Jue 04.06.2009
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MUSICA › QUIQUE RANGEL Y LA CELEBRACIóN POR LOS VEINTE AñOS DE CAFé TACVBA

“Cuando veo viejas fotos me sorprendo”

El bajista señala que, desde cierto show inolvidable en Dr. Jekyll, el grupo siempre vive con especial expectativa sus presentaciones en la Argentina. Este sábado, en el Luna Park, el cuarteto mexicano continuará su romance con el público local.

› Por Roque Casciero

El 27 de mayo de 1989, cuatro estudiantes universitarios de Satélite, una ciudad pegada al DF mexicano, se subían por primera vez a un escenario. “Estábamos muy nerviosos, aunque nomás había unas 80 personas sentadas”, recuerda Quique Rangel, bajista de ese cuarteto que varios años más tarde se convertiría en la mayor banda de su país, Café Tacvba. “En mi caso, era la primera vez que subía a un escenario. Joselo (Rangel, guitarrista y hermano de Quique) ya había tocado en algunos grupos, aunque nunca con tanto compromiso con la propuesta, y Rubén (Albarrán, cantante) sí tenía experiencia de haber tocado en bares, cosa que ayudó a llevar el concierto.” La propuesta de los Tacvbos era mezclar las raíces de su país con el rock, y algunos de los asistentes a aquel concierto vieron la semilla de lo que sería la banda. “Nos dijeron ‘Oigan, esto tiene una idea más allá de simplemente tocar’, aunque otros pensaron que era algo simpático y punto. A mí me gustó la idea de continuar haciendo eso en mi vida, pero ni por error era una posibilidad dedicarse a eso, no había una escena establecida donde la gente viviera de eso.” Los Café Tacvba no sólo cumplieron ese objetivo, sino que lo hicieron gracias a una música siempre cambiante e inspirada, propia del espíritu inquieto de los integrantes de la banda, y también accesible para las multitudes. Dos décadas despues, salen a festejar con su gira 20 años, 20 ciudades, que tendrá su parada porteña este sábado en el Luna Park.

–Ustedes nunca fueron muy afectos a mirar hacia atrás, pero se lo permitieron en su 15º aniversario y ahora otra vez. ¿Los números redondos son la excusa?

–Precisamente porque no somos dados a mirar para atrás, hay una exigencia del público que nos acompaña. A mí también me parece un poco raro decir “Vamos a celebrar 20 años”, porque me suena a que es mi cumpleaños y me organizo mi propia fiesta para celebrarlo. En realidad, quiero compartirla con los demás, que son los que me acompañan. Y no hay mejor pretexto para revivir algunas canciones que no tocamos hace siglos, sobre todo de los primeros discos, o alguna que no tocamos nunca, y nos damos cuenta de que hay gente que puede valorar eso. Siempre tratamos de hacer shows diferentes, de presentar nuevo material y no vivir de éxitos pasados. Los números redondos son una justificación... (se ríe) no para vivir de éxitos pasados, pero sí para disfrutarlos junto con mucha gente.

–Además de la gira, la celebración incluye un libro biográfico y otro de imágenes y un documental hecho por el director Ernesto Contreras. En todo este repaso de recuerdos que hicieron, ¿cuál es el más fuerte en relación con la Argentina?

–Creo que los dos conciertos que hicimos en Dr. Jekyll en 1997.

–Cuando las chicas se subían al escenario a besar a Rubén en la boca.

–Sí, sí. En el ’93 habíamos ido a Chile, a un intercambio cultural en Santiago organizado por artistas, y entonces a la disquera se le había ocurrido que podía ser interesante ver qué pasaba con la Argentina. Pero no había pasado gran cosa, igual que dos años más tarde, cuando le abrimos un concierto a Fito Páez en Mar del Plata. Alguien de nuestra compañía nos explicó cómo estaba conformada la escena argentina y nos dijo que teníamos que seguir yendo porque resultaba “sospechoso” cualquier producto musical que trataran de importar desde México, ya que las referencias siempre eran de pop latino. Y no fue hasta que tocamos en Dr. Jekyll que nos dimos cuenta de que había un público al que realmente le interesaba lo que teníamos para decir y que sabía que nuestra aportación musical tenía algo diferente a lo que podían ofrecer los grupos argentinos, pero que se podía incluir también ahí.

–¿Extrañan esos shows en lugares más chicos?

–Sí, definitivamente, sobre todo en lugares en los que el público es tan especial como en la Argentina. Hay algo que genera la masa cuando se juntan más de tres mil personas, pero los shows en lugares chicos son más compactos, más contundentes.

–¿Es imposible que los hagan por la dimensión de la banda?

–No sé si imposible, pero sí es más difícil de plantear, sobre todo tomando en cuenta la producción que genera viajar de un lugar a otro. Para justificar todo eso tendríamos que hacer varios conciertos de ese tipo, con el consabido desgaste, o poner entradas muy caras... Es una pena que dependa de factores que no sean el gusto por hacer algo más íntimo que pueda tener uno o el público.

–En el repaso también se habrá encontrado con fotos viejas y algunos cortes de pelo...

–(Se ríe.) Cuando veo viejas fotos me sorprendo y me pregunto quién era esa persona. Hay veces en que me gustaría tener una máquina del tiempo para decirme a mí mismo: “¿Sabes qué? Esto no va a llevarte a nada bueno, evita esa barba y ese corte”. Como uno está expuesto a subirse a un escenario y por eso la gente le celebra ciertas vestimentas o cortes de pelo. Entonces uno trata de romper ciertos cánones y de no pasar inadvertido... Pero, bueno, estoy contento con el modo en que resultó.

–Una presencia constante en sus discos ha sido la de Gustavo Santaolalla, quien siempre apareció al menos como coproductor.

–El abogó por nosotros ante la posibilidad de hacer nuestro primer disco. Varias bandas mexicanas ya habían grabado, Gustavo había trabajado con Maldita Vecindad y Caifanes, pero a la generación de grupos que continuamos, como nosotros o Santa Sabina, no nos estaban haciendo mucho caso. En ese momento conocimos a Gustavo y nos dijo: “¿Saben qué? Me interesa la propuesta que tienen y vamos a hacer algo juntos cuando aparezca una compañía que quiera grabarles un disco”. Eso llegó un año después. Y él nos enseñó a utilizar muchas herramientas, porque ya sabía cómo pasar a música grabada eso que uno hace en una sala de ensayo o en un concierto. En ese proceso nos acompañó a lo largo de muchos discos: a veces aprendimos de él y en otras fue a la inversa, a veces fue el interlocutor de lo que nosotros decidíamos y otras el punto de vista exterior que nos permitía saber hacia dónde íbamos. En ningún período entre discos hemos tenido la misma relación laboral con él, y eso también ha hecho que haya sido una relación tan extensa.

–Después de veinte años de carrera, ¿qué les queda por hacer?

–No tengo idea. Esa es una pregunta que siempre nos pone entre la espada y la pared a la hora de armar un nuevo proyecto musical. Y eso no va a pasar pronto.

–¿Por qué?

–Porque siempre nos tomamos un receso de medio año o un año después de terminar con una gira, y esta vez venimos de la de Sino y ahora está la del aniversario. Esos recesos son la respuesta a otra de las preguntas constantes que nos hacen por los veinte años, que es la de cómo hacemos para soportarnos (risas). Simplemente reconocemos que después de mucho trabajo, tanto creativo como de conciertos, necesitamos hacer espacio para que cada uno tenga sus proyectos personales. Hasta ahora, los cuatro estamos contentos con lo que hacemos juntos, pero sabemos que para que siga siendo tan especial y nos siga dando ese placer necesitamos darnos ese espacio y esa distancia.

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