MUSICA › ENTREVISTA A LOS NUEVOS REFERENTES DE LA CANCIóN MENDOCINA
Con una tradición que en muchos casos es familiar –varios aprendieron con sus padres y el cancionero registra los romances de sus abuelos–, una nueva camada actualiza el repertorio, fiel a las raíces pero, también, atenta a las novedades.
› Por Facundo García
Desde Mendoza
Cuyo vibra diferente, y no se trata solamente de que haya sólo tranquilidad. Sus habitantes tienen otra manera de estar. Eso abre un abanico de experiencias ajenas a las megaurbes: el que ha crecido en el oeste sabe que mientras los adultos duermen, la siesta suelta un sonido orquestal tan inolvidable como el murmullo de los primeros goterones cuando termina una sequía. Desde luego, hubo décadas en que esas percepciones se dejaban para los llamados “telúricos”, o para los tradicionalistas de viejo fuste. Pero si algo quedó claro tras el Americanto –un encuentro musical que se realizó hace unos días, preludiando a la Vendimia que tendrá su acto central pasado mañana– es que hay una camada de artistas que, atenta a la poesía que late en la región, prepara una nueva cosecha de canciones.
El último disco del dúo Orozco-Barrientos bastaría para llamar la atención sobre lo que está sucediendo en estos pagos. La revista Rolling Stone catalogó a Pulpa como una de las mejores cincuenta placas del 2008, iluminando la arista más visible de un movimiento en ciernes. “Los chicos se están volviendo a llamar entre sí ‘compadre’ y ‘comadre’. Hace poco les hubiera dado vergüenza. Desde esos detalles mínimos yo noto cambios sorprendentes”, abre el juego Pablo Budini, guitarrista y cantante mendocino que vive en Buenos Aires y vuelve cada tanto para resucitar el dúo que tiene con su colega puntano Juan Carlos Romero. “Estoy seguro de que tarde o temprano el sonido de Cuyo va a explotar, como también va a explotar la música del Paraná cuando el gran público descubra a figuras como el Negro Carlos Aguirre. Por acá nos estamos animando a contar historias de vida y lo interesante es que entre los que mejor lo hacen hay pibes que tienen entre doce años y veintipico.”
La charla se da bajo un árbol, en una de esas plazas anchísimas que abundan por la tierra de los parrales. Al hablar de juventud, Budini estira la mano para señalar al intérprete y cantautor Lisandro Bertín. “No queremos inventar rótulos sino música –se integra el muchacho nacido en San Luis–. Cuando un ritmo tiene nombre, le decimos ‘cueca’ o ‘tonada’ y punto. Lo que nos interesa no son los títulos sino indagar en formas de cantar la poesía y hacer armonías, siempre dentro de una línea bien cuyana.” Lisandro va y viene por las fiestas de la zona: “Tanto ando que el otro día, mirando desde un vehículo la montaña junto a las viñas, me salió como del subconsciente un gatito puntano dedicado a Mendoza”, se entusiasma.
Cuentan que lo cotidiano está volviendo a ser canción. Así, la picardía de un gastronómico de Villa Mercedes al que sospechosamente se le incendiaban los restaurantes se ha convertido en la “Chacarera del Llamarada”, que canta Bertín: “Negocio que él ponía/con sacrificio y laburo/¡qué pena! Se le quemaban/hasta los techos y muros/la bronca se le pasaba/cuando cobraba el seguro”. En la misma tónica, un viaje en colectivo inspiró a los Algarroba.com para componer “Catador enólogo”. La pieza relata la ilusión de un borrachín que sueña con aprovechar las tres horitas de ruta que hay entre San Luis y Mendoza para engrupir a una joven bodeguera, casarse y pasar el resto de su vida empinando el codo gratis. “La cosa fue linda/cuando entré al viñedo/chupé tanto vino/que fundí a los viejos/me quedé sin novia/adiós con mi empleo/y casi me matan/si no me despierto”, bromea la letra.
Además del interés por investigar y proyectar al futuro los viejos estilos, hay otro denominador común en los que vienen asomando, y es la gravitación que han tenido las familias. Los primeros maestros de rasgueo y cogollo han sido los padres, los tíos y los primos. En ocasiones, la tradición se extiende tanto que las juntadas con parientes reúnen a decenas de guitarreros y cantores. Y la muestra más cabal del fenómeno quizá sea el caso de Los Navarro, un linaje de más de cuarenta músicos que convierten los asados en una suerte de Cosquín pocket.
“Presentame así, como un Navarro más”, acota Facundo, mientras Matías, su hermano, lo escucha en silencio. El mandato musical se remonta por lo menos a tres generaciones. Y los que ya están grandes no se quieren jubilar. Menos que menos la abuela Emilia, que aunque tiene 84 le pasa el trapo a cualquiera que se las tire de trasnochador. “Ojo que la Emilia es la última que se acuesta, eh”, acota Facundo. Luego reflexiona: “Lo copado es que aprendemos de los que estuvieron antes a través de las canciones. Tenemos tonadas que cuentan cómo fue el romance de mis abuelos, cómo intercambiaban miradas en la cosecha y cómo en la noche de la Vendimia bailaron juntos por primera vez. Imaginate lo que simboliza esa herencia para nosotros”. Debido a que por esta fecha los conciertos abundan, la parentela se está juntando a ensayar seguido. “Siempre aparecen unas botellitas, así que tenemos que decir continuamente ‘che, que no se convierta en farra’. Es al cuete. Al rato el brindis es ‘le digo salú ahora compadre, por si después no nos conocemos’. Se desbandan, pero bueno.”
Otro factor que se está haciendo sentir es la recientemente inaugurada Carrera de Música Popular de la Universidad Nacional de Cuyo (UNC). Ahí se combina el estudio de los clásicos Hilario Cuadros y Félix Dardo Palorma con experiencias directas que ayudan a reforzar la ligazón entre lo antiguo y lo actual. “Cuando Fabiano Navarro –que de los de mi casa es el que más compone– se dio una vuelta por las clases de la UNC, le preguntaron qué era eso de las ‘serenatas cuyanas’. Era insólito que nadie recordara qué eran. ¿Sabés qué hizo? Los sacó a todos de ahí, se fueron de joda y al final vinieron hasta mi casa. Me desperté a la madrugada, con veinte monos cantando en el patio. No sé si sabías que acá la serenata no se les da solamente a las damas. Es una demostración de afecto, y es una emoción que los compadres te despierten a las tres de la mañana punteando en el patio porque quieren darte un abrazo.”
Fue justamente en una serenata que el joven cantautor Juan Sebastián Garay conquistó a Mercedes Sosa. No es que se haya querido levantar a la Negra, no. Lo habían convocado para ir a cantarle a una persona en un hotel de lujo en el que de casualidad estaba parando la estrella. “Pensá cómo temblaba, loco. Estar actuando y que de pronto Mercedes se te ponga al lado”, suspira el entrevistado. Sosa quedó tan cautivada que lo invitó a acompañarla en los escenarios y le dio su apoyo para sacar el primer disco, que se llama Piel y Barro y estará en las calles en las próximas semanas. Después de aquel contacto, a Juan Sebastián se le abrieron muchas puertas. Hoy anda por todo el país y eso le da una perspectiva amplia sobre la actualidad de la cuyanía. “A nuestras expresiones les está costando salir afuera, y yo creo que es porque los medios masivos no les dan importancia. Es un error. Tocando en festivales aprendí que después de una chacarera o una zamba, la gente está esperando un respiro, sentarse a escuchar.” El compositor se refiere a que –contrariamente a lo que sucede en el folklore noventoso, donde el alarido y el revoleo de poncho son santo y seña– los géneros como la tonada precisan un canto más cercano al susurro; una especie de chill out ancestral que puede transitarse con voz gruesa o rozando el registro Bee Gees que usaron desde siempre agrupaciones de pura cepa como Los Trovadores de Cuyo.
Garay se cuida de no caer en optimismos vacíos. “Tenemos raíces firmes y seguimos de cerca el impulso renovador que están promoviendo en otros ámbitos tipos como Juan Quintero y Jorge Fandermole”, asegura. ¿El secreto para seguir ganando espacios? “Entender que lo que surja de acá no será nuestro sino del pueblo. Ahí se produce la magia. Como decía Tejada Gómez, ‘somos paisajes que andan’ y cuando yo canto en Buenos Aires me acuerdo de mi novia que me está esperando, de mi vieja, de mi viejo. Uno no canta por cantar, sino porque lleva mucho adentro.”
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