Domingo, 12 de octubre de 2008 | Hoy
MUSICA › EXCLUSIVO: CóMO ES BLACK ICE, EL NUEVO DISCO DE LOS AUSTRALIANOS AC/DC
La legendaria banda rompe un silencio de ocho años con un disco que sus detractores verán como mera repetición y sus seguidores festejarán... precisamente por lo mismo: marcas de identidad de un grupo inoxidable.
Por Eduardo Fabregat
Es una de esas Verdades Sólidas como una roca del apasionante mundo del rock: hay bandas a las que no se les exige más que ser fieles a sí mismas. No es un rasgo de aburguesamiento del público o los músicos: sucede que son bandas tan efectivas, dueñas de una identidad tan poderosa, que no necesitan más experimentos. Encontraron la fórmula, una fórmula que no aburre nunca. Se puede decir eso de los Ramones, claro: en ellos la variable pasaba por la diferencia de velocidad entre el estudio y el vivo, cuando podían despachar unos 35 temas en 55 minutos. Con AC/DC, la variante es histórica: todos saben que hay un AC/DC con Bon Scott y otro con Brian Johnson. Pavada de mérito para los hermanos Young, que superaron la muerte de su cantante reformulando el sonido de la banda, y abrieron una nueva era con los campanazos de Back in Black, sin vueltas uno de los discos más perfectos del hard rock.
De eso hace ya 28 años, suficiente tiempo para disparar la estéril discusión de que los australianos vienen haciendo el mismo disco una y otra vez. No es una discusión que prenda mucho entre los reales fans, o incluso meros seguidores del quinteto: desde que comenzó a rodar la noticia de que el 20 de octubre AC/DC rompería un silencio de ocho años con Black Ice, lo que puede palparse en foros virtuales y conversaciones reales es un entusiasmo traducible como “¿Qué van a hacer? Un disco de AC/DC. . . ¡por suerte!”. ¿Alguien puede esperar que Angus o Malcolm comiencen a disparar sintes desde sus guitarras, o que el camionero de la boina ladeada haga prender encendedores (o pantallitas de celular) con una power ballad digna de la más rancia banda de hair rock californiano? La conclusión puede leerse como un gigantesco banner de Internet: Queremos un disco de AC/DC. Punto.
Pues bien: Black Ice es, sin dudas, un disco de AC/DC. Un disco que sabe repartir trompadas en los momentos justos: en el arranque con el ya conocido single “Rock’n’roll train”, poco después con el segundo single “War machine”, inmediatamente después con la soberbia “Decibel” (ese midtempo tan, pero tan AC/DC, con Angus punteando a lo loco) y en el cierre con “Black Ice”: ese tipo de canción que sirve para definir al quinteto sin recurrir a mayores palabras, un groove bien pesado, los hermanos de las seis cuerdas sacándose chispas y Johnson tan orillero y potente como antaño.
Esas canciones, las que más fácilmente se fijan en la memoria en una primera audición de Black Ice, vienen a conformar algo así como la columna vertebral del nuevo disco de la banda que arrancará una nueva gira mundial (¿pasará en 2009 por la Argentina?) el próximo 28 en Wilkes-Barre, Pensylvannia, EE.UU. Black Ice es la mejor manera de calentar motores tras la pausa discográfica de ocho años desde Stiff upper lip, y de siete desde la correspondiente gira de presentación. En ese lapso sucedieron varias cosas en la industria y el grupo ha sabido leerlas: no es casual que maneje el prelanzamiento desde su propio sitio y que haya preferido cerrar trato por el juego Rock Band Rock Pack antes que con iTunes, en el que Angus no confía por entenderlo demasiado fragmentado: “Nosotros hacemos discos, no canciones individuales”, argumentó.
Angus tiene razón: más allá de esos puntos esenciales anotados, las quince canciones de Black Ice se suceden para ir construyendo un paisaje conocido... pero siempre encantador. “Big Jack” tiene un tono épico, marchoso, coronado por un estribillo que permite suponer multitudes con el brazo en alto. “Smash’n’grab” propone algo más de swing, más contoneo que sacudida de cabeza: lo que en AC/DC podría entenderse como bailable. El doblete de “Wheels” y “Decibel” prepara el terreno para “Stormy May Day” y “She likes rock’n’roll”, donde asoma ese viejo amor de la banda por el rhythm’n’blues combinado con melodías poderosas como tanques. “Rock’n’roll dream” supone un momento de calma, “Money made” puede entenderse como un AC/DC al mil por ciento.
Y así, haciendo uso y abuso del término “rock” en sus títulos, a caballo de la inconfundible Gibson SG roja y una identidad sólida como una cordillera, los veteranos de Australia cumplen con la expectativa. Pero lo mejor de todo es que termina Black Ice y no queda la sensación de un mero acto mecánico. Como los Ramones, AC/DC tiene aquello que no se desgasta con la repetición.
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