MUSICA › LA SITUACIóN DEL TEATRO COLóN, EN EL AñO DE SU CENTENARIO
Sin programación anunciada para el 2009, ni un festejo por su aniversario, con varios de sus directivos renunciados y su plan de obras en estado de parálisis total, el máximo coliseo local empieza enero con futuro incierto.
› Por Diego Fischerman
El primer año en la historia del Colón en que no hubo temporada lírica de ninguna clase, no es poca cosa. Y mucho menos si ese año fue el del centenario de la sala. Es imposible referirse a 2008 sin pensar en lo que no fue –y pudo haber sido–. El primer año de la gestión todavía a cargo termina sin una programación anunciada formalmente para 2009 o, peor, con varias temporadas falsas hechas públicas pero descartadas en privado, como si la divulgación oficial no implicara compromiso alguno. Con una cronología que asusta de sólo recordarla y un centenario de la sala sin festejo digno, el 2008 finaliza, para el actual director, el ex rector del Nacional de Buenos Aires Horacio Sanguinetti, con varias bajas en la nómina inicial de colaboradores –renunciaron un director del ballet, un manager de la Orquesta Filarmónica, un director de la Orquesta Estable, un director artístico en las sombras (Salvatore Caputo) y un director ejecutivo sombrío (Martín Boschet)– y con un directorio que la Ley de Autarquía obligaba a constituir con “personalidades de probados antecedentes en el campo de la cultura” y que, en los hechos, fue integrado por dos contadores y un abogado especializado en defender los intereses de las empresas en conflictos laborales, todos ellos miembros del PRO.
Varios convenios con provincias, que culminaron con una Traviata de escasísimo nivel artístico presentada en San Luis al costo de los escasos pesos que quedaban del presupuesto y con la consecuencia de la cancelación del ballet Giselle en la Capital, una serie de presentaciones de estudiantes de canto avanzados, acompañados al piano, en diversas escuelas, una miríada de recitales de arias de ópera, sin montaje ni idea de espectáculo alguno a los que la dirección del teatro bautizó “galas”, con sorprendente autoindulgencia, y la pérdida de 1.600.000 pesos del presupuesto propio, por falta de uso y por ignorancia de los procedimientos administrativos del municipio fue todo lo que la actual gestión tuvo para mostrar luego de haber criticado con salvajismo a las autoridades anteriores y haber desmantelado cada uno de sus planes, empezando por las temporadas programadas.
Además, claro, está la cuestión del edificio. De la historia anterior mal puede echársele la culpa a los directivos actuales pero sí, en cambio, son los responsables del año de inactividad y desinteligencias en la materia. Según fuentes bien informadas, lo que detiene a las obras en este momento es la falta de decisión acerca de si los talleres deben quedar dentro del Colón o ser mudados afuera, lo que además de sus implicancias arquitectónicas tiene altos valores simbólicos e inquieta sobremanera a los gremios. Pero el problema mayor es estructural y llama la atención en un gobierno que pregona la eficacia como valor y que se remite con frecuencia a las leyes de la empresa privada como modelo. La situación en que han colocado el aspecto edilicio del Colón lleva la semilla de la ineficiencia en su propia estructura, bicéfala en el mejor de los casos. Quien debe dar el visto bueno es el director del Colón, subordinado del Ministerio de Cultura. Pero las obras están en la órbita de la Dirección General de Obras de Arquitectura del Ministerio de Desarrollo Urbano, de manera que no hay una autoridad clara y, tampoco, nadie que sepa con certeza, ni en el Colón ni en el Ministerio de Obras Públicas, qué es lo quiere hacerse, partiendo de la base inevitable de lo que ya está hecho.
Lo cierto en que en ese contexto fue casi un milagro el ciclo de abono mantenido por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, que a partir de 2009 pasará a llamarse “del Teatro Colón”, según anunció exultante Sanguinetti, como si se tratara de algo importante. Su director, Arturo Diemecke, con notable carisma y empatía con la orquesta, consiguió mantener un buen nivel musical y, a pesar de criterios de programación algo erráticos, tuvo puntos muy altos, como su interpretación de Popol Vuh, de Ginastera, y de las Suites de Dafmis y Cloé, de Ravel. También dentro del ámbito oficial de la ciudad tuvo lugar el duodécimo ciclo de música contemporánea del Complejo Teatral. Ya la mera permanencia es un logro destacable y, a lo largo de su desarrollo, hubo actuaciones de gran nivel, como la del grupo alemán Recherche.
Entre las visitas extranjeras se destacaron varias de las propiciadas por el Mozarteum Argentino: la de la Orquesta de Lieja, dirigida por Pascal Rophé y con una luminosa Susan Graham como solista, la del notable Cuarteto Alban Berg, en su despedida, la del violinista Joshua Bell, la actuación de Jordi Savall al frente de la Capella Rial de Catalunya y la de la Orquesta de la Capilla Estatal de Berlín, dirigida por Daniel Barenboim, quien además de brindar versiones magistrales de las últimas sinfonías de Bruckner encontró tiempo, en el final de su concierto en el Luna Park, para hablar de la situación del Colón y de “los responsables y los irresponsables” del asunto.
También llegaron, traídos por el ciclo que se desarrolla en Amijai, tres grandes violinistas: Schlomo Mintz, Gidon Kremer y Pichas Zukerman, los dos últimos haciendo música de cámara. En relación con las versiones de óperas que brindan Buenos Aires Lírica y Juventus Lyrica, continuó una actividad profusa dentro de la cual se destacó la versión de Ifigenia en Táuride de Gluck, ofrecida por la primera de estas asociaciones, protagonizada por Virginia Correa Dupy, dirigida musicalmente por Alejo Pérez y con puesta de Rita Cosentino. La Compañía de las Luces, dirigida por Marcelo Birman, que ya desde hace años lleva adelante una coherente actividad alrededor de la ópera barroca, presentó Castor y Pollux, de Rameau, y editó este año su primer álbum discográfico, con una versión excelente, también, de Ifigenia en Táuride de Gluck.
Hubo, además, varios ciclos destacables de música de cámara. Sonidos prohibidos, dedicado a músicas y autores perseguidos durante el nazismo, unió a la altísima calidad musical la investigación sobre repertorios habitualmente no transitados. Varios de estos emprendimientos contaron, por otra parte, con el apoyo de la Fundación Alejandro Szterenfeld, y la Biblioteca Nacional, al filo entre la música y otras disciplinas, produjo además de numerosos conciertos, el ciclo bautizado Topofonías, creado por el compositor Miguel Galperín, en que cuatro creadores –entre ellos el compositor Martín Liut– trabajaron a partir de la propia biblioteca, entendida como material. La visita de Martín Matalón, para dar un concierto organizado por el CETC y para organizar una escuela de música contemporánea estuvo, también, entre lo más destacable de 2008.
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