Sábado, 15 de noviembre de 2008 | Hoy
MUSICA › SKAY BEILINSON CIERRA EL AñO Y EMPIEZA A GRABAR UN NUEVO DISCO
Aunque descarta todo rumor de reunión de los Redondos, el guitarrista y cantante no desdeña el pasado y señala su presente como “una continuidad” con aquellos tiempos: “Estoy bien ahora, pero no difiere mucho de lo que hacía antes”.
Por Juan Ignacio Provéndola
La cita es en un bar de Palermo, donde Skay Beilinson se mueve a sus anchas. No es el dominio de quien impone autoridad a los gritos, sino del que silba bajito y no deja rastros: así puede leer un libro en un bar y pedir un cortado en otro. La recorrida termina en una mesa a la calle, donde repite el café y fuma mientras se le iluminan los ojos hablando de Poly, su compañera desde hace 39 años y su manager. Sería imposible creer que es uno de los máximos referentes del rock local, pero así es Skay, que esta noche despide el año en la disco Elsieland de Quilmes, antes de una pausa para grabar su nuevo disco.
–¿Cuál es el secreto para ser estrella de rock y estar con la misma mujer durante cuarenta años?
–Poly es una de las personas más excepcionales y fascinantes que encontré, inteligente, sensible y audaz. Nos hemos llevado bien siempre. Yo sigo queriéndola y admirándola, y supongo que ella también a mí. Eso hace que estemos armando siempre una nueva historia con el entusiasmo del primer momento. Parecería que no hay muchos casos así en el mundo.
–Nunca hizo alarde del “sexo, drogas y rock and roll”...
–Nunca quise bajar línea, ni ahora ni con los Redondos. Lo que hacíamos era porque nos gustaba la música, estar juntos y cranear situaciones fastas para el espíritu. Eso tuvo repercusión y comenzó a crecer, pero nunca imaginamos que íbamos a tener tal destino.
–En sus letras hay referencias religiosas. ¿Cree en Dios?
–Tengo mis creencias, que son muy sencillas. Vivir es un arte. Estamos en una cultura materialista que nos embota. Más allá de la realidad que construimos, hay otra muy preciosa que es posible descubrir. Allí es donde está la belleza, la música y la poesía. Es un universo oculto que nos perdemos si estamos fascinados por el consumo y las “cositas”. El silencio y la introspección contribuyen a encontrarlo, aunque el acto celebratorio más precioso (y donde todo toma sentido) sigue siendo tocar.
–¿Alguna vez perfiló otra vocación más allá de la música?
–Realmente no. Es más: no terminé el colegio secundario, pese a que jamás me había llevado una materia. No tenía problemas de estudio, pero era un mundo muy aburrido. Cuando descubrí la posibilidad de asumir mi propia aventura, dije: “Mi vida no pasa por el mundo académico”. Ahí decidí irme de mi casa y participar de la vida comunitaria.
–¿Cómo se llevaba con sus padres?
–Eran bastante esquemáticos con sus ideas, lo cual me permitió tener algo firme hacia lo que rebelarme. Hoy los padres son tan ambiguos en sus posiciones que a veces los chicos no saben dónde canalizar su rebeldía. Me ayudaron a irme de mi casa el día que me dijeron: “O cambiás o te vas”. Gracias a ese planteo pude irme sin culpa. Con el tiempo me volví a acercar, porque no hubo ningún conflicto, más allá de los que uno puede tener con sus padres: los míos ya tienen 80 años y fueron formados con valores que eran incompatibles conmigo.
–¿Perdió vigencia el concepto de vida comunitaria en un mundo regido por la globalización y la tecnología?
–En grupos grandes se complica, porque aparecen luchas por poder y situaciones que dificultan la armonía. En ámbitos más pequeños, es una escuela maravillosa de aprendizaje y hay mil maneras de llevarla a cabo. No tengo computadora, ni mail, ni celular. No le aporta nada a mi vida. Hace poquito compramos una cámara digital, porque es más cómoda. Pero me sigo nutriendo del silencio y la naturaleza.
En 2001, los Redondos suspendieron un show en Santa Fe para tomarse lo que llamaron un “año sabático”. El plazo se postergó y hoy nada indica que eso vaya a cambiar, al menos en el corto plazo. Skay dio el primer paso solista al poco tiempo, el Indio esperó tres años. Hubo contactos, pero cada cual prefirió atender su juego. Skay aprovecha para mostrarse no sólo como guitarrista y compositor, sino también como cantante y letrista (ayudado muchas veces por Poly), aunque aclara: “Yo me siento más músico que poeta. Para mí, las palabras acompañan a la música”. Cuando el tema Redondos vuelve, señala: “Nos dimos cuenta de que la gente nos había elegido como bandera sobre la cual proyectar cosas de las que no teníamos control. A veces les preguntábamos a los chicos qué podíamos hacer para evitar eso, y muchos decían: ‘Ustedes son el pretexto para vivir esta aventura, no se preocupen por nosotros y hagan lo que tengan que hacer’”.
–¿Se les fue de las manos?
–Siempre estábamos al borde de una catástrofe, y fue muy doloroso. Fuimos conscientes de que, al convocar mucha gente, éramos responsables. Tratábamos de extremar las medidas y gracias a Dios nunca sucedió nada, pero fue desgastante.
–¿Es cierto que sospechaba una “mano negra” detrás de todo?
–A mucha gente le resultaba complicado lo que hacíamos. Algunos nos dijeron cosas que pasaban por atrás, pero no pudimos confirmarlas. Por un tiempo decidimos no tocar en Capital, porque venía muchísima gente, había enfrentamientos con la policía, era muy descontrolado. En los últimos momentos había que pedir permiso al Ministerio del Interior para tocar. Generaba mucho pánico lo que se movía alrededor de los Redondos.
–¿Sigue creyendo que Cromañón fue el lugar más seguro donde tocó?
–Cuando arrancamos todo lugar era bienvenido, porque no había muchos. Tocamos en algunos donde podría haber pasado cualquier cosa. En La Esquina del Sol cayó una lluvia infernal y había 30 centímetros de agua sobre los que flotaba la zapatilla donde iba enchufado todo. Tocamos y nos importaba una mierda, de inconscientes; como ésa pasaron otras cosas de parte nuestra y del público. Lo que le pasó a Callejeros fue la continuación de ese grado de inconciencia.
–Pareciera ser que se acabó un suplicio con la interrupción de Redondos...
–Yo estoy bien ahora, pero no difiere mucho de lo que hacía antes. No es una interrupción, sino más bien una continuidad en las cosas que hice y hago. Los Redondos existen en otra dimensión. No puedo dejar de ser Redondo, como no puedo dejar de ser yo mismo.
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