Lun 05.01.2009
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MUSICA › PIRU GABETTA, UN ARTISTA CON MUCHA HISTORIA SOBRE SU ESPALDA

“La música me salvó la vida”

El cantor de tango y ex militante del PRT, que estuvo nueve años exiliado en Europa, acaba de editar su tercer disco desde el regreso: Embelecos. “Para elaborar todas las que te pasaron es preferible estar haciendo cosas”, señala.

› Por Cristian Vitale

Un día de 1985, Piru se preguntó si la tierra y la patria eran sólo valores ficcionales de la nostalgia o eran, como el tango, una certeza que encarnaba algo sustancial de lo propio. Estaba en el avión, regresando de Francia, y la necesidad mutó en urgencia. Le pidió a su compañera de butaca que le cediera el lugar más cercano a la ventanilla y, a punto de aterrizar, se tragó un pedazo de Argentina por los ojos. Detrás quedaban nueve años de exilio y un deseo imperioso: volver. “Ella comprendió y me dejó solo, con un gesto mínimo y hondo que jamás olvidaré, en el instante justo, cuando mis temblores comenzaron a disimularse con los del carreteo. Se me ponen los pelitos de punta cuando lo recuerdo”, evoca, preciso. Nueve años, entre París y Barcelona, insuficientes para olvidar ciertas secuencias del pasado en tierra propia: su puesto en la lucha como cuadro medio del PRT, la grabación de Qualition junto al Trío + Tango, los siete meses en la clandestinidad o la desaparición de la compañera de su hermano Carlos, que precipitó el exilio. “Siempre estuve absolutamente ligado al país y teniendo claro que cuando podía pegaba la vuelta”, insiste.

Pero lo que Piru (Néstor Gabetta) menos pudo dejar entre renglones fue el latido de barrio. Un ADN preexistente a su hacer de joven militante, una cualidad que aún hoy, a los 62 años, conserva intacta. No pasan dos cuadras de a pie por los lindes de Constitución que ya hace una primera apreciación de contexto. “Hay mucho patín en la lleca, che.” Palabras tan habituales en él como fato, franeleo o el dicho que repite dos o tres veces durante la nota con Página/12: “Así es la verdad de la milanesa”. “¿Sabés qué? Yo conozco a la gente del tango de verdad, y me doy cuenta de cuando alguien se sube a un escenario para hacer un estereotipo”, reflexiona. La verdad de la milanesa, entonces, es que ese regreso del ’85 implicó, entre otras cosas, retomar en tierra propia el pulso del Piru tanguero. Apenas bajado del avión fue invitado para hacer las veces de juglar en la obra teatral Dorrego de David Viñas y de ahí fue reconstruyendo escalón por escalón: hacia fines de los ’80 grabó De ida y vuelta, primer disco del retorno, con Lalo de los Santos, Antonio Agri y Bernardo Baraj entre los invitados; luego se reinventó en Quinteto con Certezas y así hasta Embelecos, trabajo de reciente edición. “Como dice Mario Benedetti, estaba en pleno desexilio. Fue llegar, empezar a acomodar el cuerpo y pensar qué hacer. No hay nada mejor para un tipo que está tanto tiempo afuera que llegar y que el lugar te capture con alguna actividad. Para elaborar todas las que te pasaron es preferible estar haciendo cosas”, sostiene.

Así comenzó el camino en la Argentina que llegó al hoy. Y el hoy, para Gabetta, tiene un nombre y mil significados: Embelecos. La definición académica es engaño, mentira. Pero hay variantes secundarias: espejismo, ilusión, arrullo, caricia, hasta algo típico del argot de la pesca. “El embeleco es algo que atrae a los peces, un anzuelo. Pese a sus muchos significados, es una palabra poco frecuentada. Yo la recordaba de La Fundación Mítica de Buenos Aires, de Borges: ‘Son embelecos fraguados en La Boca’. O la madre de mi productora, que decía: ‘No me vengan con embelecos’. Esencialmente se trata de una palabra con misterio.” Un misterio que Piru irá revelando a través de doce composiciones, en su mayoría propias, a excepción de “Valsecito de la calle Riobamba”, cuya autoría comparte con Juan Muñiz y un poema sintomático (“El regreso”) que opera como introducción al último tema del CD, “Fuimos”, el clásico de Homero Manzi. “Al ser una producción independiente, tuve una libertad total para hacer lo que tenía ganas. No hay nadie que me diga: ‘Mirá, con esto vamos a vender más’... Nada que ver.”

–¿Tuvo problemas para elegir el repertorio?

–Bastante. Creo que lo principal al elegir una canción es saber si podés defenderla o no, porque hay cosas que no son para uno. Incluso hay temas que me gustan poéticamente, pero no los puedo hacer. Es algo, no sé, medio misterioso que no permite conectarte con el tema. A Edmundo Rivero le pasaba igual. Si la historia no te conmueve de verdad, no va.

Fuga hacia atrás: 32 años. En 1976, previendo la derrota ante el frente militar que tomaba el poder, el PRT decide sacar del país a muchos de sus cuadros sobrevivientes con el propósito de denunciar las atrocidades del régimen en el exterior. Gabetta es uno de los elegidos. Luego de medio año en la clandestinidad, y de vivir un tiempo guardado en la casa de Gustavo Beytelmann, viaja a París. “Yo no estaba en el aparato militar (ERP), pero tenía actividad de aparato con cierta responsabilidad. A los tipos que tenían una actividad cultural como la mía, que yo había dejado absolutamente planchada por la militancia, el partido nos enviaba al exterior. Acá nos estaban haciendo moco, y había que irse. Santucho, por ejemplo, antes de caer en Villa Martelli estaba a punto de salir. Sin hacer un recorrido lineal ni minucioso de la partida, digo que me fui con una tarea política. La organización vio claro el principio de la derrota y nos sacó, porque lo que se venía era muy grosso. Había que empezar rápidamente una campaña de información en el exterior. Creo que la música me salvó la vida”, admite.

El primer proyecto serio de denunciar con música fue el grupo Tiempo Argentino. Gabetta y Beytelmann ensamblaron intenciones con Tomás Gubitsch (ex guitarrista de Generación 0 e Invisible), que había llegado a París para dar un concierto en el Teatro Olympia junto al grupo electrónico de Astor Piazzolla y el embajador argentino le “sugirió” no regresar al país; Enzo Gieco, Juan José Mosalini, que había viajado como parte del grupo de Susana Rinaldi, y dos franceses: Jean Le Guern y Jacq Paris. El primer y único disco del grupo se llamó Tango rojo, sobre el que el mismísimo Julio Cortázar se deshizo en elogios (“Lo que aquí se canta contiene la denuncia y el repudio de la opresión que padece nuestro país”). Dice Gabetta: “Lo que hacíamos era poner a la Argentina siempre al frente. Era el objetivo de un grupo que no estaba para hacer pelotudeces, ni música for export; era un grupo de música con una tarea política. Las canciones que yo escribí –algunas interesantes, otras no– tenían una poesía de emergencia. Estaban absolutamente direccionadas a denunciar el carácter de la dictadura. Era un proyecto en serio: se estudiaba, se laburaba y la idea era generar una propuesta estética que se ganara el corazón de la gente desde un lugar cultural. No éramos un grupito armado en el barco para hacer un racconto de los muertos. Como dice Gelman: ‘Un poema antes de ser un poema de denuncia tiene que ser un poema’. Nos fue bien porque trabajamos duro: nos levantábamos a las seis de la mañana para estudiar el idioma”.

–¿Tuvieron dificultades? ¿Cómo fue la primera recepción entre el público francés?

–Hubo que remontar algo importante. El gobierno de Isabel estaba profundamente desprestigiado en Europa. No era Salvador Allende, al que habían tumbado. Al principio fue un laburo duro, porque para Europa los golpes de Estado en Latinoamérica eran folklóricos; casi todos menos el de Allende porque, como se sabe, fue el primer gobierno que se propuso el socialismo por la vía parlamentaria. Encarnaba, de alguna manera, todo el proyecto de la socialdemocracia europea. La caída de Allende era la caída de la socialdemocracia sueca, por ejemplo o de lo que llamábamos un gobierno reformista. Pero Isabel tenía una prensa espantosa.

Tiempo Argentino se acopló a la prédica del Cuarteto Cedrón, que estaba en la misma línea de acción, y entre ambos se presentaron en lugares clave como La Vieille Grille, el Palais des Arts o el mismo Olympia. “El trabajo que hizo el Tata fue extraordinario. Empezamos una tarea amplia que consistía en trabajar con todo el mundo, gente que venía de Montoneros y otras organizaciones, y adquirimos una noción de unidad que ojalá tuviéramos acá, en este momento. Haríamos un despelote bárbaro, porque es claro: el enemigo te junta la cabeza y no te pregunta el origen político; simpatizantes, colaboradores, alguien que prestó un timbre o un tenedor... y así.”

El grupo, cruza de folklore y tango, duró casi tres años. Lo suficiente como para que el cantante considerara los objetivos cumplidos. “Ahí se produce mi separación del grupo por un tema político interno; el PRT se fracciona, aparecen miradas distintas: Luis Mattini por un lado, Gorriarán Merlo por otro y un capítulo doloroso”, dice. Tras el divorcio musical, Gabetta grabó un disco con José Luis Castiñeira de Dios –el creador de Anacrusa– en Barcelona y encaró otro proyecto con estética de trinchera: Túpac Tosco, junto a los hermanos Saavedra, Susana Lago, Raúl Mercado –fundador de Los Andariegos– y el riojano Pancho Cabral. “Era una versión coreográfica musical de la Argentina basada en la historia de las luchas populares: la Semana Trágica, la Forestal, el Cordobazo; un viaje que empezaba con Túpac Amaru y terminaba con Agustín Tosco. Funcionó muy bien. La coreografía la hizo un suizo, pero el rol principal fue el de Juan Saavedra. La alegoría del final era que el pueblo argentino iba a salir de la dictadura”, explica.

–¿En qué momento su rol de militante “tiempo completo” fue dejando paso al músico más, digamos, independiente?

–Hubo un momento en que entre todos habíamos logrado instalar un tema en la sociedad europea. Había sido tomado por las masas, por el imaginario colectivo. Trabajamos con Amnesty, con cristianos que estaban en contra de la tortura. Incluso se hizo un evento por los derechos humanos en la Catedral de Notre Dame, que es como decir que Bergoglio permita en la Catedral de Buenos Aires un homenaje a la masacre de Pando. El mayor orgullo que nos quedó fue escuchar a Videla diciendo: “El único frente que no dominamos fue el internacional”.

–Los últimos años del exilio los pasó en Barcelona. ¿Qué ocurrió allí?

–Me mandé una locura juvenil con una bailarina francesa (risas). Más allá de eso, la verdad es que fue la primera vez que pensé en términos personales. Mi tarea política como tal había mermado en parte; y no tenía ganas de discutir por los símbolos del partido y esas cosas. El Pelado Gorriarán quería sacar lo que quedaba del partido para combatir en Nicaragua y nosotros, con otro grupo de gente, dijimos que no; que no se podía seguir tirando tiros. Había que hacer un análisis autocrítico y no una fuga hacia delante. Ahí fue cuando me convertí en un independiente. En Barcelona inauguré un espacio cultural. Después llegó el ‘83, pasaron dos años y pegué la vuelta.

Vuelta al principio. Cuando Piru baja de ese avión, luego de temblar al ver tierra argentina desde el aire, abraza la primavera alfonsinista. “Eran los tiempos del coletazo esperanzador. El Juicio a la Juntas fue un proceso interesante que sentó bases profundas, más allá de las cagadas que después se mandó Alfonsín. Ese país que vi cuando llegué no quería un cajón quemado por Herminio Iglesias, ni los pedidos de amnistía que hacía Luder en campaña. La Argentina se había convertido en un país de vanguardia, porque la sociedad votó la otra opción. No es que sea indulgente con mis compatriotas, pero sostengo que éste no es un pueblo fascista, y que hay que estar atentos a los nuevos paradigmas. Este pueblo es el que tiene 30 mil desaparecidos, y fue vanguardia en la lucha revolucionaria”, asegura.

–¿Pese o hasta los ’90? Se coincide en que fue una década de un vaciamiento no solamente económico sino, sobre todo, cultural y político.

–Creo en eso de barajar y dar de nuevo. Yo vine como la mayoría de los militantes: sin plata. Hubo que empezar a reconstruir todo y hoy hay que mirar hacia donde van las ilusiones, aunque es cierto que la derrota se siente en todos los aspectos. Cuando el flaco Kirchner dice que estábamos en el infierno, yo suscribo totalmente.

–¿Cuál es su mirada sobre la experiencia del PRT, a la distancia?

–La reivindico, pero no salgo con la chapa. Hace mucho tiempo, por suerte, la música y la poesía me han empujado hacia un lugar de convivencia con el militante de siempre, salvo que soy un independiente sin agrupación política. Jamás podré olvidar el enorme compromiso de mi generación.

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