Miércoles, 18 de febrero de 2009 | Hoy
MUSICA › LA SERENATA A CAFAYATE, EL ORGULLO FOLKLóRICO DE SALTA
En el corazón de los Valles Calchaquíes, el encuentro cobra este año una dimensión especial. El festival, que se extenderá hasta el próximo domingo, se está transformando en una Serenata solidaria con Tartagal. León Gieco, que tocaba anoche, se sumó a la iniciativa.
Por Karina Micheletto
Desde Cafayate
En Cafayate dicen que ésta es la ciudad más linda de Salta, la linda. Los cafayateños se saben orgullosos habitantes de uno de los rincones más bellos del país. Tanto, que han decidido hacer una fiesta en la que ofrecen una serenata a su propia ciudad, y ése es el mito de origen de la Serenata a Cafayate, el festival de folklore que hoy es el más importante de la provincia: la costumbre de dar serenatas a la más bella, pero esta vez, a la ciudad. Allá por los ‘70 fue idea de un grupo de músicos y poetas, entre los que revistaba Fermín Perdiguero, apadrinados por el bodeguero y mecenas Arnaldo Etchart. Así surgió esa fiesta, que este año ya comenzó, en su edición número 35, y se extenderá durante siete días, hasta el próximo domingo.
De sólo atravesar el tramo de la ruta nacional 68 que une la capital salteña con esta localidad del Valle Calchaquí, es fácil entender por qué los cafayateños se atrevieron a plantear una serenata a su propia ciudad. La vegetación se multiplica, de los olivos a las vides, de los algarrobos a los cardones, el río la secunda. Los cerros van ganado rosas tiernos, rojos furiosos o verdes plateados, dibujan formas que parecen el capricho de algún dios o de algún duende, de esos que pueblan esta zona, que anduvo cortando con cuchillas. Es fácil entender por qué este paisaje regala tantos nombres de zambas en cada pueblo que se atraviesa. A un costado de la ruta aparece Alemanía, ese pueblo que hoy es fantasma y antes albergó una estación de tren, y brotan como naturales las glosas de Manuel J. Castilla: “Padre, ya viene el tren de Alemanía, salúdalo tocando la campana, ponte la gorra, cierra la ventana, que ya no hay nadie en la boletería...”. Aparece luego la Garganta del Diablo, ese anfiteatro natural que ese dios o ese duende abrió en medio de la piedra. El paisaje invita y las coplas aparecen, otra vez, como por arte de magia.
Aquí hacen un alto en la huella León Gieco y compañía, camino a Cafayate desde el aeropuerto, antes de dar por la noche el momento más esperado de la programación del segundo día de la Serenata. León avanza saludando, despierta suspiros entre las artesanas que copan el punto turístico, atrae flashes que iban destinados a otras fotos. Como si formase parte del mismo paisaje, aparece de pronto el bagualero Tomás Vásquez, setenta años de bagualas en sus espaldas, caja en mano. No es la primera vez que se ven: Vásquez formó parte de aquellas recopilaciones en las que Leda Valladares reunió a bagualeros y vidaleros con músicos de otros géneros, publicadas bajo los nombres de Grito en el cielo y América en cueros. Gieco y Santaolalla lo convocaron también, junto con Valladares, en aquel faraónico proyecto que fue De Ushuaia a La Quiaca. Así que aquí están, de nuevo juntos, y claro, brota la copla, suenan las cajas. Vásquez es rápido, bueno en lo suyo, no acumula experiencia porque sí. Improvisa coplitas de amor para las chicas que prometen salir a perseguirlo por la noche. Aquí, el artista es él.
A 1660 metros sobre el nivel del mar, en el corazón de los Valles Calchaquíes, antes de su actuación Gieco cuenta cómo conoció este festival, cuando era chico y leía la revista Folklore que había un festival que se hacía “en una bodega encantada”, según el relato fundacional. A los ojos de aquel niño, los famosos duendes y fantasmas que habitaban esa bodega –y que habitan todo el Norte argentino– eran sencillamente fascinantes. “Ya de grande, cuando conocí Cafayate y sus atractivos, entendí por qué acá había tantos duendes. Aprendí que tomando una cierta cantidad de vino se ven duendes de todos los colores”, analizó.
La Serenata a Cafayate de este año se transformó en una Serenata solidaria con Tartagal, con la recepción de alimentos y ropa para enviar a los damnificados. Gieco también tiene ese tema en mente en suelo salteño. Está el recital que dará hoy por la tarde en el Teatro Colegiales, junto a artistas como Kapanga, Los Violadores y Carajo, pero hay más. “Ese show es el primero, pero vamos a trabajar todo el año para que haya otros”, dice. “Estamos instando a los dueños de grandes estadios para que los músicos de diferentes estilos podamos juntarnos a tocar para Tartagal. De todos modos pienso que es fundamental además ir a tocar a Tartagal, para los damnificados. Es una lección que me dejó la inundación de Santa Fe, hicimos un montón de conciertos para juntar cosas para los inundados, pero cuando con Víctor Heredia conseguimos un carro donde podíamos ir con un micrófono y dos parlantes a tocar a los galpones donde estaban viviendo los inundados que habían perdido todo, fue lo que más nos agradecieron. No lo voy a olvidar nunca. A partir de esa experiencia, pensé que en algún momento, quizás en abril o mayo, vamos a conseguir un equipito para ir tocar directamente al lugar de los afectados.”
Para Gieco, Cafayate tene que ver con aquella experiencia que fue De Ushuaia a La Quiaca. “En el ’85, cuando con Gustavo Santaolalla iniciamos aquella aventura nos preguntaban: ¿lo hacen para salvaguardar la cultura nacional? No, no pensábamos hacer algo tan grande, nosotros vinimos simplemente a conectarnos con nuestros maestros del interior, vinimos a buscar al Cuchi Leguizamón, a Tomás Vásquez, que nos ha enseñado tanto de bagualas, o a Sixto Palavecino o Elpidio Errera en Santiago del Estero. Y seguimos viniendo, a nutrirnos de lo esencial.”
Gieco tiene en su presente la película sobre el bellísimo proyecto con artistas discapacitados que giró por el país, Mundo Alas, que el próximo 26 de marzo se estrenará en las salas de Buenos Aires, y que ya se está presentando en algunos festivales internacionales. Y quizá, por qué no, plante, una segunda parte de aquel De Ushuaia a La Quiaca, que quedó abierto, y que con las posibilidades tecnológicas actuales implicaría mucho menos esfuerzo que aquellos kilos y kilos de cinta del ’85. Mientras habla aquí está de nuevo el bagualero Vásquez, sonriendo y regalando coplas certeras. Dice que tiene estacionado su pingo, y muestra un viejo Falcon destartalado, que ya acumula en la chapa más colores que los cerros. Quizás, por qué no, un nuevo recorrido musical se está gestando.
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