Jueves, 18 de septiembre de 2008 | Hoy
MUSICA › CARMINA CANNAVINO Y UN HOMENAJE A CHABUCA GRANDA
La cantante peruana presenta, esta noche en el Torquato Tasso, su tributo a la que considera “una de las compositoras de habla hispana más importantes quizá con Violeta Parra, Consuelo Velásquez y María Elena Walsh”.
Por Cristian Vitale
Si alguien irrumpe en la sala cuando Carmina está cantando “El último café” seguramente creerá que está en un íntegro recital de tango. Ella, peruana por nacimiento, argentina y mexicana por adopción, se apropia de las palabras forjadas por Cátulo Castillo al amanecer de los sesenta y las transforma en encanto. Están todos los tonos, todos los matices, todos los giros. Y lo hace a capella, lo cual suma un plus de brillo. Pero se trata, apenas, de una excepción. Durante una de las presentaciones en el Tasso –repite hoy a las 22– lo que hace ella, la Cannavino, es acceder al pedido de un habitué. Sólo eso: “La canción me debe permitir avanzar más que utilizarla como un recurso de catarsis... estoy tratando de buscar algún tango que esté despojado de esas visiones de desamor y tragedia: es importantísimo poder sentir lo que canto, y poder transmitirlo a la gente”, explica, poniéndole un marco a la excepción. Lo que hay, esta noche y encerrando a Cátulo entre paréntesis, es un homenaje completo a Chabuca Granda. Una exposición, abarcativa, del séptimo y último disco de Carmina cuyo nombre modifica una vocal y le agrega sentido: Chabuca Grande “la Señora”, para ella.
“Siendo peruana, era una asignatura pendiente y un pedido de muchos de mis paisanos. Le debía a la Señora un disco como este que nunca he dejado de cantar, incluso haciendo otro tipo de trabajos, como el que hice sobre el mexicano Vicente Garrido.... siempre, donde esté, me piden ‘La flor de la canela’. Además, Chabuca es una cantora no muy conocida para mucha gente; una compositora que tiene mucha tela para cortar en cuanto a la palabra por su visión panamericanista. Hay una parte de su obra con la cual comulgo absolutamente. Es una de las compositoras de habla hispana más importantes quizá con Violeta Parra, Consuelo Velásquez y María Elena Walsh”. Carmina, entonces, desgrana finísimas versiones de “Coplas a Fray Martín”, “Fina estampa”, “Las flores buenas de Javier” –homenaje a Javier Heraud, un “cristiano de cojones”–, “Me he de guardar” o “Al centro de la Canela”, todas ante el asombro silencioso de un cúmulo de receptores que –cosas del espectáculo– no llega a completar la mitad de las mesas. Según ella, cosas –también– de soledad y medios. “La música popular está pasando por un momento difícil en el mundo entero, en parte debido a la masificación de los medios. Estamos muy solitos, pero la mayoría se las rebusca y eso es lo que nos mantiene vivos... va mucho más allá del ego onda ‘vean qué lindo canto’. La clave es hacer canciones para uno y para los otros.”
Hija de un violinista argentino –militante evitista– que murió de cáncer a los 50 años, Carmina nació en Lima y vivió allí hasta 1985. Luego se mudó a México (DF) y fue allí, entre el smog urbano, donde edificó una intensa trayectoria que incluye, además de siete discos grabados, giras por Europa, Estados Unidos y Asia, más ciertos cruces de escena con Vicente Garrido, Tania Libertad, Lito Vitale o Gabino Palomares. “Nací en una caja de música y tengo tres patrias: Perú, Argentina y México. En mi casa de Perú se escuchaban más Zitarroza, Mercedes Sosa y Piazzolla que música peruana... ese tipo de cosas te marcan, y yo no me siento ajena a este país. Me comprometen su música, su esperanza, sus luchas y sus desaparecidos. Me siento parte, pero tuve una mala experiencia: intenté vivir en Buenos Aires en 1982 y no me fue bien: me di cuenta de que no podía vivir de la poesía aquí, Argentina siempre ha tenido un río medio revuelto de gente que se hace a sí misma.”
–¿Otro freno al tango?
–(Risas.) No. Mira, hay un núcleo de gente cercana a mí que conoce mucho del género y siempre me ha dicho: ¿por qué no haces un disco de tango a tu manera, más latinoamericana? Pero la cuestión es que hay que vivir en Argentina para cantar tango. Hoy pienso más en enfocar ciertos aspectos de la vida: la Amazonia, la situación de la mujer, la aceptación de su propio cuerpo y otros tópicos que tienen que ver con el amor. Yo le canto al amor en todas sus manifestaciones... desde el vínculo de pareja hasta visiones sobre lo que pasa en el mundo.
–El amor y la palabra: hay en sus interpretaciones una intención de acentuar su sonido, la forma en que se dice...
–Por eso digo que la Señora –Chabuca– ha influido mucho en mi oficio, porque para mí el hilo conductor de la canción, principalmente y más allá de la melodía, es la palabra. La palabra que te rectifica, que te cuestiona, que te construye... la impecabilidad de la palabra, y la señora Chabuca en esto es absoluta. No hay verdades absolutas, pero para mí ella lo es.
La edición original –la mexicana– de Chabuca Granda incluye un disco bonus que la transforma en doble: el disco uno, que aquí salió por separado, incluye trece composiciones de la autora de “Fina estampa” y el dos, un recorrido bastante abarcativo por la música andina. Carmina dice que es en homenaje a la mujer que la crió, una “peruana de las sierras”, y a la cuna de su musa: Abancay, un asentamiento minero ubicado en la región de Apurimac unido, en esto de creer en la patria grande, al norte argentino. “El disco nació a partir de un viaje que hice por Tilcara y Humahuaca, donde conocí a Ricardo Vilca: conviví con él y con su mujer, Mercedes. La pregunta fue: ¿por qué yo, siendo peruana, no había abordado los temas andinos?: y no lo había hecho por una cuestión de respeto, porque creo que todo lleva su tiempo: soy una cantora muy acrisolada, mis influencias pasan por diferentes tamices y ópticas. Además, soy muy autocrítica. Considero que un Jorge Fandermole o una Chabuca me pasan por encima... la vida es así.”
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