MUSICA › RADIOHEAD, UNA NOCHE EXCEPCIONAL FRENTE A 40 MIL PERSONAS
› Por Roque Casciero
¿Será posible? ¿Habrá forma de traducir a algún lenguaje humano las sensaciones que el debut de Radiohead en Buenos Aires produjo en los oídos, los estómagos, la piel, los ojos de más de 40 mil personas? Las líneas que siguen serán, seguramente, un vano intento, una aproximación desesperada ante tanto qué contar, en una tarea que le sentaría mejor a un William Burroughs o a un Philip K. Dick que a un vulgar cronista. Sucede que cada instante de las dos horas del concierto que abrió el Quilmes Rock ’09 fue digno de ser atesorado en la memoria y en el corazón, ambos desbordados por una performance sencillamente espectacular, de esas que sólo puede ofrecer una banda como Radiohead en una buena noche. Y vaya si lo fue la del martes pasado. Ver y escuchar en vivo a Thom Yorke y sus compañeros fue volver a descubrir que se puede disfrutar al mismo tiempo de precisión en la interpretación, inventiva que no sabe de ataduras, intensidad difícil de igualar (salvo que obtusamente sólo se entienda al pogo como intenso), melodías increíbles, cohesión notable para una banda adicta al riesgo y canciones que en vivo multiplican el foco de su impacto. Por todo eso, la demoradísima primera visita de Radiohead será material de charlas para mucho tiempo, especialmente para los fans que reconocían cada tema antes de que el primer acorde terminara de encontrar su forma prístina. Ellos tienen la certeza de que vivieron una de las experiencias más cercanas a lo sobrenatural que el rock pueda ofrecer en estos tiempos.
Salvo “Faust arp”, los músicos de Oxford trasladaron al escenario todo el maravilloso In rainbows, un disco del que se habló más por su impacto “político” (la decisión de la banda de permitir que cualquiera lo descargara eligiendo qué precio quería pagar) que por sus altísimos logros artísticos. In rainbows fue el álbum en el que el quinteto se redescubrió a sí mismo como banda de rock, después de transitar los caminos de dudas existenciales y experimentación electrónica (también con grandes resultados) que le siguieron al éxito de Ok computer. Radiohead es una banda de rock, sí, que puede desempolvar, inesperadamente y a puro guitarrazo, su primer hit, “Creep”. O escribir las más tristes de las canciones tristes, como “Nude” y “Videotape”. O cortar con riffs electrizantes y enojados la caminata espacial de un Major Thom desencantado en “Paranoid android”, de Ok computer. O de darse el gusto de tocar un lado B como “Go slowly” (está en la edición limitada doble de In rainbows) y que no empalidezca al lado de hitos de la banda como “Airbag” (primer delirio de los fans, justo después del comienzo con “15 step”), “Karma police” o “Street spirit”.
Radiohead, además, se entrega entera al espectáculo sin necesidad de tambalear sobre la demagogia ni de hacer gestos demasiado ampulosos. Muy pocas palabras hacia el público, más allá de los agradecimientos. Y antes de la primera “despedida” (hubo tres entradas para bises), el guitarrista Ed O’Brien dijo que era “un sueño hecho realidad” haber llegado finalmente a Buenos Aires y le dedicó “How to dissapear completely” a los desa-parecidos por la última dictadura militar, justo en el aniversario del golpe. La comunicación con el público fue más visceral que oral, aunque sí se repitieron los aplausos a la gente de parte de los cinco y la extraña sonrisa de Yorke brilló por su presencia. Por momentos el cantante parecía perderse en la música, con sus movimientos como de marioneta en manos de un titiritero espástico, y hasta siguió como si nada –o acaso con un poco más de furia, pero encauzada en términos artísticos– después de que un zapato arrojado desde el público fuera a parar justo a su cara. Por otra parte, la puesta de esta gira es notable: tubos de luces caen como estalactitas desde el cielo del escenario hasta formar una especie de cubo troquelado en su parte inferior, donde se mueven los músicos, y detrás una pantalla vertical reproduce las imágenes de cámaras fijas que siguen los movimientos de cada uno. Y Radiohead utiliza esos elementos para puntualizar también en lo visual el impacto directo, el vuelo psicodélico o la melancolía de sus canciones.
Yorke, se sabe, es una de las más extrañas estrellas de rock de la historia, reticente a todo lo que rodea al género pero que no tiene que ver con lo artístico. Pero además es un cantante impresionante, que usa el falsetto a la Jeff Buckley con efectos devastadores. El es el centro de la escena, la voz cantante, pero sus compañeros son piezas irremplazables del rompecabezas Radiohead. Jonny Greenwood es una multiprocesadora dispuesta a cualquier empresa con tal de dar con el sonido que necesita la canción: no sólo es un guitarrista de enorme creatividad, también se mete con los aparatitos electrónicos, los teclados, la percusión, el xilofón... O’Brien no le saca el cuerpo a la experimentación, aunque parece más cómodo cuando tiene la guitarra colgada, y es quien hace las segundas voces cuando Yorke cuelga esos agudos imposibles. El baterista Phil Selway parece el más “terrenal” de todos, con su calva lustrosa y sus movimientos elegantes, pero, por ejemplo, se banca tocar “cruzado” con los ritmos propuestos por la electrónica sin siquiera pestañear. Y el bajista Colin Greenwood, que se pasa casi todo el show en el fondo, al lado de la batería, funciona como el pegamento para la banda: gracias a sus notas graves (¡qué bien sonaban y cómo pegaban en el vientre!) todos los demás pueden volver a la Tierra.
Aunque cada instante del concierto haya contado, hubo momentos que la memoria privilegiará. Por ejemplo, el de “Paranoid android” con el cubo de estalactitas estallando en rojo mientras los riffs cortaban el aire. O ver a los dos violeros despojarse de sus instrumentos para aporrear tambores en “There there”, o emocionarse hasta las lágrimas con “Karma police” y “No surprises”. Demasiados grandes momentos. La cara de Yorke mientras la multitud coreaba el viejo canto de Woodstock (hasta lo entonó un poco él, vaya uno a saber si como agradecimiento o como ironía). La radio de Jonny sintonizada en una emisora local (¡no era una grabación!) en el comienzo de “The National Anthem”. “Idioteque”, o la certeza de que una banda de rock puede tocar música electrónica sobre un escenario. El pospunk a la Joy Division de “Bodysnatchers”. El seudofinal con “2+2=5” (de Hail to the thief) y “Everything in its right place” (de Kid A), con O’Brien sentado en el piso, manipulando sus pedales, y Jonny Greenwood moviendo potenciómetros a un costado. Pero no, no era el final: todavía quedaba la piel de gallina en “Creep”, inesperado para aquellos que no sabían que habían vuelto a tocarla en la gira latinoamericana. Como para que quedaran en el olvido los precios excesivos de las entradas, la incomodidad de un Ciudad repleto y hasta los quince años de espera de los fans de la primera hora. Ojalá no les tome tanto tiempo regresar.
10-RADIOHEAD
Músicos: Thom Yorke (voz, guitarra y piano), Jonny Greenwood (guitarra, teclados, electrónica y percusión), Ed O’Brien (guitarra, electrónica, percusión y coros), Colin Greenwood (bajo y teclados), Phil Selway (batería).
Duración: 120 minutos.
Público: 40 mil personas.
Club Ciudad de Buenos Aires, martes 24 de marzo. Primera fecha del festival Quilmes Rock, junto a Kraftwerk y los argentinos La Portuaria. El ciclo sigue este sábado en Vélez con Iron Maiden y Sepultura, el 4 con Los Piojos y el 5 con Kiss, ambos en River.
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