Lunes, 26 de enero de 2009 | Hoy
MUSICA › SUNA ROCHA, ANTES DE SU PRESENTACION EN COSQUIN
Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
‘‘Yo no fui la Kodama de Yupanqui, eh.” Susana Rocha –Suna– tiene un color dorado elegante. El sol de Córdoba hizo lo suyo en esa piel que parece alisada por efecto de esos aceites mágicos que se suelen usar. Luce relajada y, se le nota, tiene ganas de hablar. De lo tanto que le gusta agarrar la guitarra y salir a dar serenatas por el pueblo de su niñez (San José de la Dormida). De sus reminiscencias y olores. Y, sobre todo, del viejo Atahualpa, una temática recurrente. Tanto que se le torna inevitable. Lo conoció de cerca, fue su amigota de los últimos años y ha compartido anécdotas como para contar en una serie interminable de asados, si quiere. Pero siempre le pone un stop al rumor, nacido quién sabe cómo. “El me honró con su amistad... digo amistad para que se entienda, porque he escuchado comentarios donde se decía que había sido la querida de Yupanqui. Nada que ver. Sólo lo he acompañado en su soledad, en su enfermedad, durante los últimos años de su vida. Y me he regocijado con un ser tan inteligente y profundo. He podido sentir cómo late la tierra detrás de un hombre como ése”, dispara ella.
La figura de Yupanqui, entonces, emerge como esencia y sustancia de lo que Suna siente hoy. Apostada ya en Cosquín, donde esta noche brindará un concierto basado en carnavalitos “bien bolivianos” y una elegía al bombo, lo nombra todo el tiempo. Se mira a través de él. “Alguna canción suya voy a hacer. Uno no puede dejar de cantarlo en este escenario que lleva su nombre.” Tal vez sea alguna de las que Rocha grabó en el recientemente reeditado Maldición de Malinche. “La Arribeña”, o “Te dicen poeta”, o “Punai”, o “Guitarra, dímelo tú”, versiones –todas– muy posteriores a la muerte de su hacedor: once años. “¿Por qué tardé tanto? No sé, nunca me animé a invitarlo a un concierto mío. Y se lo dije de frente varias veces: ‘le tengo miedo a su crítica, tata’. El me miraba y no me contestaba nada, y mucho menos me atreví a recrear temas suyos cuando vivía. Bah... sólo uno. Cuando hicimos ‘La Añera’ con Pedro Aznar me dijo que era una porquería.”
–Durísimo...
–El era así. Después le llevé la de Fito Páez y Liliana Herrero, y también se despachó igual: “Otra porquería”, dijo. Igual, poniéndome en la piel de él, creo que si hubiese escuchado “El arriero” por Divididos, aunque lo hubiese criticado en público, en el fondo hubiese estado contento, sólo por el hecho de que gente joven del rock reparara en su obra. Hubiese respetado la concesión de Divididos.
–El año pasado fue el centenario de su nacimiento y le inventaron un premio a su nombre. ¿Alguna reflexión?
–En general estuvo bien, porque la gente que ganó el premio no es la que más discos vende. Es muy positivo, y tiene que ver con que fue una votación de los músicos. Hoy por hoy, tengo la sensación de que cualquiera gana un premio, cualquiera graba un disco. Este no fue el caso. Por otro lado, es cierto que él hubiese rechazado ver su nombre ahí. Era esquivo, perfil bajo y muy nervioso. Cada vez que íbamos al restaurante de Horacio Ferrer, lo aplaudía todo el mundo y se ponía muy nervioso. Yo le decía “vio Tata lo que es no pasar en vano por la vida”. Me miraba y asentía con la cabeza. También era burlón: una vez un taxista le preguntó, dudando, “¿usted es....?” y él respondió: “Eduardo Falú”. Bajamos y me hizo darle una foto que decía Atahualpa Yupanqui en letra enorme... ¡imagine que no me quise perder la cara de ese señor! El tipo no lo podía creer. No se habrá olvidado jamás de eso.
La reedición de Maldición de Malinche no fue solitaria. Acqua decidió hacerse cargo también del notable Madre Tierra, cuya edición original, encargada al desaparecido sello Confluencia, data de 1992. Ambos estaban descatalogados y la cantante quiso recuperar las cintas para editarlo en el exterior. “Le pedí a Isabel Noriega que me diera las cintas, para reeditarlas fuera del país y de paso lo hice acá. Los dos tienen un sonido muy contemporáneo y era una pena no poder conseguirlos.” Madre Tierra es, tal vez, el disco que mejor deschava el carácter inquieto y poco ortodoxo del folklore según Suna. Hay un huayno del que participa Pedro Aznar (“Madre del maíz”), hay una bella chacarera de Jorge Fandermole (“Coplas para la tejedora”), y también un aire de chacarera que Emilio Del Guercio, ex bajista de Almendra y Aquelarre, había compuesto para su disco solista Pintada: “Aroma del lugar”. “Estoy acostumbrada a la interacción. Me codeo con gente de otro pozo musical con la que, sin embargo, comparto la misma cosa. Creo que unas músicas son diferentes a las otras a la hora de interpretarlas, pero es música al fin. Por ejemplo, me pareció muy inteligente por parte de Pedro Aznar cuando se inclinó al folklore. Ha sacado cosas muy hermosas, como la música que le puso a ‘Soledad’, de Ata.”
“Soledad” también se llama la zamba de Jorge Drexler que Rocha está por grabar para un inminente disco, el noveno desde que arrancó su cosecha en 1983, con aquel álbum junto a Raúl Carnota. “Con Drexler nos conocimos en Madrid y nos hicimos medio amigotes; por eso le pedí permiso para ‘afeminar’ su zamba, porque las mujeres tenemos el problema de que son siempre los hombres los que componen, y también para que me permita traerla a mi terreno, con un fraseo propio. Por suerte dijo que sí.” Hace seis años que Rocha no edita un CD nuevo. El último –paradoja– había sido Maldición de Malinche. ¿Razones? “No sé. Tendría que haber sacado uno antes de fin de año, pero estoy dando muchas vueltas para completar un disco. Elijo la poesía, la música, voy, vuelvo... en fin, estoy indecisa y cada vez más exigente”.
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