Viernes, 11 de septiembre de 2009 | Hoy
MUSICA › BUENOS AIRES NEGRO EDITO SU SEGUNDO DISCO, SOL DEL ONCE
El nuevo trabajo de la banda de Peche Estévez destila bronca, catarsis y una pizca de esperanza. A partir de un lenguaje musical diverso, que tiene al tango como disparador, el cantante refleja en sus letras la “otra ciudad”, la que no se ve en los afiches publicitarios.
Por Cristian Vitale
La lírica de Peche es pesada, ríspida, directa. No responde a los cánones establecidos del “deber ser” poético –con su amplio componente flexible, incluso–, sino a su contrario. Peche, voz de Buenos Aires Negro, dice lo que ve. Lo hace sin “editar”, carente de subterfugios, lejos de las formas. “Yo no sé lo que es un soneto, o un cuarteto. Ni idea. La verdad es que de poesía no sé nada... para mí es otra cosa: como decía Cesare Pavese: ‘Prefiero no decir nada a expresarme débilmente’”, dispara el hombre, con su voz aguardentosa y la seguridad de estar en su centro. Es, entre muchas posibles, una de las formas de entrarle a Sol del Once, segundo disco de su agrupación de tango –y algo más–, que se está estrenando todos los viernes de septiembre –hoy por supuesto– en la Fábrica Recuperada IMPA (Querandíes 4290). “Basta de giladas, ¿viste? Uno canta lo que ve o dice todos los días, una realidad que no se ve reflejada en los productos culturales”, extiende.
Así, entonces, si Peche (Hugo Daniel Estévez, porteño, tres hijos, 46 años) observa chiquitos jugando a coger en la calle, así lo manda; si ve a sus padres borrachos y fumando pasta base, también. O si tiene que homenajear a su máximo referente, Julián Centeya, tal vez le dé una vuelta. Pero no mucho: “De esta ciudad careta / elegiste las flores / que crecen en las sombras”, canta en “Julián”. “Da mucha tristeza ver a los chiquitos que prácticamente nacen muertos, con la espada de Damocles en la cabeza... con un destino prefijo que es el afano. Pibes que fueron abusados. ¿no?... Es como las historietas de la revista Fierro, que decían cómo iba a ser el futuro, y vos pensabas ‘éstos están alucinando’, pero al final está pasando. Sol del Once es un poco eso”, reordena.
–Usted define a esos chicos como los ases del mazo de Dios.
–Porque en ellos supuestamente está el futuro, pero yo no veo futuro en ellos. El futuro está en que nosotros empecemos a pensar realmente qué carajo vamos a hacer con este mundo de mierda.
–¿Es escéptico?
–Depende los días (risas). No... en verdad, los años pasan y uno se cansa. Igual, creo que no hay escepticismo en lo que canto. Más bien un decir “ésta es la realidad, y la vamos a mover porque si no se nos cae encima”. La idea es entender que si vos le diste una vida de mierda a un guacho no podés esperar que te salga doctor. Te va a salir chorro. Hay una fábrica de imbéciles llenos de plata que no entienden esto. Doctores bañados en títulos que no van a sacar nada adelante. Entonces, cuando estos guachos se meten en un country y hacen una carnicería, bueno: esos pibes ven sangre desde que nacieron, todos los días.
–“Guiso Carrero”, otra de sus canciones, recala en esa ceguera colectiva: “Conozco a quienes hablan sin decir nada / porque saben que el que nada no se ahoga”.
–Y... el imbécil que te vende el país con una firma, ¿no?, mientras los guachos se llenan de odio y buscan matarse a sí mismos en otras personas. Los letrados, casi siempre, actúan como estúpidos. No se dan cuenta.
Roberto Arlt, otro referente de Peche, le facilitó una definición precisa. El compositor explica Sol del Once como un “cross a la mandíbula”, igual que el escritor con Los siete locos. Dicho de otra forma, es un disco que sale con los tapones de punta, como un recio líbero italiano, y se apoya en un lenguaje musical diverso: tango en su médula, pero fugas hacia el jazz-rock de fines de los setenta, murgas eléctricas o milongas oscuras. Producido por el Chango Farías Gómez –fan de la banda–, que incluso pone su voz ronca en “Reflejos”, acompañado por Miguel Cantilo –canta en “Me gusta”– y sostenido en el preciso andamiaje de diez músicos constructores –entre ellos Nicolás, hijo mayor de Peche, en guitarra española–, Sol del Once destila bronca, catarsis y –cierta– esperanza. “La verdad es que nos divertimos tocando. Es como un jugar a lo que salga”, señala el cantante, sentado en lo musical. La cara del Cristo rabioso y crucificado de la tapa es, según él, un Cristo que quiere bajar al barrio para hacer justicia, y la piedra en la mano de María Magdalena que aparece detrás acompaña lo central del mensaje. Lo que subyace a esa munición gruesa es una mirada sobre el mundo y sus cosas. Una mirada de tercer mundo que mezcla –e incorpora– a Jauretche y Marechal. A Scalabrini y un país “de trenes llenos de gente yendo a laburar”. Peche es un revisionista intuitivo. Un tipo que cree en la historia “contada por el pueblo” y trata de transformarla en canción.
“Los libros a veces te enseñan mentiras. El otro día fui al colegio de mi hijo y había un acto a Borges... No tengo nada contra él, incluso hay cosas que me alucinan, pero ¿por qué no a Marechal, o a Juan Gelman, si lo querés más montonero? ¿O tenés que ser de Bioy Casares, de Bulrich y de Borges? La historia del pueblo llega por otro lado, loco, ¡bastante con cantar el himno a Sarmiento en la escuela! Yo le dije a mi hijo que no lo cante”, se ríe. El militante reaparece, dimensionado, en canciones como “Me gusta”. En ella –canción redonda– opone la historia en boca del pueblo a los libros “que te dejan ciego”. Reivindica, por caso, la gesta de Mansilla en La Vuelta de Obligado. “Es un hecho histórico que no se estudia en las escuelas. Argentina hizo retroceder a las fuerzas imperiales de Inglaterra y Francia. Sigue perdurando una cultura gorila, oligarca, aunque ya no sea la oligarquía terrateniente sino dos ancianitos con un par de hectáreas. Cuando Mansilla dice, “sin más razón que la fuerza quieren navegar nuestros ríos”, está haciendo respetar a un país que defiende su independencia. ¿Por qué no meterlo en una canción? Si en las escuelas le hacen actos a Borges, entonces yo, con total legitimidad, puedo meter a Marechal, a Mansilla y hablar de que me gustan las miradas transparentes de los que meten las patas en la fuente.
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