegas rinden homenaje a esta figura singular de la música argentina.
En Rafaela, donde nació en 1915 y pasó toda su vida, es difícil hablar de música sin que la figura de Remo Pignoni venga a cuento: es autor del himno de la ciudad, de la marcha deportiva Albiceleste del Club Atlético Rafaela, la Escuela Municipal de Música lleva su nombre y, desde hace diez años, el mes de mayo está dedicado a difundir su vida y su obra. Hasta un candidato a intendente –que resultó electo– utilizó en 1991 su huella “Por el sur” como columna sonora de su campaña. En otras latitudes, en cambio, la selecta consideración de lo que se conoce de su obra lo incluye en la enmarañada categoría de “músico para músicos”. Algunas de sus composiciones fueron publicadas por la Editorial Lagos y se conocen tres discos suyos, hoy casi inhallables: El habitante del silencio, grabado en 1971; De lo que tengo, un álbum doble editado en 1981 con el apoyo de la Municipalidad de Rafaela, y Música argentina, grabado entre 1984 y 1985.
Recientemente la pianista Patricia Lamberti publicó para el sello Acqua Remo Pignoni. Inédito, un trabajo con veinte composiciones no conocidas del rafaelino. El disco incluye un track interactivo con la edición Epsa Publishing de las partituras de las obras interpretadas. Se trata sin dudas de un aporte importante para la reconstrucción y la mejor comprensión de una obra extensa y sorprendente, a veinte años de la muerte del autor.
“Conocía la música de Pignoni a través de las copias truchas que circulan de sus grabaciones”, cuenta Lamberti. “Un día el periodista rafaelino Raúl Vigini me comentó que Dorita, la esposa de Pignoni, tenía muchas composiciones todavía inéditas. Me interesó conocer ese material, las composiciones eran tan interesantes que con Vigini al poco tiempo decidimos hacer este homenaje. Lo notable de Pignoni es que abordó todos los géneros folklóricos y cada uno suena como lo que es; cada obra está meticulosamente escrita. Por eso en este disco me ajusto a interpretar la partitura tal cual está, sin añadir nada.” Hoy a las 21 Lamberti presentará el disco en el Centro Nacional de Música (México 564), con entrada gratuita.
Docente de Música en la Escuela Normal Domingo Oro, durante cuarenta años, y de la Escuela Nacional de Comercio de Rafaela, hasta su jubilación, Pignoni fue además pianista de varias orquestas típicas, con las que recorría su zona animando fiestas. Comenzó a componer folklore recién a los 43 años, después de que en la casa del recordado Tucho Spinassi, en Rosario, escuchara tocar al admirado Adolfo Abalos. “Se había apoyado debajo del dintel de la puerta, fumaba y escuchaba tocar a Adolfo; su cara era un sol de contento”, recuerda la pianista y compositora Hilda Herrera, presente aquella noche. “Yo tengo que hacer esa música”, dice que dijo. Entonces comenzó a forjar una producción notable en calidad y cantidad, que dejaría alrededor de 200 obras, miniaturas exquisitas, fundamentalmente para piano, entre las que también hay algunas páginas para guitarra y estudios para bandoneón.
“Con Remo tuvimos una amistad profunda y tierna –recuerda Herrera–; una vez por año venía a Buenos Aires. Llegaba con un portafolio lleno de partituras, se hospedaba unos días en un hotelito de avenida de Mayo y venía a casa a mostrarme sus cosas. No puedo olvidar la cara de alegría que tenía cuando las tocaba, se le iluminaban los ojos.” “Como compositor fue inclasificable –agrega–; su música tiene una gran personalidad, es inconfundible. Era un gran admirador de Carlos Guastavino y eso se nota. No fue un gran melodista, pero sus construcciones armónicas eran muy originales y se potencian en un lenguaje pianístico notable, que reflejaba una orquesta. Su técnica pianística era asombrosa; tenía las manos regordetas y los dedos cortos, y su manera de tocar era muy particular, no movía casi los brazos, jamás golpeaba las teclas y usaba muy poco pedal. La fuerza estaba en los dedos y en la expresión.”
Una de las pocas veces que Pignoni tocó en Buenos Aires fue en la sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín. “No fue una presentación muy trascendente, la gente no lo entendió”, evoca Herrera. “Una vez en Paraná se hizo un encuentro de pianistas –agrega– y a Remo le tocó compartir la noche con el Cuchi Leguizamón. Cuando el público vio entrar a un señor de traje y corbata que con esa timidez que tenía para todo colocaba sus partituras sobre el piano, comenzaron los murmullos en la sala. Empezó a tocar y fue la locura: no paraban de aplaudir y de pedir otra.”
Manolo Juárez, otra referencia ineludible del piano en la música argentina, lo recuerda con toda la sencillez de un tipo de campo. “Me lo presentó Hamlet Lima Quintana –cuenta–. Por su simplicidad y su timidez, tenía todo el aspecto de un hombre del campo, tanto que cuando lo vi pensé que tocaba el acordeón o una cosa por el estilo. Nos fuimos a un bar a tomar un café y era de muy pocas palabras, casi temeroso, después volvimos a Sadaic y se puso a tocar sus cosas al piano, que eran hermosas. Además, las tocaba fenómeno.”
El gusto por la danza, que se traduce en el respeto por las formas y el vigor rítmico, y una franca apertura armónica, entre otras características, hacen de Pignoni un músico que para Juárez es de difícil clasificación. “Su música no tiende hacia las formas abiertas –explica–; él conocía bien las formas de la música folklórica argentina, y en este sentido se lo podría colocar más cerca de la música de cámara de los autores nacionales, de Constantino Gaito, de Guastavino. Fue uno de los que intentó pensar distinto en la música argentina, por eso hace falta recordarlo.”
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