Sáb 06.09.2008
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MUSICA › EL GRUPO LES LUTHIERS ESTRENA UN NUEVO ESPECTáCULO

“Aprendimos a tener claro lo que queríamos decir”

Con 41 años de carrera, los inventores de una clase de espectáculo que cuenta con fanáticos en todo el mundo, pero que nadie pudo imitar hasta ahora, presentan Lutherapia. Entre otras novedades instrumentales aparece una “exorcítara”.

› Por Diego Fischerman

Acaban de terminar de ensayar. Fue la última prueba antes del estreno de ayer a la noche. Se sientan en la platea y como si la inercia, o una concentración difícil de abandonar, los llevara a ser, durante un rato, los mismos personajes que fueron en el escenario. O tal vez sea lo contrario. Uno de los secretos de su éxito es que quizá Les Luthiers sean extremadamente parecidos a sus actores. El domador de gatos del Circo de Moscú remarcaba que para enseñarles a hacer lo que uno quiere a animalitos tan díscolos hay que amaestrarlos precisamente en lo que saben y les gusta hacer. Hay gatos a los que les gusta esconderse. A esos se les enseña a esconderse. A los que saben saltar se les enseña a saltar. Y a esas invenciones de Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich, podría pensarse, se les ha enseñado a ser como ellos. Parecen, entonces, imitar a esos personajes hechos a su imagen y semejanza y que, claro, los imitan a ellos.

Son, desde hace cuarenta y un años, en que Gerardo Masana tuvo la idea, celosísimos de su obra. No permiten que los chistes nuevos se filtren ni que nadie, salvo quienes forman parte del propio equipo, vean nada de sus espectáculos antes de que sean estrenados oficialmente. O casi, como en el tradicional preestreno rosarino donde terminan de ajustar el ritmo de algunos cuadros o el tono de algún diálogo. “Es que no es lo mismo sin el público. La respuesta de la gente es realmente parte de lo que hacemos”, explica Mundstock. Aun así resulta imposible no sucumbir a la tentación de contar la idea del número final, “El día del final”, subtitulado como “Exorcismo sinfónico-coral”, donde hace su aparición un nuevo “instrumento informal”: la exorcítara. Y es que allí se pone en escena un conflicto de intereses maravilloso –y maravillosamente cómico–: la Iglesia debe elegir entre dos posibilidades que no le gustan en absoluto, el nacimiento del Anticristo y la interrupción de un embarazo. El resto, es decir las intervenciones musicales, los enredos del caso, la manera en que se relacionan con una investigación musicológica sobre la obra de Mastropiero y, obviamente, el exquisito desenlace, deberán ser vistos en vivo, en el Teatro Gran Rex.

En su cuidadosa imitación de sí mismos, Les Luthiers cuentan que, esta vez, el anticipo rosarino no trajo demasiadas sorpresas “porque todo estaba probado de antemano. No junto, pero la mayoría de los números los habíamos ido haciendo”, uno de ellos acota que lo nuevo, siempre, “son las devoluciones del público”, otro intercala “¿vómitos querés decir?” y un tercero responde “no, devoluciones de entradas”. Después, Núñez Cortés se pone serio –y pudoroso– de golpe para hablar de que muchos se le acercaron para decirle que se trata “del espectáculo más divertido de Les Luthiers; la atmósfera, todas las canciones. Uno piensa que hay algunos hitos de nuestra carrera que van a ser muy difíciles de superar. Sobre todo cuando mucha gente se quedó enganchada con algún espectáculo en particular, como Mastropiero que nunca, por ejemplo. Pero en este caso mucha gente me ha dicho que es el más lindo de los últimos”. Las réplicas, por supuesto, no se hacen esperar. “Te lo dicen a vos”, dice López Puccio. “Son los amigos, además, porque los enemigos no hablan con nosotros”, agrega Rabinovich. “Y eso es lo que dicen; habría que ver lo que no dicen”, aporta nuevamente López Puccio. “No, no”, insiste Núñez Cortés. “Es gente que ha visto nuestros espectáculos anteriores y habla en serio y puede comparar. Incluso cuando son muy jóvenes como para haber algunas de nuestras cosas más antiguas porque, en algunos casos, ni habían nacido, los han visto en video. A esta altura tenemos doce videos que recorren toda nuestra historia.” Y también está YouTube, obviamente. “Es como si nos molestara que hubiera mosquitos”, opina Rabinovich. “Al principio éramos muy estrictos y nos molestaba bastante que aparecieran cosas nuestras sin autorización; teníamos una especie de admiración reverencial por nuestras propias obras”, relata Mundstock. “Para todo el que está en el mundo del espectáculo es un tema en el que hay que pensar”, reflexiona Maronna. “Pero por suerte no vivimos de los videos, ni de los discos, sino de esto”, dice López Puccio señalando el teatro. “Ahora lo tomamos con más calma”, continúa Mundstock. “Es promoción. Cuando la gente ve lo que aparece en YouTube, y en algunos casos se trata de gente muy muy joven, después viene a vernos.”

El prurito con respecto a las propias obras, según relata Mundstock, llegaba al punto de no publicarlas “por miedo a que Los Chalchaleros hicieran una zamba nuestra; después nos dimos cuenta de que nos encantaría que Los Chalchaleros cantaran una pieza nuestra. Tampoco reponíamos obras, ni hacíamos en vivo lo que ya estaba grabado, y también en ese caso descubrimos que con las canciones grabadas y requetegrabadas, como el ‘Gato con explicaciones’, que es una especie de himno, cuando se hace en el escenario permite un feedback muy especial con el público, precisamente porque es una pieza muy conocida, a veces de memoria”. Con respecto a Lutherapia, un espectáculo cuyo título les parece sumamente fiel a lo que se proponen y a cómo los ve la gente, Maronna recuerda que, en este caso, “todas las obras tenían muchos votos de cada uno de nosotros; es un show muy acordado”. Es, también, un show con un “estreno tranquilo”, según López Puccio. “Es uno de los estrenos más apacibles que recuerdo”, agrega Rabinovich. “Ninguno de nosotros se enfermó; la pasamos bien.”

–Les Luthiers nunca tuvo director de escena. ¿Qué es lo que aprendieron al respecto en todos estos años de carrera?

Jorge Maronna: –Aprendimos a tener más claro qué es lo que queremos decir. Nuestras puestas siempre fueron muy funcionales. ¿Qué tiene que entenderse? ¿Qué tiene que leerse? Entonces hay que fijar la atención en eso.

Carlos López Puccio: –Algo que siempre nos ayudó fue filmar nuestros ensayos y poder verlo desde afuera. Cuando empezamos a hacerlo, además, era una rareza. Y era carísimo también.

J. M.: –Y si bien no tenemos director, tenemos cinco directores. Tenemos un muy buen diálogo instituido desde hace años, está permitida la opinión.

Marcos Mundstock: –Lo que vemos con mucha mayor claridad ahora que antes es la necesidad de marcar determinadas cosas, a veces subrayándolas, a veces desapareciendo, haciendo que en ese momento no haya ninguna distracción.

–¿Cuál es la fuente más habitual de “ideas graciosas”?

C. L. P.: –No hacemos humor de actualidad. Más bien lo contrario, así que no es el diario, como para otros humoristas.

Daniel Rabinovich: –Es el culo en la silla del que va a escribir la escena.

M. M.: –Y las ideas que alguna vez se fue anotando y que, llegado el caso, se usan.

–¿Dosifican la complejidad musical en función de lo teatral?

D. R.: –El primer límite somos nosotros.

Carlos Núñez Cortés: –Sí, pero, por ejemplo, en el espectáculo anterior Carlos había compuesto una pieza venezolana en cinco tiempos, que nos costaba terriblemente. Un día vino y dijo: “Está bien, me di cuenta, le agrego una corchea”. Pero a esa altura ya era un desafío, así que no aceptamos la corchea y no paramos hasta que sacamos el ritmo correctamente.

C. L. P.: –Es que además era velocísimo y había que meter muchísimo texto y rapidísimo. La peor parte se la llevaba Daniel, que era el solista estrella.

–Estos cuarenta años de trayectoria son también los que nos separan del ’68 y de una cierta idea de modernidad de la que ustedes participaron en sus comienzos.

M. M.: –Pero nosotros no éramos modernos. Todo lo contrario; nos gustaba la música clásica. Estábamos en el Coro de Ingeniería.

D. R.: –Hacíamos sátiras de músicas que amábamos y seguimos amando. El folklore, la bossa nova, el jazz, eran todas músicas queridas. Tal vez lo moderno fue la manera en que llegamos a otros públicos. No teníamos mucho que ver con el resto de lo que había en el Di Tella, pero posiblemente no haya habido, en ese momento, un lugar mejor para lo que hacíamos que el Di Tella.

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