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Lunes, 1 de junio de 2009

MUSICA › NOTABLE ACTUACIóN DE ANDRéS CALAMARO EN EL LUNA PARK

Así es el estado de gracia rockera

Aunque su novedad discográfica, la flamante caja con cinco CD, haya sido excusa para este show, no hubo estrenos, tomas alternativas, covers ni rarezas. Sólo clásicos y más clásicos, que dieron cuenta del gran momento por el que atraviesa El Salmón.

 Por Luis Paz

García, Spinetta, Solari, Cerati, inclusive Sandro: ellos son los rockstars argentinos. Andrés Calamaro es definitivamente otra cosa. Un trovador más parecido a De Vitta, Aznavour o Simone que a Jagger. Un compositor de verdaderos himnos y no los del concepto bastardo. Casi con seguridad, el que más le cantó al Desamor en el rock argentino. Es que a diferencia de Charly o El Flaco, él no estuvo obligado a madurar antes de tiempo, no fue referencia filosófica o política del Rock sino hasta hace algunos años. Con tiempo para añejarse y la guía temprana de un paladín sensible (de Palermo, Miguel), mantiene dientes y pelo, siendo el contraejemplo contra todo pronóstico, porque es también el más politóxico rockero nacional, el que aquilata más temporadas en el Infierno. Por razones como ésas y un quehacer artístico tan simple como la creación a voluntad, por estos días toca el Cielo del Rock en estado de gracia, en la plenitud del Estado de Rock. El de verdad.

Es cierto, sí, que aunque hoy cumbias, trovas y tangos lo definen tanto como la distorsión (pero menos que el bardo), es rockero de ley y una estrella para la cosmogonía popular. Por eso hay que entender el comienzo de su show del sábado en el Luna Park como una iniciativa intimista: 6 mil personas sentadas obligan a una perspectiva y una disposición distintas de las de un recital para 40 mil cuerpos parados. Calamaro no arranca lento: arranca despacio y con cadencia tropical.

“La parte de adelante” presenta a su orquesta de salón. En “Carnaval de Brasil” es claro que, para esquivar el coro de masas y hacer valer la condición propia de cantante salmón regresado, romperá las melodías vocales para abstraerse del aforo. Hace gala con alaridos en “Mi gin tonic” y tocando el cencerro en “Donde manda marinero”, a la que le suma coreografía. Recién en “Media Verónica” se sale del traje para una comunión fuera del lenguaje musical: “Muchas gracias Buenos Aires”.

La gente estalla en el estribillo de “Todavía una canción de amor”, de unos Los Rodríguez que son tan argentinos como el mate amargo con el que Calamaro va regulando. Con “Elvis está vivo”, además de los estertores entre el público, ocurre que algunos se dan cuenta de que ya van siete temas y no apareció nada de su segmento autorreferencial. Hasta “Para seguir”, su nuevo canto de guerra: “Ya estoy yo para grandes canciones o para revelar emociones”. En realidad, hace rato ya.

Como maestro del Ilusionismo y la Desaparición (Deep Camboya, Madrid y después), a AC le iría perfecto un I’m not there (either); y como docente de Coti y Pity, de tipitos, estelares y decadentes, seguirá estando aquí, allá y en todas partes, ya dueño de su propia finca en las páginas grandes de la historia rockera y habiendo alcanzado antes el Salón de la Fama en la estima de los parias, infames y marginales.

Esas desapariciones geográficas y narcóticas hacia el interior de su búnker o el exterior de un país que empezaba a llorar una crisis que llegaría en 2001 aparecen reflejadas en “Todo lo demás”, “El día de la mujer mundial” (de los más altos puntos del recital, con guiños a “Stairway to Heaven”) y “Los aviones”, que lo encuadran en la escuela de storytellers de pulso rockero pero también en la de los tangueros, cuando aparecen la irónica “Jugar con fuego” (ya fuera de sincronía con su presente) y “Los mareados”. Antes de ese segmento arrabalero, recuerda la “tradición” del Luna Park: del Circo de Moscú y Holliday on Ice a Los Abuelos de La Nada y un “Miguel que sigue aquí”, del show simultáneo a los Stones y Dylan tocando en River (cuando junto al fallecido Guillermo Martín ayudó “a hacer de Buenos Aires la capital mundial del rock”) a las celebraciones recientes con Pappo y Juanse.

Son sólo elementos de una historia imposible de abarcar todavía y aquí, en un periódico. Una historia que ni El Salmón ni Andrés pueden contar completa. Y aunque su novedad discográfica (también conocida como La Caja) haya sido excusa para este show, no hubo estrenos, tomas alternativas, covers ni rarezas. Sólo clásicos y más clásicos a los que apenas se les puede agregar que “El novio del olvido” y “Copa rota” fueron los últimos momentos para estar sentado y disfrutar de lo que por momentos pareció una jam session entre amigos en buena forma, antes de la supernova que fue la seguidilla “Estadio Azteca”, “El salmón” y “Los chicos”, en la que este cantante popular jamás flaqueó.

“Tuyo siempre”, la celebradísima “A los ojos” y “Días distintos” (de las mayores punkeadas de AC) lo embravuconan tanto que despliega con osadía y confianza un chal como si fuera un torero resistiendo los embistes de la nostalgia farmacéutica: “Ole, ole, ole”, lo ayuda la gente, su gente, ganada en buena ley con años de trabajo sustentable. “Me dicen que el análisis de efedrina de Diego dio negativo y que ganamos el Mundial”, bromea para salirse de ese espiral memorial antes de “Me estás atrapando otra vez”. Sigue loco, pero libre y limpio.

“Crímenes perfectos”, “Me arde” y “Alta suciedad” aturden por emoción y musicalidad. Estira los fraseos, sigue falseteando y dando alaridos, bailando, percutiendo y tocando la viola en celebración renacentista. ¿Se puede sumar algo acerca de “Paloma”, esa canción grandiosa que –ya lo dijo el periodista Roque Casciero en estas páginas–, no tiene estribillo y nunca fue corte de difusión? Difícilmente. Solamente hay que sentirla como espina en el hígado del recuerdo amoroso perdido ya.

“Sé que pagaron mucho por estas entradas, cuando termine el recital pueden llevárselas a casa”, había bromeado un rato antes. Sin incurrir en análisis de presupuestos ajenos, el show fue excelso y cumplidor, con llantos en el público y confesiones amorosas de una rubia en estado de ebullición que aclamó “Andrés, te amo” en cada intermedio y que casi tuvo un orgasmo en la imperecedera y rodriguera “Canal 69”.

El punto y seguido, porque Calamaro repitió anoche en el Luna, fue con “Flaca”. Y así como había empezado anunciando que es “vulnerable” (en “La parte de adelante”), termina pidiéndole a esa figura fantasmal imprescindible de Alta Suciedad no volver a caer en la tentación.

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Calamaro puede cantar cumbias, trovas y tangos, pero es rockero de ley.
 
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