Viernes, 30 de enero de 2009 | Hoy
MUSICA › EL GRUPO VOCAL SANTA CRUZ Y SUS ESTAMPAS PATAGONICAS
La agrupación, nacida en los años ’70, propone interesantes interpretaciones rítmicas de pura cepa sureña. Lo agreste de su geografía, la historia y el clima se proyectan a través de postales musicalizadas que asumen el formato de suite folklórica.
Por Cristian Vitale
La operación es simple: tomar un mapa de Argentina por el sur, darlo vuelta con los dedos, como si éstos fueran una pinza plana, y señalar a Río Gallegos, capital de Santa Cruz, como un punto neurálgico del folklore argento. Sin más. Es cierto que el género no fluye a mansalva como en la otra punta del mapa –varias razones históricas y culturales lo explican, claro– pero se siente fuerte, como el viento helado y los diez grados que Francisco Mansilla notifica en pleno verano. “Nosotros vemos el calor por televisión” es el chiste de quien, precisamente, integra uno de los grupos fogoneros de la música coral folklórica de la Patagonia. Porque el Grupo Vocal Santa Cruz –y aquí radica su particularidad– no es una mera reproducción de estilos trasvasados de región, sino un vehículo que dispara, desde ese rincón del mundo, su propia estela. Estampas Patagónicas, disco de reciente edición, viene a mostrar esto: un ojo que mira al mundo desde ese maravilloso, crudo e inhóspito paisaje. Y lo hace a través de interesantes interpretaciones rítmicas de pura cepa patagónica, “forjados a frío”: malambos sureños, loncomeos o huellas.
“Como patagónicos sentimos la necesidad de que nuestra música sea escuchada en los mismos espacios que se les brinda a las distintas regiones. Yo, personalmente, creo que la carencia tiene que ver con la densidad poblacional: el NOA, o la provincia de Buenos Aires son mucho más voluminosos en habitantes. También hay más historia por el tiempo vivido por su gente. Nuestro sur, en cambio, se fue poblando de a poco, y ese proceso debe llevar tiempo. Igual, en definitiva, la música no tiene fronteras ni ideologías”, señala el primer tenor de un grupo con gruesa historia. Nacido en la década de oro de Los Huanca Hua, Los Andariegos, el Cuarteto Zupay y Buenos Aires 8 –la del setenta– con el fin de proponer una estética “distinta de la tradicional”, Mansilla, más Héctor Oyarzún –barítono alto–, Ricardo Vargas –barítono bajo–, Luis Warner –bajo– y Alejandro Muñoz –segundo tenor, primera guitarra y arreglador musical– encararon un periplo provincial primero y nacional después, espejándose en las cosechas de Hamlet Lima Quintana, Jaime Dávalos o Ariel Petroccelli y pisando fuerte en otros lares: Cosquín, el Festival del Poncho en Catamarca, Pehuajó, el circuito de peñas en Buenos Aires... un ruedo que los prefijó como referentes del folklore sureño.
Pero ¿qué es lo propio del folklore sureño? “Hay varios aspectos que podrían definir la música del sur: lo agreste de su geografía, la historia, el clima –revela Mansilla–. Yo creo que el clima es fundamental para la música, que es expresar un estado de ánimo. Si se analizan las distintas letras de poetas y cantores, se encuentra una pintura de su expresión: el paisaje y sus costumbres.” Así, al menos, discurren la poética y la música –creadas hace 40 años por Irma Calor y Héctor Pérez– que el quinteto vocal materializó– arreglos mediante– en este disco editado por Melopea. Estampas Patagónicas implica, por caso, una serie de postales “musicalizadas” que asumen el formato de suite folklórica. “Todo nace de las vivencias patagónicas de Irma, la creadora del texto y de Héctor. Ellos, por ejemplo, investigaron mucho sobre la cultura de los aborígenes que habitaban la región: sus danzas, sus cánticos, su religión. En nuestra zona, a unos 160 kilómetros de Río Gallegos, cerca del paraje La Esperanza, tenemos la reserva de origen tehuelche: Cañadón Camusu-Aike.
–Investigación que volcaron en “La voz del Camaruco”, el loncomeo.
–Tal cual. El loncomeo, que significa movimiento de cabeza, nace de un ritual sagrado de los aborígenes de la zona. Ellos lo llaman Nguillatum. Es una danza sin letra, para bailar imitando al avestruz. Pero las letras nacen por la necesidad de transmitir al pueblo su significado. Los aborígenes danzaban en los camarucos para pedir a sus dioses prosperidad en las cosechas, la caza y la salud de su gente.
–La huella, en cambio, se acerca más al folklore pampeano. Queda demostrado en la interpretación que hacen de ella en “La Meseta”.
–En tanto danza tradicional argentina, sí. La huella tiene el carácter del paisano de a caballo, de corte patagónico, que tiene mucho que ver con la Pampa Húmeda. Algo de eso hay también en “La milonga y la nieve” –otro tema– porque, como sabemos, la región pampeana está ubicada dentro de lo que se denomina Patagonia, por lo tanto los autores encontraron en la tranquilidad del ritmo el lugar exacto para describir su extensa región: la nieve, sus ríos, sus lagos y montañas.
–¿Sigue siendo la Patagonia una extensión desamparada? Siempre hizo ruido eso de “tierra maldita”.
–Pese a los esfuerzos que se realizan a nivel región, sentimos que la Patagonia aún hoy necesita poblarse. Es increíble que Santa Cruz, siendo la provincia más grande en extensión después de Buenos Aires, siga siendo la menos poblada.
–¿En qué grado influyen la escasa densidad y las distancias enormes en las condiciones para hacer música allí?
–A ver: hace cuarenta años nuestra ciudad contaba con una escasa población, por lo tanto las posibilidades de estudiar música eran pocas. Hoy contamos con un centro cultural que es orgullo de la provincia y con un conservatorio provincial de música donde se pueden estudiar distintas disciplinas. Igual, sin lugar a dudas, cuesta manifestarse mucho más que en otros lugares del país. Básicamente por las distancias y por el desinterés de los que manejan los medios y la cultura. Lamentablemente, es una constante en toda la región.
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