MUSICA › LA SEMANA CARABAJAL, EN SANTIAGO DEL ESTERO
El disparador es el “Cumpleaños de la abuela”, pero este año el encuentro superó todo lo esperado. Hoy a la medianoche se cumplirán 36 horas de música ininterrumpida, con la participación de más de 200 artistas. Hasta se inaugurará un Museo de los Carabajal.
› Por Cristian Vitale
Desde Santiago del Estero
Santiago del Estero es un páramo a las dos de la tarde. No importa que sea invierno: los negocios cierran de repente, las colegialas del turno mañana se evaporan de la plaza Libertad y los taxis, numerosísimos, quedan boyando a la deriva. El silencio, hijo de la siesta, se irradia del centro a la periferia –los barrios satélite de la madre de ciudades– y el sol, por la época, se ofrece como una inmensa y cálida frazada. Sólo hay una excepción: el patio de la abuela. La esquina mayor de La Banda se resiste, como excepción, a la inercia siestera y le pone ruido, color y gente a un pueblo dormido. Es momento de festejar, como cada año a esta altura, el cumpleaños de Doña María Luisa Paz (1901-1993) la semilla primera de los Carabajal y la tarea va por dos: al cumpleaños en sí, que se festeja cada tercer domingo de agosto, se le suma el primer Maratón Argentina de la Chacarera –idea del inquieto Cuti para entrar al Libro Guinness– y una serie de actividades que determinan la Semana Carabajal.
Es miércoles temprano, y el sol pega fuerte en el barrio Los Lagos, epicentro del clan. Un piberío morocho, de pelos duros y ojos de asombro, llega como si fuera una peregrinación a la Meca, desde las calles de tierra y piedritas, acompañados por perros flacos. Piden monedas. Quieren gaseosa o restos de empanadas. Son los que, desde lo anónimo, ubican al evento en su real dimensión cultural: la popular. Todos hablan con la tonada y todos quieren ser como uno más de la familia que, desde la misma cuna, se proyectó al mundo como sinónimo de chacarera. En el afuera del patio, amanecen los primeros puestos de la tradicional feria, la fuente de ingreso más esperada del año por los changos de la zona. Se ofrece chipaco, tortilla y bombos. También pulóveres de alpaca, vino barato y ponchos. Adentro, mientras, Cuti y Roberto se le animan a las primeras chacareras en el pequeño escenario del patio y la gente baila. Toma y baila. A las cuatro de la tarde, un par de volcados en vino se mezclan con los que toman mate con tortilla santiagueña. Sincretismo de costumbres, se le dice.
El patio de la abuela, cuna de los 365 Carabajal que hoy se expanden por todo el país, ya no es el de tierra que cuentan los mayores en sus nostalgias. Conserva los viejos chañares y un hueco de piso natural, pero el resto está remodelado: piso de cerámica y ladrillos rústicos, techo de madera, media sombra celeste y blanca, baños de material para “changos y chinitas”, frases de Agustín, Cuti o Carlos escritas sobre la pared, escenario chico pero sólido, y una importante barra que ofrece delicias regionales a precio de mercado. Una de las habitaciones del fondo hace de cocina, y la otra se transformó en el primer hecho cultural de la semana: la inauguración del museo de la familia. Allí se exhiben perlas históricas para los melómanos de la chacarera: fotos viejas de la familia, tapas de vinilos de las diferentes formaciones de Los Carabajal, plaquetas, pergaminos, retratos, un inmenso árbol genealógico con los nombres de todos y una imagen de la abuela tallada en madera, con una guitarra y una cruz.
El segundo –hecho cultural– es el lado B de Peteco: la pintura. Al poeta del clan le dio por exhibir una serie de pinturas que, en general, son traducciones a pincel de algunas de sus canciones: “Las manos de mi madre”, “Andén 8” o “La luz de tu mirar” y Peteco señala ciertos rasgos y se excusa: “Las cosas artísticas no tienen explicación, pero algo estamos explicando... tampoco soy tan abstracto”, se ríe. Y, tras la muestra, anuncia que se va a juntar con Roberto, Cuti, Musha y Cali para grabar un disco con temas nuevos y encarar una gira por el país. Es “la” noticia. “Hemos fumado la pipa de la paz”, dice y, todos, menos Cali, le dan entidad a la nota improvisando algunas viejas chacareras. El tercer hecho es la proyección de un corto pero entrañable y, sobre todo, emotivo documental homenaje a Doña Luisa, hecho por la cineasta Melina Terribili. En media hora, y en blanco y negro, un reportaje a la abuela cuando cumplió los 90 años más algunas escenas del festejo –con palabras de muchos de los invitados– y secuencias del momento de su muerte, clausuran la noche con algunas lágrimas y el vino de despedida. La maratón estaba comenzando.
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