MUSICA › ENTREVISTA CON LA CANTANTE LILIANA HERRERO
“Si las culturas no dialogan, se convierten en cárceles”
En su flamante disco doble, Litoral, asumió la tarea de musicalizar dos ríos: el Paraná y el Uruguay. El resultado es un bellísimo trabajo folklórico, que interroga sobre el paisaje y sus circunstancias. “Me gusta pensar el agua como algo que se expande, que va invadiendo territorios, que arma y desarma islas”, dice la artista entrerriana, también docente, que reconoce que le gusta tanto dar clases de filosofía como cantar.
Por Cristian Vitale
Liliana Herrero puso un freno a tiempo. No quiso enganchar pendientes y sumergirse en los misterios del Paraguay ni en las profundidades de otros ríos, que llevan chamameces hacia el Norte lejano. Acertada decisión. Apenas dos, el Paraná y el Uruguay, la desbordaron en eso de construir con paciencia de araña un disco doble –el décimo en su carrera– que subordina el mandato del arte al de sus afectos acuosos más primarios. Inevitable que pasara. Ella es hija de Villaguay, una ciudad –casi– equidistante de ambos. Y cualquiera que haya nacido allí ineludiblemente lleva en su mochila los sonidos límpidos y dinámicos del Uruguay; los ritmos rocosos y pausados del Paraná. “Tengo recuerdos muy presentes de mi infancia –subraya Herrero en la entrevista con Página/12–. He visto jangadas, he conocido la vida del pescador, he estado cerca de ese festejo que significa ir a pescar. Ese clima es el que quise lograr en el disco. Al mismo tiempo, me gusta pensar al agua como algo que se expande, que va invadiendo territorios, que arma y desarma islas. Su movimiento y el de la tierra en conjunto hace que se confunda todo, y que al final sea una misma cosa”.
Como si lo hubiese venido masticando desde que Fito Páez la empujó a grabar su primer disco en 1987 –o tal vez antes–, Liliana encaró la nada fútil tarea de musicalizar y poner en palabras ambas orillas. Durante el camino de producción –que define como una pieza de ingeniería–, recurrió a poetas y a músicos que, de una u otra manera, interpretan ese mundo. En Litoral –¿cómo tendría que llamarse el disco si no?– coexisten plumas mesopotámicas recopiladas por la cantante con músicos que conforman un verdadero seleccionado. Al tranquito se van mimetizando hasta fundirse en un todo los versos de Osiris Castillos, Ramón Ayala o Juan Ortiz con el acordeón a botonera de Raúl Barboza, el acordeón a piano de Hugo Fattoruso o el tarareo inconfundible de Fernando Cabrera. “La idea original era hacer una especie de gran asamblea entre músicos del Este. Partí de esa geografía y me extendí a Brasil y Montevideo”, dice, explicando las presencias de Arismar do Espiritu Santo, Daniel Maza, Cabrera, Rubén Rada y los Fattoruso brothers.
–Menos mal que no llegó al Paraguay, si no, el disco tendría que ser cuádruple...
–Lo pensé, pero al final no me metí ni con ese río que viene del Mato Grosso, ni con el país. Es un mundo tan exquisito el del Paraguay, que me terminó asustando. Tal vez merezca otro disco que se llame Litoral norte o El litoral contraataca, qué sé yo (risas).
El disco es doble y cada unidad, lógico, lleva el nombre de los ríos que bañan las fronteras entrerrianas. Comenzó a elaborarlo junto a Diego Rolón y estuvo dos años desarmando y armando versiones frente a una PC. En el transcurso viajó a Misiones, Entre Ríos, San Pablo y Montevideo –“con la idea de corroborar el clima que yo tenía dentro”, cuenta–; le hizo leer a Alejandro Ros –el diseñador de la tapa– dos libros hermanados con el lugar (En el aura del sauce, de Juan Ortiz y Etica y poesía, de Juan del Barco); y lo terminó presentando el 8 de octubre en Villaguay. “El disco viene viniendo. Ya lo tocamos en Resistencia, Mendoza, Santiago, Mercedes, La Plata y Purmamarca”, enumera. Ahora, el afluente sonoro seguirá su curso natural el 2 y el 3 de diciembre próximos en el ND Ateneo. “Cuando se toca en vivo hay que olvidarse del disco. Buscar otras versiones es enriquecedor. Lo aprendí de Juan Falú: la voz no piensa, simplemente canta”, cita.
–¿Con qué criterio plasmó cada río en un disco?
–Traté de poner del lado del Paraná lo que yo pienso que es: un río denso, pesado, marrón, que trae un sedimento importante de arena y barro. Y que se traslada lento. El Uruguay, en cambio, parece que tuviera un régimen de montaña, aunque no lo es. Su sedimento es rápido, de piedras coloradas y arenilla. Esto hace que las canciones que están en Uruguay tengan un hilván más burbujeante, urbano y recostado en la percusión. Mientras las del Paraná están asentadas en las formas de la guitarra. En las cuerdas.
A primera escucha, el sonido global de cada disco se mimetiza con sus palabras. Paraná suena más oscuro y denso, pero lleno de matices, texturas y sutilezas. En él, la cantante declara principios recurriendo a Falú y su Canto de agua (“Soy agua, y poco más / viento en el sauzal, mujer de río”); toma de Armando Tejada Gómez nostalgias de tanino, “del algodón que se va”, en Entraña del árbol, y apela a Coqui Ortiz para mantener en la memoria la masacre de Margarita Belén (“Una luna gris de espanto / sobre tu cuerpo estalló”). Uruguay, en cambio, destila grados mayores de frescura y despojo. La piel de fino carnaval de Cabrera transpira toda en El tiempo está después. Y casi ameritan bailarse Ky chororo de Aníbal Sampayo, Murga madre –una oda rioplatense de Edu Lombardo y Pablo Routín– o Doña Emilia de Albín y Santos. “Es el hilván con el que traté de pensar la ubicación de cada tema –extiende–. Igual, hice préstamos culturales, porque a Carlos Aguirre, que es de Paraná, lo traje al Uruguay de la mano de Daniel Viglietti, para tocar Negrita Martina. Y a Hugo –Fattoruso– lo llevé a Paraná para tocar Parte del aire”.
–Una versión que suena muy distinta a la original de Páez...
–Porque la intención fue pasarla por un tamiz muy personal. Quise cantar la frase “vengo de dos ríos que dan al mar”. Además, poner al Hugo era ubicar al tema en otro lugar.
–¿Cómo se transforma un río en música?
–Me gusta la idea que aparece en el poema de Carlos Mastronardi, Luz de provincia: “un largo abrazo de agua la nombra para siempre”, refiriéndose a la tierra. A ese abrazo de agua, que es el gran acuífero guaranítico, es al que me refiero yo, aunque más en términos de ensoñación que de realismo. El fin es mostrar el agua como una presencia constante en esta tierra, con canciones que están pensadas a la vera del río o en el río mismo.
–¿No pensó en hacer un trabajo más relacionado con las denuncias que se vienen haciendo sobre las pretensiones de los EE.UU. en el acuífero guaraní?
–Aún no explícitamente. Pero pienso que los músicos tenemos una responsabilidad no sólo en relación con la memoria cultural, sino también con aquello que está en peligro. Y en este caso, el acuífero está en peligro... pero no se me ocurrió usar este disco como un vehículo de denuncia explícita. Ahora, me llenaría de placer si este tema aparece a partir de mi trabajo.
–A propósito, ¿qué opina de la polémica con Uruguay sobre la papelera?
–Me causa gracia. No porque yo piense que haya que ponerla: realmente contamina el río. Pero nosotros, como país, hemos hecho cualquier cantidad de desastres desde Yacyretá en adelante y nunca nos pusimos a pensar en los daños que causamos. Hay que ver cómo está el río arriba de la represa de Yacyretá, donde ni siquiera pueden subir los peces. Si tuviera que formular una consigna militante, me expediría por la libertad de los ríos. –¿Sigue siendo peronista?
–Es una pregunta difícil, porque el peronismo es un fenómeno complejísimo, que ha tenido diversas transformaciones en todos estos años. Pero diría que si mi pensamiento se inscribe en alguna tradición, es la del peronismo, con todas las reservas del caso. Mis adhesiones son muy cuidadosas y puntuales.
–¿Se refiere al gobierno actual?
–Sí. Tengo una mirada esperanzadora con respecto a este momento. El discurso de Kirchner en la cumbre me pareció excelente. Ahora, si me pregunta qué pienso acerca de lo que el Gobierno ha hecho al extenderles las concesiones a los dueños de las empresas de comunicación, estoy totalmente en desacuerdo. Ser peronista siempre es lábil, porque hay cosas con las que uno acuerda y otras con las que es profundamente crítica. Además, no soy una persona que participe en cuestiones oficiales. La única invitación que tuve fue para cantar con Mercedes Sosa en la Casa Rosada, pero estaba en España y no pude ir. Nunca en mi vida entré en la Rosada. No sé cómo es adentro.
Nacida el 22 de abril de 1948, Liliana Herrero también es licenciada en Filosofía. Da clases en la Facultad de Humanidades y Arte de la Universidad de Rosario desde mediados de los ’70 (omitiendo el período dictatorial, durante el que fue perseguida), aunque no le va tan bien. “Tengo problemas institucionales, que se deben a una profunda necedad y mediocridad de las autoridades”, denuncia. Hoy está dando Problemática del Saber, una especie de introducción a la filosofía, pero no sabe hasta cuándo. “Estoy en un conflicto fuerte, porque esa facultad ha perdido una extraordinaria capacidad crítica y reflexiva, de conversación y diálogo con las vanguardias artísticas y las complejidades del país. Trataré de jubilarme y de irme, porque estoy cansada. Pero me gusta mucho dar clases, casi tanto como cantar”.
–¿Sí? Qué notable...
–Quiero decir que ambas cosas tienen el mismo mecanismo. En las dos, hay un lenguaje que se arma y se desarma frente a un público que interroga o interviene. Es decir, cuando me subo a un escenario tengo en la garganta la obra de Ramón Ayala o del Cuchi Leguizamón; y cuando me paro frente a una clase tengo en mente una lectura de un filósofo que me interese.
–¿Nunca pensó en la arbitrariedad que genera el abordaje filosófico, según categorías puramente occidentales? ¿No cree necesaria, como José Pablo Feinmann, la introducción de una “ontología de la periferia”?
–Es una problemática que existe, y que está en diálogo y tensión con la cultura universal. Lo mismo me parece que pasa con la música. Cuando el Cuchi componía no lo hacía sólo como un gran conocedor musical del folklore argentino, sino que tenía un diálogo extraordinario con la cultura universal. Se sentaba al piano e iba de Debussy hasta la zamba sin problemas.
–Pero eso es convivencia, no imposición ni hegemonía.
–Por supuesto, pero la hegemonía en cualquier caso es un problema. Desde allá o desde acá. Las formas culturales tienen que estar dispuestas al diálogo, si no, son como cárceles.
–Rodolfo Kush fue de los primeros en plantear la idea de un pensamiento latinoamericano “autónomo”. ¿Siguió su obra?
–Sí y me interesa mucho, porque ha puesto en la mesa un problema fundamental, que precisamente radica en saber si es posible pensar una filosofía latinoamericana. Es un gran tema, aunque no sé si adhiero a todas las respuestas que dio.
–¿A qué filósofo admira?
–Es difícil responder esto. Pero ese Nietszche que leyó con tanto detenimiento y pasión a Sófocles y a la tragedia griega me vuelan la cabeza.