MUSICA › CRISTOBAL REPETTO, TANGUERO JOVEN Y VIEJO A LA VEZ
“El idioma emotivo trasciende las barreras de lo hablado”
En su debut, Repetto rescata el tango de los ’20. Hoy lo presenta en el Ateneo.
› Por Cristian Vitale
¿Qué tendrán en común Raúl Costa Oliveri y la Mona Jiménez? Hay dos maneras de intentar descifrarlo. La primera es que Oliveri, muerto ya, fue el autor de La canción del borracho que Miguel Cafre convirtió en tango y rebautizó Tabernero, en los ’20. La letra es bastante evidente. “Echá vino, tabernero/ que tengo el alma contenta/ con tu maldito veneno.” La Mona, claro, es más terrenal cuando pregunta quién se ha tomado todo el vino. Pero los dos hablan de lo mismo: el escabio. La segunda es que Cristóbal Repetto –gacetilleado como “la voz más vieja y más nueva del tango”– eligió Tabernero para su disco debut ¡y tiene 52 vinilos de la Mona en su casa! “Soy muy respetuoso de los géneros populares y la Mona me parece un ejemplo de coherencia”, señala este muchacho de 26 años, enfermizo comprador de discos: “Mi melomanía me seca el bolsillo”.
Ahora, en su disco –producido por Gustavo Santaolalla y que presentará hoy en el Ateneo– no hay vestigios de otra cosa que no sean milongas y tangos guitarreros con sonido a gramófono. Junto a Tabernero, Repetto ubicó La que murió en París, de Héctor Blomberg y Enrique Maciel; el triste y campero Ay, de mí (de Manzi y Piana); el censurado y “anarco” Acquaforte, grabado por primera vez en 1931 por Juan Carlos Marambio Catán y Horacio Pettorossi; y once temas más para redondear un trabajo congruente y respetuoso. Una laboriosa faena de investigación en la que Repetto, arrabalero, no sólo despliega un sorprendente timbre de voz, sino que agrega datos históricos. “Leyendo, me enteré de que existió algo llamado cantor nacional donde convivían lo urbano con lo criollo y, sin querer, traté de recuperarlo. No me lo planteé como un objetivo revisionista, sino como una necesidad espiritual. Cantar una milonga es recordar un asado con amigos”, dice.
Cristóbal nació el 9 de julio de 1979 en Maipú, pueblo bonaerense de ocho mil habitantes. Cuando era chico acompañaba a cantores locales tocando el bombo en peñas y festivales. A los 15 armó su primera banda –La Brújula– y a los 16 insistió con otra. “Era un desafío mostrar mis canciones en el pueblo, porque la gente está a la expectativa de qué es lo que querés que sepan de vos, de tus primeras broncas y sensaciones en contra de algo”, evoca. Faltaba un toque de suerte e iniciativa para que el joven trepara escalones. Además de tocar, le había gastado la discografía a su padre, pendulando entre Gieco, Violeta Parra, Víctor Jara y Larralde, y las cartas estaban echadas. “A los 16 me anoté en los Torneos Juveniles Bonaerenses y canté los dos primeros tangos de mi vida: Muñeca brava y Soledad”, reseña.
En 1997 se mudó a Buenos Aires. Llamó a viejos amigos de Maipú, armó una banda y se largó a tocar. “Fue una apuesta, porque los comienzos se me hicieron doblemente difíciles. Generalmente, cuando empezás a tocar van a verte tus amigos del secundario. Yo no tenía a nadie, así que los cinco que venían eran de verdad” (risas). De tanto tirar la moneda, una vez cayó del lado de la suerte y conoció a Santaolalla. El ex Arco Iris lo vio en el canal Solo Tango y lo convocó para integrarse a Bajofondo Tango Club. Después le ofreció grabar un disco con bemoles notables: el cantor no sufrió la gran Santaolalla, entregar 50 temas para grabar 16. Repetto hizo y deshizo el material como quiso. “Gustavo fue complaciente conmigo, respetó los tangos que yo quería grabar y, además, me permitió grabar en vivo. Por momentos, éramos seis músicos tocando al mismo tiempo.”
Entre esos músicos estaba Javier Casalla, violinista del que Repetto es fan número uno. Se conocieron por su padrino artístico Daniel Melingo, y ya no se despegaron. Casalla ejecuta su violín trompeta en Serenata del 900 o Se va la vida, y ambos suelen enchastrarse los dedos en bateas de Buenos Aires en busca de tesoros. Juntos introdujeron el tango en el circuito de la world music. “A veces los tangueros piensan al tango como un género especial, pero no debería ser exclusivo. Fuera de lo for export, el tango tendría que estar entre las músicas del mundo.” Repetto estuvo casi todo el año mostrando lo suyo en Europa, en el Olympia de París, en el Royal Albert Hall, en la BBC de Londres, en Berlín y en Newcastle. Y tiene una parva de anécdotas. “Cantar Un triste campero en la BBC tiene alto contenido simbólico. Te das cuenta cómo el idioma de la emoción trasciende las barreras de lo hablado. Siento que canto en representación de los artistas de pueblo que no tienen acceso a esos lugares.”
La coherencia que Cristóbal destaca de la Mona puede autoaplicarse. En suma, porque lo que va de su obra tiene la pretensión de encontrar al mundo de lo diverso –grabó con Leo García en su homenaje a Gilda, con Egle Martin, Carlos Carabajal, Alejandro Balbis y Lalo de los Santos– con lo estático de sus raíces y optó por una estética afín al objetivo. “En el tango de los ’20 encontré la síntesis entre lo criollo y lo urbano. Apelo a una estética de sencillez que se ha ido perdiendo.”