Sáb 17.05.2008
espectaculos

MUSICA › ISMAEL SERRANO ABRIó SU EXITOSA SERIE EN EL GRAN REX

Un cantante con dos perfiles

El fenómeno del cantante español es curioso: en sus canciones hay lugar para el brote romántico y para el arranque testimonial. Aunque su público parece inclinarse por la primera vertiente.

› Por Cristian Vitale

Genealogía al paso del recital tipo argentino. Arquetipos y sus características. A): La cantadora de temas. Es la que se sabe todas las letras de todas las canciones y las canta fuerte, palabra por palabra, con el objeto de manifestar su sabiduría al resto. Generalmente lo hace mal e incluso impide, si uno la tiene cerca, oír como lo hace el artista. B): La pedidora de temas. No habrá tiempo entre tema y tema sin que aparezcan una –o varias– exclamaciones desesperadas para que el artista entone un clásico, por decreto. Casi un capricho individual. C): La gritadora de epítetos de admiración y/o amor. “No te mueras nunca, bombón”, “Que Dios te tenga en la gloria”, “¡Te amo!” y así, como si el artista estuviera en plan de levante y asistiera, justo, a su súplica. Tan utópico como llegar a Primera. D): La reidora profesional. Es la que festeja cada chiste, cada palabra del artista, sea éste bueno, malo o directamente estúpido. Siempre se ríe, y fuerte. Más que las otras.

Para entrarle a un recital –también tipo– de Ismael Serrano, entonces, debe sumarse A + B + C + D, exacerbarse al límite de lo posible, y paquete cerrado. Así es el marco y los arquetipos, expresados en femenino, radican precisamente en una supremacía de género que es, habitualmente, de 5 a 1. Es que la fórmula Serrano –bipolar– llama a maximizar esos vicios del imaginario argentino. Por momentos, uno pareciera asistir a un recital de Ricardo Arjona o Luis Miguel, donde el centro está en la fisonomía, la cinética, la mirada, la vestimenta o la seducción del artista, más allá –o por sobre– lo que exponga en términos estéticos. Por otros, ante un trovador –más cercano a Serrat o, con perdón, Silvio Rodríguez– cuyo epicentro pasa por la poesía y una forma particular, a veces bella, de manifestarla. El madrileño, entonces, se para justo ahí, equidistante y a la vez cercano. Y transita tranquilo por la senda que le asegura el éxito: en criollo, seduce por todos los wines. Sale a escena con tiradores, camisa blanca y prolijamente lookeado, mira con ojos de conquistador a la platea y utiliza un speech de intelectual medio pelo –políticamente correcto– que subyuga sin profundizar. Forma y contenido.

El cantautor llegó al país con el objeto de presentar (durante una extensa gira, que incluye Mendoza, Neuquén, Rosario, Santa Fe, Mar del Plata y Córdoba) su séptimo disco, el flamante Sueños de un hombre despierto. Un trabajo con título basado en una frase de Aristóteles (“La esperanza es el sueño de los hombres despiertos”) y poblado de canciones íntimas, minimales, emotivas e impecablemente ejecutadas en su trasvase al vivo. Esta noche –una de las cuatro a Rex completo– suenan casi todas: “Casandra” (basada en una lectura actual del mito griego), “Canción de un viejo amigo”, “Canción de amor y oficina”, “Somos”, “Zamba del emigrante” (grabada junto a Mercedes Sosa), “Habitantes de Alfa-Centauro encuentran la sonda Voyager”, “Sesión continua” y “Si se callase el ruido”; ocho entre las trece que lo completan más un obvio recorrido por las históricas: “Vértigo”, “Recuerdo” –tal vez su más bella canción de amor–, “Caperucita”, “A las madres de Mayo”, dedicada a ellas en presencia, y la recurrente “Papá cuéntame otra vez”.

El set supera las tres horas, quizá muy largo. Pero el mundo femenino muere de amor aquí. El teatro está repleto y las mujeres demandan bis tras bis. Serrano cede tres veces desde su Peumayen (lugar soñado en mapuche), la imaginaria ciudad portuaria representada por una escenografía con redes vacías, salvavidas, un fondo de mar y nubes, un farol y los tres músicos de la banda (con el simpático Javier Bergia como protagonista principal) vestidos de marineros. Una ciudad abierta, muy inclusiva, que les da la bienvenida a todas: a quienes querrían llevarse al capitán a la mesita de luz o a la cama. A quienes internalizan una poesía por momentos inspirada y permanecen en silencio, introspectivas, o a las cantadoras, pedidoras de temas y reidoras, que exteriorizan todo. A un progresismo estándar y mediatizado (que silba con rabia ante una ¿arbitraria? mención, desde la escena, a Cristina de Kirchner) y a la oveja negra que, desde una de las últimas butacas, lanza su grito de rebelión: “¡Cállense, gorilas!”. Tal vez faltaba agregarle una letra a la fórmula...

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