Domingo, 26 de octubre de 2008 | Hoy
MUSICA › LA LUZ DEL AMOR, EL DISCO CON EL QUE LOS CADILLACS VUELVEN AL RUEDO
Las cinco canciones nuevas, seis reversiones y dos covers ajenos que integran el disco que aparecerá el jueves, sirven para tomarle el pulso al grupo, que encara su extensa gira de retorno con la vitalidad y frescura necesarias.
Por Eduardo Fabregat
Desde que el rock (o “música joven”, “contemporánea”, el mote que se quiera encajar en la burocrática línea de puntos) llegó al punto de tener un corpus artístico tal que podía hablarse ya de una historia, el concepto del retorno empezó a cobrar más y más peso, estimulado por ciclos en los que protagonistas de etapas, tiempos o movimientos aparentemente idos, superados, decidían volver sobre sus pasos. El regreso es un concepto poderoso y hasta heroico, como se puede comprobar en el record de Monumentales (y la extendida gira continental) de cierto trío argentino fundamental para el libro gordo de las pampas. El regreso, claro, puede ser también un arma de doble filo, sobre todo por las expectativas que suele despertar en el público y hasta en los mismos músicos, que a veces advierten demasiado tarde que no están a la altura de lo que ese heroico concepto exige. Entre el ¡Qué bueno que volvió! a ¿Para qué volvió? puede haber una distancia mínima.
El regreso de Los Fabulosos Cadillacs, que el próximo 5 de noviembre abrirán en el Foro Sol del DF mexicano una gira de 50 fechas, tiene cierta naturalidad: en los años posteriores a aquella declaración de Sergio Rotman sobre la “guerra de egos”, el grupo recompuso sus vínculos humanos, al punto de rearmarse para el disco ¡Calamaro querido! y de ese modo ir abonando su propio terreno. El retorno sufrió el duro golpe de la muerte de Gerardo “Toto” Rotblat, y resulta obvio que La luz del ritmo esté dedicado “con profundo amor” al percusionista. La luz..., claro, es el disco que asomará en las disquerías este jueves: complemento de estudio a lo que el público porteño pudo apreciar en el caliente show del 1º de julio en el Planetario. Un test drive para comprobar el estado del motor Cadillac.
¿Y entonces? Quizá la sorpresa más agradable de La luz del ritmo sea su levedad, que no debe confundirse con liviandad: para el grupo resultó más fácil asumir el trabajo de meterse en el estudio que para Soda Stereo, pero eso no lo eximía de riesgo. La historia siempre pesa, y no puede desestimarse la cantidad de páginas acumuladas por los Cadillacs en su rica trayectoria. En la cancha se ven los pingos, sí, pero también en el laboratorio. Y el disco con el que LFC vuelven al ruedo exuda una soltura, un desprejuicio y libertad a la hora de elegir qué hacer, que alcanza para extenderles la derecha ya en la instancia de la primera audición. Los viejos zorros pueden enredarse con sus propias mañas, pero no es éste el caso. Es decir: el grupo se podría haber colgado en disquisiciones sobre qué es lo que el afuera espera de ellos –y ociosidades similares–, sobre (otra vez) el peso del retorno. Pero todo indica que Vicentico, Sr. Flavio, Sergio Rotman, Mario Siperman, Fernando Ricciardi y Daniel Lozano resolvieron el asunto de la manera más natural para un músico, cerrando el portón de la sala de ensayo para mirarse las caras, cruzar sus instrumentos, probar la musculatura musical y dejar que surja el pulso.
Por supuesto que LLDR tiene un riesgo calculado, si se observa que sus trece tracks están repartidos en cinco canciones nuevas, dos covers bien elegidos y resueltos (una rotunda versión castellana del clásico de The Clash “Should I stay or I should go” y un ensayo bailable sobre “Wake up and make love with me”, de Ian Dury) y seis reversiones de clásicos, un poco al estilo del exitosísimo Vasos Vacíos de 1993. Así, “Mal bicho” se despoja de las tensiones rítmicas originales para adoptar un relajamiento funky; “Padre nuestro”, también proveniente de Rey azúcar, propone un cumbiazo en toda la regla, con el aporte de Damas Gratis y Pablo Lescano; el reggae de “Muy, muy temprano” está apenas ralentado con respecto a la versión de Yo te avisé!!; sin aportar deformaciones excesivas sobre sus originales, “El genio del dub”, “Los condenaditos” y “Basta de llamarme así” (que liquidaba Vasos Vacíos con una deliciosa versión acústica) cierran el paquete de títulos conocidos.
Es en las composiciones nuevas donde la banda prueba la efectividad del reencuentro, y donde las tres cabezas principales presentan sus motivos para brillar. Si en “La luz del ritmo” Flavio propone una apertura energética y fiestera, muy Cadillac, es en “Nosotros egoístas” donde –asumiendo además la voz principal– abre el juego, una canción ligera y luminosa a pesar de sus frases melancólicas, inequívocamente dedicadas al amigo fallecido. Inmediatamente después es el turno de “Hoy”, la dulce canción que aportó Vicentico a esta nueva etapa y que calza con naturalidad en el cancionero del grupo, como si el tiempo no hubiera pasado. Por su parte, Sergio Rotman le pone el gancho a uno de los puntos más altos del disco: las guitarras surferas y los caños (cortesía de Dancing Mood) de “El fin del amor” caracterizan a apenas dos minutos diez rotundos, vibrantes, que deberían tener destino de hit. Finalmente, “Flores” –también del bajista Cianciarulo– parece ideal para el coro y la arenga en vivo.
Así, entregados a la luz del ritmo como forma de evitar el peso del retorno, los Cadillacs redondean un trabajo si se quiere seminuevo, pero no por ello menos valioso, en el que supieron catalizar la experiencia adquirida por cada uno en los años de diáspora. Suficiente –y más que eso– para afrontar las ceremonias del 12 y 13 de diciembre en River con la sana expectativa de un regreso sostenido por la vitalidad de una banda a la cual aún le quedaban cosas por decir. No es poco.
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