Sábado, 15 de agosto de 2009 | Hoy
MUSICA › WOODSTOCK, EL GRAN FESTIVAL QUE SIRVIó COMO TESTIMONIO DE LA ERA HIPPIE
Esperaban 50 mil personas y fueron 500 mil. Y más allá de inolvidables momentos musicales –la descomunal versión del himno norteamericano prendiéndose fuego en la guitarra de Hendrix, por ejemplo–, el encuentro quedó como el testimonio cultural de una época.
Por Roque Casciero
Cuarenta años pasaron. Para el promedio de los chicos que hoy asisten a festivales aptos para todo público, hablar de Woodstock es casi como mirar una película de Olmedo y Porcel: quizá se le pueda encontrar alguna gracia, pero no hay ninguna clase de lazo afectivo, de código compartido, de saludable costumbre. Y si a alguno le asalta un súbito interés en esos rockeros de museo, siempre está la posibilidad wiki, la edición del mítico documental en dvd o la reciente reedición en CD (ampliada a cuatro discos) con el material sonoro que sustentó la leyenda. Porque Woodstock tiene mucho de mítico, aunque haya sucedido y se acumulen las pruebas. Fue el momento en que toda una generación se sintió cerca de un cambio global basado sólo en las buenas intenciones –el lema era “paz y amor”–, el cenit de un difuso movimiento que encontraba ecos por todos lados –desde la París que proponía ser realista pidiendo lo imposible hasta una Sudamérica que soñaba con una revolución–, el mágico momento en que las utopías parecieron realizables.
Claro, eso visto desde este presente mucho más cínico –a la fuerza– a veces suena a lenguaje un tanto incomprensible que hablan esos abuelos barbudos que creían en la vida en comunidades, el sexo libre y la experimentación con drogas como manera de expandir los límites de la mente. Incluso, repasar la película Woodstock alcanza para notar qué mal envejeció la producción musical de algunos de los que participaron y cómo ellos mismos le habían puesto, sin saberlo, fecha de vencimiento a su arte. Todos esos bardos con guitarra acústica que hablaban de hechos puntuales de su tiempo son poco más que una curiosidad para los que hoy tienen la edad de los que asistieron a aquel evento histórico. Obviamente que hay puntos muy altos, afortunadamente preservados en film para la posteridad, que bien puede ser el presente. La descomunal versión del himno norteamericano prendiéndose fuego en la guitarra de Jimi Hendrix, el vibrante “Soul Sacrifice” de Santana (sí, es el mismo que más acá en el tiempo grabó con Maná y Matchbox 20), la combustión controlada de The Who, los movimientos de poseso de Joe Cocker mientras cantaba “With a Little Help from my Friends”, el medley inflado de groove de Sly & The Family Stone...
Sin embargo, lo más interesante de ver la película desde el presente pasa por la lista de diferencias. Ese escenario de madera sin fondo ni costados. La actitud de los empresarios que montaron el festival cuando deciden ir a pérdida y dejar de cobrar entradas (a esa altura era imposible). Los anuncios por altoparlantes para que el público evite el ácido lisérgico color marrón porque provocaba malos viajes. La armonía entre semejante multitud pese a la falta de alimentos, baños y lugares donde dormir. La actitud celebratoria con la que se toman las inclemencias climáticas, que dieron origen al famoso canto con el que, todavía hoy, aquí se pide por una canción más en los shows de rock.
Aunque haya miles (y más completas) fuentes de consulta, los datos wiki se tornan imprescindibles en un aniversario como éste. La Feria de Música y Artes de Woodstock se realizó en la granja de 240 hectáreas que el empresario lácteo Max Yasgur tenía en las cercanías de la ciudad rural de Bethel, en el estado de Nueva York. El festival iba a realizarse originalmente en Wallkill, pero los residentes se opusieron y se prohibió con la excusa de que los baños portátiles no se adecuaban al código urbano de la ciudad. Aunque las fechas programadas eran desde el viernes 15 hasta el domingo 17 de agosto, la extensión de los shows provocó que Jimi Hendrix cerrara el festival en la mañana del lunes 18. El mayor de los organizadores del evento tenía 26 años. Se esperaban 50 mil personas y fueron casi 500 mil. El área fue declarada zona de desastre y los medios insistieron con eso, aunque después tuvieron que rendirse ante la evidencia de un festival monumental sin incidentes. Murieron dos personas, una por sobredosis de heroína y la otra atropellada por un auto. La película dirigida por Michael Wadleigh ganó un Oscar al mejor documental y ayudó a salvar a los estudios Warner Brothers en un momento de zozobra. La versión que circula ahora es el “corte del director”, publicado por primera vez en 1994, que incluye material adicional de Hendrix, Jefferson Airplane y Canned Heat, además de un tema de Janis Joplin (quien no aparecía en la original). Neil Young tocó como solista y junto a sus compañeros Crosby, Stills & Nash, pero se rehusó a salir en cámara.
Suficiente enciclopedia. Ahora algunos académicos se ríen de la ingenuidad de la generación Woodstock y se preguntan cuántas de esas 500 mil personas se dedicaron a hacer dinero y votaron a George W. Bush. El cinismo es más que entendible para cualquiera que no haya vivido aquel momento o, más acá, las míticas reuniones de “náufragos” como Miguel Abuelo, Moris y Pipo Lernoud en plaza Francia. Pero en aquel momento parecía posible... El cachetazo definitivo llegaría en pocos meses, cuando el infame Altamont le puso el candado a la Era de Acuario de los hippies con el asesinato de una asistente por parte de los Hell’s Angels, a quienes Los Rolling Stones les habían encomendado la seguridad. De todos modos, y aunque medió muy poco tiempo entre ambos festivales, para fines de 1969 los empresarios ya se habían anoticiado de que existía una generación dispuesta a comprar ciertos valores si venían empaquetados en determinado envase. El sueño pareció haber terminado demasiado rápido. Y las ediciones del festival en 1994 y 1999, para conmemorar los 25 y los 30 años de aquel mítico encuentro, sirven para abonar la teoría. Especialmente la última, donde las violaciones y los incendios de los puestos fueron las desagradables muestras del cambio de actitud.
Ok, entonces el rewind de Woodstock muestra rockeros pasados de moda –salvo notables excepciones–, actitudes ingenuas de una juventud que después se dedicó a cosas más serias, hippies que disimulaban con palabrerío espiritual su reticencia a bañarse y su amor por las drogas... No. Para nada. Puede que Woodstock no haya sido el inicio de una revolución de paz y amor, aunque nadie en su sano juicio pueda cuestionar que durante cuatro días los imposibles estuvieron al alcance de un millón de manos. Por otra parte, la comunión de 500 mil freaks (la definición la da uno de los asistentes en el documental) en la granja de Max Yasgur les abrió los ojos a muchos otros congéneres. Si a Elvis le había bastado un quiebre de caderas para “inventar” a los jóvenes tal como se los conoce, a los artistas de Woodstock (y a Dylan, uno de los grandes ausentes en el festival) las canciones les sirvieron de vehículos para transmitir ideas y sentimientos que flotaban en el viento, y que faltaba poner en palabras y sonidos.
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