MUSICA › LA 36ª EDICIóN DEL FESTIVAL CERVANTINO EN GUANAJUATO
El evento mexicano recorre las expresiones artísticas más diversas, de lo más antiguo a lo vanguardista y de lo más popular a lo ingenuo, en un amplio espectro que abarca desde el electropop a la música contemporánea.
› Por Diego Fischerman
Desde Guanajuato
Los esqueletos bailan. Es apenas una pequeña secuencia, dos saltos en un pie, el apoyo en el otro y un giro. La procesión avanza lentamente, se detiene y vuelve a comenzar. Uno de ellos, un niño, muestra un reloj sin agujas: para la muerte no hay hora. Detrás, otro marca el ritmo de la letanía en un tambor. Y otros más llevan antorchas. Darán tres vueltas a la iglesia de San Roque, por las escarpadas calles de piedra, y terminarán entrando en el antiguo templo colonial para hacer una reverencia ante el altar. La dansa de la mort de Verges, una danza macabra de la Edad Media, es parte de lo que Cataluña, el invitado de honor, presenta en la trigesimosexta edición del Festival Cervantino. Siguiendo la intrincada red de callejuelas, en el Teatro Juárez, Ana Belén lee el diario de Colometa, en la versión de la novela La plaza de diamante, de Mercè Rodoreda, preparada por Joan Ollé.
El festival, día a día, recorre las expresiones artísticas más diversas, de lo más antiguo a lo vanguardista y de lo más popular e ingenuo a lo más especulativo. Y el público acude con igual entusiasmo a ver una banda de rock, un recital de músicos de electropop austríaco o un concierto de música contemporánea. Mientras tanto, sentados contra la pared de uno de los bares situados alrededor del Jardín Unión, varios jóvenes que han gastado todo su dinero venden, para poder regresar a sus ciudades, besos o su disponibilidad para recibir cachetadas. Las cachetadas son las que tienen más éxito (“y mira que las chavas pegan fuerte”, cuenta uno de ellos), pero los besos, fogosos o castos (“a como mande la dama”), también tienen su demanda.
Entre las actuaciones destacadas del festival estuvo la de Ely Guerra, una de las expresiones más interesantes del rock actual mexicano –el disco Sweet & Sour está entre lo mejor editado últimamente–, que se presentó en el patio de la alhóndiga –palabra que designaba al viejo almacén de granos– junto a una banda de contundencia envidiable integrada por Hernán Hecht en batería, Ezequiel Jaime Netri en bajo, Nicolás Santella en teclados y Demián Gálvez en guitarra. Con sus letras que, en una reveladora mezcla de castellano e inglés, apelan frecuentemente a la soledad, una voz extraordinaria y un aire a P. J. Harvey atravesada por los vientos fronterizos del desierto de Sonora, Guerra brindó un show impecable.
La creación reciente de tradición escrita, por su parte, que durante años fue parte de un ciclo de música contemporánea que se realizaba a la par del festival, este año es parte estructural e incluso llegó al teatro Juárez para una gala que contó con cuatro jóvenes próceres: el trompetista Markus Stockhausen, hijo del célebre Karlheinz, músico de jazz que tocó entre otros con el guitarrista Ralph Towner y dedicatario de obras de su padre, de Xenakis y Wolfgang Rihm, entre otros; el virtuoso trombonista Mike Svoboda, participante de aquel legendario Yellow shark que unió a Frank Zappa con el Ensemble Modern, el pianista Fabrizio Ottaviucci y el impactante contrabajista Stefano Scodanibbio, para quien también escribieron obras especialmente varios de los más importantes compositores de las últimas décadas.
En los próximos días, el viaje que propone el Cervantino pasará por un grupo de danza francés especializado en los bailes del barroco, por la visita de Jordi Savall y su Capella Reial de Catalunya, por el estreno en México de una de las obras más intensas y misteriosas de Jan Sibelius, su poema sinfónico Kullervo, para coro masculino y orquesta (que contará con la participación del Coro YL, de Finlandia, y la Orquesta Sinfónica Nacional de México, dirigida por Carlos Miguel Prieto), por la presencia del notable Cuarteto Latinoamericano (un cuarteto de cuerdas mexicano cuyas interpretaciones de música del siglo XX funcionan como referencias obligadas), y por la compañía Pilobolus.
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