Viernes, 20 de junio de 2008 | Hoy
MUSICA › EL CENTENARIO DE OLIVIER MESSIAEN
Para conmemorar el nacimiento de un músico contradictorio y genial, que nació el 10 de diciembre de 1908, un grupo de músicos argentinos le rendirá numerosos homenajes.
Por Diego Fischerman
Su obra más famosa giraba alrededor de la idea del final del tiempo, trabajaba sobre ritmos “sin tiempo” y fue escrita y estrenada en un campo de concentración. Fue, tal vez sin saberlo, el ideólogo de una rama de la composición musical en el siglo XX que se autoinvistió, en los mediados del siglo, como la única digna de ser llamada contemporánea. Escuchó y anotó los cantos de pájaros y se interesó por la música de Oriente. Fue un católico devoto y un faro para las vanguardias en una época en que catolicismo y vanguardia estuvieron lejos de considerarse afines. Olivier Messiaen, un músico esquivo, contradictorio y genial, nació el 10 de diciembre de 1908. Y en el año de su centenario, un grupo de excelentes músicos argentinos le rendirá homenaje.
La notable pianista Haydée Schvartz, el Grupo Vocal de Difusión, dirigido por Mariano Moruja, y una pequeña orquesta conducida por el compositor y director Marcelo Delgado interpretarán Pájaros exóticos y Tres pequeñas liturgias de la presencia divina, hoy y mañana a las 20.30, en la sala del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC). La primera de las obras, escrita para piano y pequeña orquesta, fue compuesta entre 1955 y 1956 y allí aparecen más de 40 cantos o llamadas de diferentes pájaros, a lo largo de un solo movimiento tomado como una fantasía para piano y orquesta. La segunda obra fue estrenada en 1945, pocos meses después de la liberación de París, y se basa en un poema surrealista en tres partes escrito por el propio compositor, que evoca la presencia de Dios en el ser humano, en el individuo y en las cosas. La elección de instrumentos es muy particular: incluye un coro femenino que canta casi todo el tiempo al unísono, un trío conformado por piano, celesta y vibráfono que remite a los gamelanes de Bali, ondas Martenot (que en este caso serán reemplazadas por un sampler elaborado por Oliverio Duhalde y Sergei Grosny), cuerdas y percusión.
Durante años, la historia de la composición y el estreno del Cuarteto para el fin del tiempo estuvo acompañada por una leyenda que incluía el frío y las alucinaciones que tenía el compositor durante su cautiverio en el Stalag VIII-A, en el campo de concentración de Görlitz, en Silesia, el hambre, una vestimenta casi payasesca con la que los músicos se habían presentado frente a sus colegas de infortunio y un cello al que le faltaba una cuerda. Las cosas, sin embargo, parecen haber sido un poco diferentes y en gran medida gracias a la melomanía de un abogado alemán que ocupaba el lugar de guardia del campo. Según las recientes investigaciones de Rebecca Rischin, publicadas en su ensayo For The End of Time, The Story of the Messiaen Quartet, Karl-Albert Brull, además de proporcionar al cuarteto calefacción y buena comida, se ocupó de que tuvieran papel pentagramado, buenos instrumentos (en realidad la parte de cello no hubiera podido tocarse con una cuerda de menos además) y un régimen excepcional que los excluía del trabajo en las barracas y que les permitía cuatro horas de ensayo diario. Para el concierto en el que se estrenó el Cuarteto... se imprimió un programa especial y la crítica fue publicada en el periódico del campo, un mensuario llamado La Luz.
Pero hay algo más: Messiaen, el cellista Etienne Pasquier, el violinista Jean Le Boulaire y el clarinetista Henri Akoka fueran liberados en 1941, justo antes de que se instrumentara la “solución final” y cuando, todavía, a Alemania le importaba la opinión favorable que los veedores de la Cruz Roja pudieran tener de sus “campos modelo”. El compositor recién reveló el nombre de su benefactor en 1991, un año antes de su muerte. El empeño por mantener el secreto –y la leyenda– fue tal que, ya terminada la guerra, cuando Brull decidió visitar al famoso compositor, éste no le abrió la puerta. No es que no fuera suficientemente malo haber estado prisionero, pero en una París sumamente sensibilizada por las historias de colaboracionismo –y por la necesidad de lavar culpas– no parecía demasiado conveniente que las condiciones de relativa protección de las que había gozado Messiaen –y no sólo él, si se piensa que el campo de Görlitz llegó a tener una orquesta propia de 24 integrantes– se conocieran públicamente.
El Cuarteto... se inspiró, según Messiaen, en un fragmento del Capítulo 10 del Apocalipsis de San Juan. “He visto un ángel pleno de fuerza descendiendo del cielo revestido de una nube y con un arco iris sobre su cabeza”, escribía en la partitura. Autor también de la Sinfonía Turangalila y la ópera San Francisco de Asís, Messiaen explicaría: “(en el cuarteto) los modos realizan melódicamente una suerte de ubicuidad tonal y acercan al oyente a la eternidad... Los ritmos irregulares, fuera de toda medida, contribuyen poderosamente a alargar lo temporal”. Música sin tiempo y, a la vez, tratado acerca del tiempo, esta obra es, tal vez, el ejemplo más perfecto del estilo de quien con sus Modos de valor e intensidad dio pie al serialismo integral de sus discípulos Pierre Boulez y Karlheinz Stockhausen. Boulez, justamente, escribió sobre él cuando murió en abril de 1992, a los 83 años. “Después de Igor Stravinsky era quien había hecho avanzar más la concepción del ritmo y del tiempo”, fue su dictamen.
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