Viernes, 16 de enero de 2009 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A LA CANTANTE DE TANGO NOELIA MONCADA
Es rosarina y dio sus primeros pasos en Buenos Aires actuando en la calle, a la gorra. Tan bien le fue que terminó trabajando con Julio Bocca, Raúl Garello y Horacio Ferrer, entre otros. Pero ella dice que la suya no es “una historia para Hollywood”, sino una bien real.
Por Karina Micheletto
Entre tanta cantante femenina de tango proliferando en estos últimos años, la de Noelia Moncada es una voz que se recuerda como especial. Afinada y dulce, nunca sobreactuada, igualmente capaz de emocionar con las historias que encierran los tangos, Moncada es una joven con mucha experiencia: ya ha acompañado numerosas veces a la Orquesta de Tango de la Ciudad, a la Orquesta Escuela, a formaciones como El Arranque, con actuaciones en el Colón o en teatros del mundo. También fue elegida por Raúl Garello, por Julio Bocca para las presentaciones de su gira despedida, por Horacio Ferrer para una versión de María de Buenos Aires en Los Angeles. Tiene un primer disco solista reciente, A tiempo, en el que acierta en sumar a la tradición algunas experimentaciones armónicas. Hoy a la medianoche se la podrá escuchar en Clásica y Moderna (Callao 892), en una versión más íntima, junto al pianista rosarino radicado en Nueva York Octavio Brunetti.
La historia de Moncada abarca una niñez con una directora de coro que descubrió su talento, una adolescencia recorriendo tanguerías de Rosario de la mano de sus padres, la decisión de mudarse a probar suerte en Buenos Aires apenas cumplidos los 21, un par de años trabajando a la gorra en plazas y calles, un concurso que le abrió las puertas de la orquesta dirigida por Emilio Balcarce, y de allí en más una carrera que parece vertiginosa. Casi como un cuento, aunque Moncada frunza la nariz cuando lee en alguna nota que la suya es una historia para Hollywood. “Puede ser que de afuera se vea así, pero para mí todo implicó tanto esfuerzo, que está totalmente teñido de realidad”, se ríe.
El tango y la música en su caso vienen de familia: “Mi mamá cantaba en coros, mi papá era fanático del tango, aunque a mí, cuando era chica, el tango me deprimía: escucharlo a la mañana en la radio era un bajón. A mi viejo le gustaba Goyeneche, y yo le hacía burla”, cuenta. A los 10 años, la experiencia del coro de su colegio –dirigido por Alejandra Zambrini, pide mencionar especialmente– le abrió la posibilidad del canto propio. “La directora me estimuló muchísimo, les decía a mis viejos: ‘Háganla estudiar, tiene condiciones’. Me ponía siempre de solista en el coro, eso me hizo tener mucha confianza en mí misma, tomar conciencia de lo que podía hacer. Fue un training frente al público tremendo, cantábamos en muchos lugares, y hasta grabamos un cassette”, recuerda.
–¿Cuándo decidió dar el paso de Rosario a Buenos Aires?
–Después de que gané un concurso de Cosquín, con el guitarrista Pablo Covacevich. El fue importante en esa etapa, me hizo la gamba de acompañarme, sin saber si nos iba a ir bien y sin ganar un mango. El premio era cantar en el escenario mayor, pero faltaba como un mes. Entonces, en lugar de volver a Rosario hicimos una pequeña gira por bares de Córdoba, y surgió la posibilidad de cantar a la gorra en un paseo de artesanos. Nos fue tan bien que dije bueno, si esto funciona acá, podemos ir a cualquier lado. ¡Vamos a Buenos Aires! Trabajar a la gorra fue un gran aprendizaje.
–¿Qué aprendió?
–Primero, la sensación de libertad que te da es increíble, no dependés de que otro diga qué está bien y qué no. Además, te da la posibilidad de conocer gente, es una gran fuente de contactos. Estuvimos más de un año trabajando en Parque Lezama, Florida y Recoleta, y nos fue re bien. Vivía sólo de eso, ¡y vivía muy bien! Enseguida gané el certamen Hugo del Carril, y entré a la Orquesta Escuela, eso me habilitó a cantar en lugares re lindos, ¡hasta en el Colón! Después entré a trabajar en una tanguería, de ahí surgieron giras, y ya no volví a trabajar en la calle. Pero para mí fue mucho más satisfactorio trabajar a la gorra que en la tanguería, sin dudas.
–¿Y cómo llegó a contactarse con Raúl Garello?
–Le hablaron de mí, y él dijo: “Sí, ya la conozco, ella va a cantar conmigo”. Cuando cantaba en la calle me había escuchado el pianista de su sexteto, y él le había llevado un disco mío. Se ve que era algo que tenía que ser. Con Garello canté hasta en el Luna Park, eso fue grandioso. Después me empecé a ir de viaje con El Arranque, y ahí ya no seguimos más, pero siempre está la posibilidad de hacer algo con el maestro.
–Su disco tiene ciertos toques experimentales: sumar armónicas a “Garúa”, “Volvió una noche” con cajita de música o la versión electroacústica de “Barrio pobre”. ¿Buscó ese toque diferente, o es algo que le surge naturalmente?
–En realidad fue una idea del productor (Ignacio Varchausky), que a mí al principio me parecía demasiado arriesgada. Me di cuenta de lo acertado que estaba cuando presentamos el disco en vivo, ahí me conecté muchísimo, me terminó de cerrar la idea del disco. Eso siempre es así, lo que grabás es un punto de llegada, el disco queda como algo que pudiste superar. Para mí fue increíble además haberlo grabado con la orquesta El Arranque, con los arreglos de Diego Schissi, con el armoniquista Franco Luciani como invitado.
–Debe ser difícil ser cantante femenina de tangos hoy, habiendo tantas. ¿Cómo hace para distinguirse?
–No pienso en eso. Lo que hace que cada uno sea diferente es estar conectado con lo que cada uno es, ése es mi eje. Si en algún momento me fui de ese centro y empecé a compararme, no me permití quedarme en ese lugar, enseguida se me encendió una luz roja. No se trata de repartir lo que hay, cada cantante que aparece puede construir cosas, ampliar el territorio. Eso es lo que quiero hacer yo, seguir imaginándome el próximo show, conociendo gente, formándome. El mundo es inmenso. ¡Eso está buenísimo!
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